Cuando el año pasado Imaginateatro celebraba sus primeros 20 años de vida Danilo Pandolfo y Darío Lapaz conversaban con Voces sobre sus proyectos futuros. Entre esos proyectos se encontraba El achique, un espectáculo que seguía con la metáfora futbolera de La defensa (2013) y retomaba la mayoría de sus personajes algunos años después, cruzándolos con otros eventos históricos que los ponían en jaque. En La defensa un grupo de teatro amateur intentaba poner en pié una obra que remitía a la defensa “heroica” que Leandro Gómez hiciera de la ciudad de Paysandú en 1864. El contexto en que transcurría la obra era de plena dictadura militar (año 1975) y las historias individuales de los personajes se entretejían sobreponiendo capas que daban una profundidad al espectáculo que trascendía la historia lineal. Algo análogo, aunque con connotaciones más amargas, sucede en El achique.
La obra está ubicada casi 15 años después que La defensa, es el año 1989 y la campaña para anular la Ley de Caducidad está terminando. Uruguay, de la mano de Tabárez y Rubén Sosa, clasifica al mundial de Italia 90. El muro de Berlín se tambalea… Y cuatro de los cinco personajes de La defensa, al que se suma el Pardo, deben juntar dinero para no ser desalojados de su sala teatral. Sobre ese punto de partida se desarrolla una trama que es atravesada por las circunstancias históricas multiplicando los posibles sentidos de los hechos. El mito fundante de la defensa de Paysandú atraviesa a los personajes, o mejor aún, los constituye. Mucho más cerca en el tiempo, la profanación del mausoleo donde se encontraban los restos de Leandro Gómez da material para que, de forma anacrónica, los personajes encuentren una salida a la situación económica de su teatro, pero también para poner foco en un hecho turbio.
Más o menos estructurada la historia, la potencia del espectáculo pasa por los personajes y por cómo se establecen los diversos conflictos entre la necesidad de obtener recursos económicos para poder sostener el teatro y las prácticas que desvirtúan, sin embargo, la razón de ser de ese teatro. Lo más obvio, el acto delictivo en sí, parece ser un divertimento en que se ponen en juego las capacidades pantomímicas de Darío Lapaz y Federico de Lima para deleite del público. Ya más problemático es el recurso de poner en pié un espectáculo para niños con el solo afán de recaudar fondos. La disputa entre montar Blancanieves o El jorobado de Notre-Dame, que también toma formas hilarantes, no esconde una mentalidad netamente mercantilista que tienen muchos “artistas” especializados en espectáculos para niños. Pero los embrollos aumentan cuando aparece el vínculo con lo político partidario y la publicidad. Al principio de los ochenta Leo Masliah cantaba: “Tengo formación de escuela, soy actor/ Y me exijo siempre para ser mejor/ Me paso estudiando la conducta de la gente, su forma de hablar/ Porque quiero que el teatro forme sus raíces con la savia popular/ Y después de alguna noche de función/ Realizado, lleno de satisfacción/ Me levanto muerto de hambre y me voy al estudio para preparar/ Una toma en la cual aparezco con una sonrisa para declarar/ Con la cara más imbécil que me salga y que te puedas imaginar tú/ Use este champú”.
La canción, titulada Artistas profesionales, se me hacía presente constantemente mientras los personajes de El achique se cuestionaban si hacer o no una campaña municipal, paga, y no se cuestionaban la orden del partido de hacer la publicidad del voto verde. ¿Cuales son los límites que un artista no debe pasar a la hora de trabajar en publicidad? ¿Y cuando la realidad material realmente apremia? ¿Está bien que los partidos de izquierda no paguen a los artistas al hacer una publicidad como se sugiere aquí? ¿Está bien hacer publicidad para una propuesta política adversa a la que se sostiene? ¿La publicidad en sí es contraria a determinados principios artísticos? Más allá de un momento de clara desazón de los personajes, las respuestas no están planteadas en el espectáculo, aparecen sí como interrogantes que nos hacemos los espectadores mientras ese elenco particular intenta salvar su sala.
Por supuesto, hay una reflexión omnipresente sobre el hecho teatral en sí, los ensayos, y las discusiones sobre el sentido de hacer teatro son constantes, siempre remitiendo a la foto de ese patriarca que tiene el grupo de nombre Rodolfo Yanelli. Pero no faltan, tampoco, momentos de comentarios de actualidad casi carnavaleros, como el jingle de un partido tradicional sobre la canción Bela Ciao, o la pregunta “¿Quién va a querer de nuevo a los milicos en las calles?”
La unidad estética de un conjunto tan abigarrado de situaciones, personajes, vestuarios y discursos no se deteriora jamás merced al gran trabajo de un elenco que camina al límite de la parodia. Quizá el caso más complejo sea el del Luis que construye Leonardo Martínez, un comunista con delirios místico-religiosos al que el alcohol parece haberle hecho mella. Esa unidad estética también está marcada por la impronta de un grupo que sin impostaciones artificiales tiene una identidad muy definida, que logra, desde un discurso local, sanducero, plantear interrogantes que trascienden ese contexto. Preguntas que también atraviesan las décadas y, como en el caso de la “profesionalidad” del artista, parecen plenamente vigentes.
El achique. Dramaturgia: Leonardo Martínez. Dirección: André Hübner. Elenco: Danilo Pandolfo, Laura Galin, Leonardo Martínez, Darío Lapaz y Federico De Lima.
Funciones: viernes y sábados 21:00, domingos 19:00. Sala Verdi
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