Bancos: ¿El cuarto jinete? por Hoenir Sarthou
La quiebra e intervención de tres bancos en los Estados Unidos, el Silvergate Bank, el Sillicon Valley Bank, y el Signature Bank, de Nueva York, en muy pocos días, ha disparado alarmas, y caídas en las bolsas, no sólo en los EEUU sino en Europa y en el mundo.
¿La crisis financiera, anunciada por especialistas y por “conspiranoicos” desde hace al menos dos años, se sumará a la pandemia, a la guerra multinacional de Ucrania y a la sequía mundial como un cuarto jinete de la crisis global?
No es fácil decirlo con seguridad.
Sin embargo, es un hecho llamativo el papel desempeñado por la Reserva Federal de los EEUU (organismo financiero privado que maneja la emisión de la moneda estadounidense) en el cierre de esos tres bancos, en el actual tambaleo de muchos otros, incluidos algunos de los grandes, y en las pérdidas bursátiles. A propósito, hay que oír hablar a Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, o a cualquiera de sus antecesores en el cargo, para saber quién manda en realidad en los EEUU.
Todo empezó cuando, tras la crisis de 2008, la Reserva Federal bajó prácticamente a cero la tasa de interés de sus bonos, en los que invierte sus activos buena parte de la banca, en teoría para estimular la inversión productiva y reactivar la economía, y la mantuvo así durante años.
Luego, durante la pandemia, la Reserva Federal emitió dólares sin límite para cubrir los costos de las políticas de encierro y paralización económica recomendadas por la OMS.
A partir del año pasado, la superabundancia de dólares generó un serio problema de inflación, con alza de precios y pérdida de valor del dólar.
Supuestamente para combatir la inflación, la Reserva Federal decidió entonces aumentar aceleradamente las tasas de interés de sus bonos, llevándolas a casi un 5%. Pero ese aumento rige para los bonos nuevos, haciendo que las colocaciones en bonos más antiguos, con tasas de interés más bajas, que son las que tienen los bancos, perdieran valor en forma estrepitosa.
Según la prensa estadounidense, ese fue el factor que fundió a los tres bancos. En comparación con colocaciones más nuevas, sus bonos habían perdido valor, por lo que, al convertirlos en dinero para cubrir los retiros de sus clientes, se descubrió que habían perdido miles de millones de dólares. Eso generó miedo en sus clientes, el miedo generó más retiros y la quiebra fue inevitable. Ahora todas las especulaciones son sobre si la corrida se extenderá a otros bancos, a las bolsas y a todo el sistema financiero, con quiebras y cierres de empresas.
El gobierno de los EEUU amagó al principio a jugar al capitalismo duro, y anunció que no cubriría los depósitos bancarios. Pero el efecto político del anuncio fue devastador, por lo que rápidamente Biden tuvo que recoger la piola y anunciar que el Estado garantizaría todos los depósitos para tranquilizar a la población y evitar una corrida bancaria general.
Las noticias financieras de los EEUU están causando miedo y ansiedad en un mundo que todavía se maneja en base al dólar. Incluso en nuestro país, donde la prensa “grande” se ocupa casi exclusivamente de chimentos locales, la noticia ha aparecido en los medios, aunque por supuesto sin información de contexto que permita calibrar sus posibles consecuencias.
La pregunta del millón es cuál era el objetivo real de las autoridades de la Reserva Federal al aumentar tan repentinamente las tasas de interés de los bonos nuevos y hundir el valor de los nuevos. ¿Existe la intención de sumar el caos financiero a un mundo tan golpeado por las políticas pandémicas, la guerra, el costo de la energía y de los alimentos y las carencias de agua?
La hipótesis de que el hundimiento de los bancos fuera un efecto inesperado para los experimentados tiburones financieros que manejan la Reserva Federal es casi descartable. La pregunta, entonces, es ¿por qué?
Las hipótesis son múltiples. ¿Interés en disimular o justificar con el caos bancario una crisis financiera más profunda que estallaría igual? ¿Crear una conmoción económica que permita a algunos muy ricos concentrar aún más riqueza? ¿Generar condiciones para reestructuras políticas que sería muy difícil imponer sin la cuota de miedo y desesperación que aparejan las grandes crisis monetarias y económicas?
La respuesta cierta no está clara todavía. Pero poco a poco las previsiones aparentemente más distópicas se van perfilando en el horizonte. Los efectos de la peste, de la guerra, de la sequía, de la escasez y el aumento de precios de la energía y de los alimentos ya están asegurados para 2023. Y sus causas y consecuencias se entrelazan llamativamente.
¿Se sumará también una crisis monetaria, generada desde el carozo del sistema financiero mundial?
Serían demasiadas coincidencias, aun para los teóricos de la casualidad. ¿No les parece?
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