El director Walter Salles, a esta altura, no precisa carta de presentación, aunque muchos hayan relacionado – no sin un poco de maldad – el título de su nuevo film con el punto actual de su carrera: un realizador que, a pesar de su talento y gran proyección internacional, no estrenaba una película desde el 2011, cuando su adaptación de la mítica novela En el camino, de Jack Kerouac, pasó sin pena ni gloria a pesar de la presencia reconocible de una actriz como Kristen Stewart.
Por supuesto, más allá de ese dato, la realidad es que Salles podría haberse alejado definitivamente de la dirección y su carrera igual quedaría en la historia como la de uno de los directores más reconocidos y premiados de su país: luego de empezar dentro del universo del documental, se valió de ese terreno para crear ficciones con una mirada comprensiva y aguda de la realidad contemporánea, lo que puede verse plenamente en Estación central, primer hit internacional del cineasta que seguía a una mujer (Fernanda Montenegro, nominada al Oscar por este rol) que debía hacerse cargo de un niño (Vinícius de Oliveira, notable revelación a quien Salles encontró de forma casual en un aeropuerto cuando el chico, que trabajaba allí de limpiabotas, lo encaró para ofrecerle sus servicios) cuya madre falleció en frente de la estación de trenes en la que trabaja, procurando que se encuentre con un padre al que ni siquiera conoce. La película lograba meterse en la cotidianeidad de esos personajes, figuras alejadas del glamour del cine, gracias al realismo que imprimieron los intérpretes y una puesta en escena depurada de estilismos que pudieran romper con la cercanía entre el espectador y el drama que sucedía en pantalla.
Y el realizador continuó realizando cine en su país hasta una primera aventura regional que también dio la vuelta al mundo: Diarios de motocicleta, intensa recreación de los diarios de viaje de Ernesto Che Guevara y Alberto Granado mientras recorrían América Latina durante 1952. Contando también con un dúo actoral excelente (la conexión entre Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna hace que la amistad en pantalla sea inmediatamente convincente para el espectador) y una producción rica en recursos, Salles se permite abordar ese viaje desde un costado emocional que se mete de lleno en la psicología de los personajes para intentar descifrar el momento que despertó la revolución dentro de Guevara. Para los uruguayos, además, el film tiene un doble valor ya que le dio un Oscar a Jorge Drexler por el emotivo tema Al otro lado del río.
Si ya esos dos films dan forma a una admirable carrera, Aún estoy aquí es una continuación tan lógica como cargada de una particular mística. Tomando como punto de partida el libro de Marcelo Rubens Paiva, el film nos sitúa en Rio de Janeiro en 1971, en plena dictadura militar brasileña. El ex diputado Rubens Paiva y su esposa, Eunice, transitan en familia este momento nacional, tratando de pasar desapercibidos. Sin embargo, un día Rubens es secuestrado por el régimen, lo que arrastra a la familia a un infierno de incertidumbres y persecución constante. Eunice, sola ante el peligro de los represores, emprende una búsqueda desesperada de respuestas para poder saber la verdad sobre el destino de su esposo y poder traer paz a sus hijos.
Con esta película, el director vuelve a las raíces de su mejor cine: un trabajo de precisión histórica para ubicar de forma verosímil al espectador en el turbulento contexto social del momento, una mirada empática que aborda sin amarillismos el drama de sus personajes y un acercamiento naturalista de sus actores, dando como resultado un poderoso film que, sin subrayados ni excesos, conmueve con una historia humana y universal, de honda resonancia tanto en su país como en sus vecinos, en donde tristemente hubieron muchas otras Eunice Paiva. Con ecos de La historia oficial y Desaparecido, aquella gran y hoy un poco olvidada película de Costa Gavras, Aún estoy aquí es una historia de resistencia que reflexiona en el profundo trauma emocional y el espacio eternamente vacío que deja una persona que es arrebatada ante la impotencia de sus vínculos más cercanos, quienes hacen lo posible para seguir adelante a pesar del dolor y el sinsentido.
En un curioso dato casi poético, Fernanda Torres consigue una merecida nominación al Oscar, de la misma manera que su madre, Fernanda Montenegro, por la mencionada Estación central, también de Salles. La interpretación de Torres es una de las mejores que hemos visto en los últimos años, un trabajo de profunda introspección que logra emocionar sin recurrir a efectismos dramáticos, demostrando con una mirada perdida o un tic facial el dolor intenso y la furia silenciosa de una persona que sabe que la única forma de ganarle al fascismo es con la frente en alto, demostrándole que hay vida después de los golpes, y que la resistencia es, en definitiva, un acto con más ruido que todos los gritos que puedan dar. En los últimos minutos aparece Montenegro con una participación conmovedora: en la misma línea de su hija, la actriz recurre apenas a un gesto para cerrar de forma genial el arco dramático de esta valiosa, triste y relevante historia.

