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Bolivia: la lucha por el Legislativo por Ruben Montedonico

Bolivia: la lucha por el Legislativo por Ruben Montedonico
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Sudamérica vivirá -y en su caso también participará- tres elecciones generales en este final de octubre: el 20 irán a las urnas en Bolivia (motivo central de esta nota) y el 27 en Argentina y Uruguay. En el primero y el último, la denominada izquierda -que gobierna actualmente- se expondrá ante unas oposiciones de derecha que no han escatimado críticas, conteniendo algunas verdades, insistiendo en muchas tergiversaciones, interpretaciones sesgadas y antojadizas, mentiras y olvidos para lanzar dicterios contra las autoridades: su papel de crítico del presente lo encarna demonizando a quienes están, sin concederles nada positivo.

En el otro caso, Argentina, parece ser que quienes rodean al presidente, su gobernadora estrella de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal y la ministra del Interior del gobierno federal, Patricia Bullrich, sumando a quien guarda distancia con el círculo íntimo de Mauricio Macri, el jefe de gobierno de la capital, Horacio Rodríguez Larreta -de apellido compuesto; común en ambas márgenes del Plata; de los pocos que tal vez sobreviva a la debacle comicial y se preservará para futuro- dan por sentado el triunfo opositor del peronismo-kirchnerismo de Fernández y Fernández. Esto es: el progresismo estará arriesgando dos gobiernos y la derecha cerril, neoliberal, uno. De estas disputas electorales, que pueden ser consideradas balances de gestión y que ciertos contendientes, con grandilocuencia, designarán “fiesta cívica”, emergerán mandatarios que quizá repitan los términos de la ecuación actual: dos gobiernos progresistas y uno neoliberal.

Mas allá de que se tuvieran mayores expectativas acerca de los alcances de gobiernos encabezados por personajes surgidos de la izquierda o auspiciados por ésta; que las esperanzas eran que transcurrieran por senderos no capitalistas, que sirvieran de promotores de cambios sociales profundos, con intención revolucionaria, socialista, el que esas metas no fueron cumplidas no nos permiten hoy medirlos con el mismo rasero que a los candidatos de los dueños del capital, practicantes del neoliberalismo que adoptan y adaptan a las circunstancias de cada país; sería equivalente a aplicar el “cuanto peor mejor” para aislarnos en burbujas de pureza. No podemos considerar igual a Ecuador con Lenín Moreno; a Colombia con Duque, a Argentina con Macri, a Chile con Piñera y a Brasil con Bolsonaro, que a Bolivia con Evo o a Uruguay con Tabaré. Cometeríamos en ese caso el error infantil de igualar a Allende con Pacheco y Bordaberry, Stroessner o Garrastazu Médici.

El caso boliviano es por demás llamativo: se trata de una fórmula (Evo Morales-García Linera) que busca un cuarto período de gobierno sobre la base de una economía nacional con crecimiento pero con baja inflación, donde los mayores beneficios político-sociales fueron dirigidos a las comunidades indígenas, mestizas y -en general- los sectores sumergidos de la sociedad.

Por aquello de las probabilidades, se le han dado unas líneas -aunque a veces no sean muy amables- a la oposición y hasta se dice que puede ganar. Pareciera que aquellos que escriben sobre ella se sienten obligados (por la encuestología, algún equilibrismo o cualquier cosa parecida) a decir que Evo Morales arriesga perder, aunque está situado por encima de todos y ubican al siguiente postulante (Carlos Mesa) 10% o más, atrás, mientras del tercero (Óscar Ortiz) y los demás no se ven ni sus luces. Tan así es que las principales objeciones a Evo no van directamente contra él sino a la supuesta venalidad de las autoridades electorales.

Pero el mismo rigor que exige a los ganadores poner las cartas destapadas sobre la mesa, es el que se debe tener para preguntarse qué activaron las autoridades de Bolivia para alcanzar crecimiento sin inflación, lo que le da razón para preocuparse por un cuarto gobierno en el cual pudiera no tener las mayorías deseadas en el Legislativo.

En apretada síntesis, prudente, el vicepresidente pinta sinópticamente el cuadro electoral boliviano: “El debate que plantean las elecciones es saber si vamos a tener dos tercios o no, si vamos a tener dos tercios como en 2014 o vamos a reeditar un sistema de gobierno dividido, con alguna de las cámaras bajo control de la oposición, como sucedió en 2005. En el fondo es lo que se está poniendo en debate y a prueba en estas elecciones, no tanto quién va a ganar, sino con qué ventaja y si logra los dos tercios para controlar ambas cámaras”.

Para el caso factible de que únicamente tuviese mayoría simple -en una cámara o aún en las dos- se repetiría lo sucedido en 2006 con un MAS sin mayorías especiales. García Linera admite que “eso sería problemático para el que gobierne. Un gobierno que no tiene el apoyo del Congreso, de una de las cámaras, siempre va a afrontar problemas.” Recuerda, entonces, que Carlos Mesa no tenía dichos apoyos legislativos y tuvo que renunciar (en 2005). Otro tanto, rememora, le ocurrió a Hernán Siles Zuazo que no tuvo en 1984 apoyo parlamentario y -con la complacencia de su vicepresidente, Jaime Paz Zamora- lo hicieron renunciar.

Con sinceridad hay que decir que los amplios triunfos de comicios precedentes no se repetirán en la ocasión (bajará la votación del MAS en Santa Cruz de la Sierra, Cochabamba, Oruro y Sucre): una parte de la mesocracia blanca y mestiza lo hará por la oposición y el resultado ajustado del referendo de 2016 (que ganó el NO a la reelección y lo perdió en el Tribunal Supremo de Justicia) y los incendios en la región lindera de la amazonia (Llanos de Chiquitos) jugarán un papel decisivo en el ánimo de los electores. Sin embargo, a nuestro modo de ver, Evo debe plantearse un cuarto mandato (captando un porcentaje alrededor de 40% de sufragios válidos el 20 de octubre) con posibles mayorías simples en diputados (130) y senadores (36), sin controlar los 2/3 del Legislativo.

Un eventual balotaje entre Evo y Mesa el 15 de diciembre, sería demostrativo de la fragilidad electoral de este último.

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