Cuando Joe Biden era vicepresidente, entre los años 2009 y 2017, y Xi Jinping también, pero entre los años 2008 y 2013, mantuvieron 67 reuniones presenciales. Por eso, de común acuerdo y rápidamente, decidieron utilizar el apoyo de traducción simultánea para darle más dinámica, más agilidad al intercambio que tuvo lugar el pasado lunes 14, en Bali, Indonesia.
El gesto no fue menor. A la reunión se llegaba con una fuerte carga acumulada de tensiones, de dos presidentes que en las últimas semanas habían alcanzado importantes reafianzamientos de sus respectivos liderazgos. Por un lado, Jinping fue reelecto en todas sus posiciones, como secretario general del Partido Comunista, del Comité Permanente del Buró Político, la Comisión Militar Central, y por todo ello, un reafianzamiento de su posición como presidente de la República Popular China, cargo que ejerce desde el 14 de marzo de 2013. Joe Biden, por su parte, dos veces vicepresidente con Barack Obama, es quien le arrebató la presidencia a Trump en unas elecciones épicas. El presidente más veterano de la historia de los Estados Unidos es, seguramente, uno de los que llegaron a la función con la mayor experiencia parlamentaria, y en particular, en asuntos internacionales. También Biden llegó a esta reunión a paso firme. En los últimos meses hizo valer la ajustada mayoría parlamentaria para aprobar leyes que hicieron la diferencia, en particular, de salud, educación y economía familiar. Y su última victoria electoral, muy importante, ha sido la de “medio término”: de la alarma de una victoria trumpista y un riesgo cierto de quiebre institucional, emerge una victoria de los demócratas, conservando la mayoría en el Senado y una ajustada derrota en la cámara de representantes, menor frente a todos los pronósticos.
Y un factor adicional: sin ir al detalle, la evolución de la guerra ruso-ucraniana, siempre discutible, ha fortalecido la mirada de los Estados Unidos frente a quienes veían una victoria rápida de Putin, que no ha sucedido. Rusia acaba de anunciar que se reunirá con EE. UU. para negociar un nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas. El START fue firmado en 1991, y revisado en 2010. También EE. UU. y China advirtieron a Rusia por las amenazas de uso de armas no convencionales.
Otras tensiones
Un asunto tenso de los últimos tiempos, toda una señal del momento, fue la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, que molestó al gobierno chino. En cierto modo, una respuesta a la actitud china frente a la invasión rusa a Ucrania. Putin, sin éxitos militares, canceló su asistencia a la reunión del G-20.
Biden se refirió a la “doctrina Taiwán”. Así denominada, la dio al tema otra dimensión, menos coyuntural. La visita de Pelosi significó un cambio de coordenadas. La respuesta china fue leyendo ese cambio: salgamos de la amenazofobia dijo Qin Gang, embajador chino en los Estados Unidos, y “retomemos la relación habitual”, al tiempo que demandaba una autocrítica de parte de los Estados Unidos.
Así las cosas, con mucha sobriedad, dos viejos presidentes, conocidos de larga data, con 67 reuniones compartidas, se sentaron a hacerse cargo de los asuntos bilaterales.
Tres horas y media
La experiencia política de Biden y Jinping se reflejó de inmediato, al término del encuentro. Así, cada uno a su estilo, marcaron una primera coincidencia, la responsabilidad política que les cabía en esta hora. En el caso de Joe Biden, lo expresó de este modo: “Desde mi punto de vista, compartimos la responsabilidad de demostrar que China y Estados Unidos pueden gestionar sus diferencias, evitar que la competición se convierta en conflicto, y buscar maneras de trabajar juntos en cuestiones globales urgentes que requieren nuestra cooperación mutua”. Y Xi Jinping, manifestó que la situación actual en que se llegó en las relaciones bilaterales “no se corresponde a los intereses fundamentales de ambos países y pueblos, ni concuerda con la expectativa de la comunidad internacional… Necesitamos desempeñar el papel de liderazgo, establecer el rumbo correcto para las relaciones bilaterales y ponerlas en una trayectoria ascendente”.
En las tres horas y media de intercambios, los presidentes delinearon las zonas de riesgo y cómo procederían a futuro, algo que es más instrumental. La primera señal, significativa, es el restablecimiento del diálogo para los asuntos del cambio climático. La segunda, Taiwán. Jinping, según el resumen, dejó sentado que constituye “la primera línea roja que no debe ser superada en las relaciones sino-estadounidenses”. En este particular, Biden, que no cree que China esté pensando unas acciones militares tales como una invasión, no innovó y rescató una posición sin sorpresas para China: remarcó que su gobierno “mantendrá la posición tradicional de Washington al respecto”.
Pero la zona sensible de la reunión era otra, los asuntos referidos al campo económico y tecnológico. Biden se ha alejado de la guerra arancelaria practicada por Trump y apeló a la restricción del acceso chino a tecnologías clave estadounidenses, así como exhortaciones a las empresas a reducir su dependencia de China, buscando socios en países más amigables. Aquí Xi Jinping fue más claro y firme: China entiende que Estados Unidos ha procurado frenar su desarrollo. Por ello, argumentaron, “empezar una guerra comercial o una guerra tecnológica, construir muros y barreras, y empujar por el desacople o el corte de las cadenas de suministro va contra los principios de mercado y erosiona las normas del comercio internacional. Estos intentos no benefician a nadie. Nos oponemos a la politización y conversión en armas de los vínculos económicos y comerciales, así como de los intercambios científicos y tecnológicos”.
Con pocas palabras y más contundencia, Wang Yi, ministro de Exteriores chino, calificó la reunión como sincera, profunda, constructiva y estratégica, que marca un nuevo comienzo para las futuras relaciones bilaterales.
Las estrategias de fondo, pendiente
El 12 de octubre la White House publicó un documento importante; el National Security Strategy, la nueva estrategia nacional de seguridad. Allí se puede leer: China “es el único país con la intención de reconfigurar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para impulsar ese objetivo”.
Bajo ese contexto hay que releer las alianzas fortalecidas a partir de la respuesta a la invasión rusa a Ucrania. En contrapartida, hay que revisar el análisis acerca de los esfuerzos que China ha hecho para diseñar nuevas alianzas y coaliciones.
Y hay que prestar atención a los movimientos, novedosos o relanzamientos, tanto de los Estados Unidos como de China. La red estadounidense es más larga en el tiempo y también más compleja, pero China ha lanzado iniciativas que, si bien no todas han consolidado, si ha acumulado experiencia y sofisticación.
Ha habido un reordenamiento, Y hay que hacer algo más que tomar nota. Hay que replanificar.
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