BRAZIL, 2025 Por Luis Nieto

Cuando en 1985 Uruguay recobraba su democracia, Terry Gilliam, dirige una película de corte kafkiano, producida en las postrimerías del mundo analógico. El escenario de “Brazil” es una ciudad abigarrada, llena de humo, de zonas oscuras, sacudida por el contrapunto entre la imposición de normas exasperantes y el desorden, que fuerza todo intento por contener una sociedad burocratizada al máximo. En 1985 no se habían popularizado las computadoras personales, y las que utilizan en la producción de Brazil no son más que caricaturas de un mundo rayano con lo esperpéntico: máquinas de escribir a las que se les agregan cables, bobinas, tubos transparentes con líquidos de color. Era la visión exagerada del autor frente al mundo de los Monty Python. De alguna forma, la crítica a la sociedad cosificada, y perseguida por los funcionarios del sistema contagia más humor que bronca, más disfrute que rebeldía. Lo absurdo sería encontrar adoctrinamiento en una obra de Monty Python, o de Les Luthiers. Pero el humor tiene una capacidad enorme para conseguir que el ridículo, produzca el milagro de quitarle la careta a los tiranos.
40 años después no hay casi espacio para el humor. Dos guerras bestiales. En Ucrania se calcula que hay 12600 civiles muertos y 29000 heridos. En Palestina no hay cifras discriminadas entre civiles y militares, inclusive los que yacen bajo los escombros, pero de acuerdo a las cifras de los servicios sanitarios, se cree que hay, por lo menos, 25000 muertos, la mayoría mujeres y niños, a los que se le suman 62800 heridos. Prácticamente convivimos en el inframundo, y la ONU a punto de romperse. En “Brazil” hay una estética que no difiere mucho de que acompaña a los personajes de este primer cuarto de siglo: Trump con su jopo haciendo malabares para no dejar al descubierto una calva que pugna por arruinarlo todo. Elon Musk llegó como parte de una jugada silenciosa, que lo ha puesto bajo los reflectores y uno se pregunta cómo ese tipo, que hace macacadas frente a sus autos conectados a internet, y sus cohetes que harán muchos viajes al espacio, puede ser tan payaso. La nueva corte de Trump es como el mundo que asoma en la película de Terry Gilliam. Lo peor es que nos tomamos en broma lo de la charla de Maduro y el pajarito y, mientras tanto, ese tipo siniestro, socio de los cubanos en la tarea de vaciar Venezuela, había puesto en marcha su plan maquiavélico de hacer del cadáver de Chávez el mártir contemporáneo que le faltaba para hacer de Venezuela algo más peligroso que el triángulo de las Bermudas. También Maduro tiene su corte y su boato, y un discurso lleno de palabras patrióticas.
El chavismo tuvo ese entorno cursi, a diferencia de la isla de los Castro que no le tuvo miedo a los intelectuales, por las condiciones personales de Fidel, que fue una persona de muchas lecturas antes de que se le despertara el hambre de poder infinito, y porque se lo dijo a ellos, directamente, en 1962, a comienzos de la revolución: “Con la revolución todo, contra la revolución nada”. Esas palabras y las actuaciones de la revolución fueron suficiente. Chávez era un hombre de cuartel. Su único objetivo pareció ser crear una única nación juntando a Cuba y Venezuela, que tenía recursos suficientes para los dos. Pero no pasó así. Chávez tenía solo el impulso, y si de algo se pudo haber vanagloriado es de despilfarrar los recursos naturales del país. Creyó que el petróleo le duraría para siempre sin hacer mantenimiento a las refinerías y demás infraestructura a PDVSA. Los recursos de la cuenca del Orinoco se los ha entregado a varios de sus compañeros de viaje, como los rusos, chinos e iraníes. Ha jugado una carrera contra el tiempo, que hasta ahora viene ganando. Se dio el lujo de reírse de todo el mundo robando descaradamente la última elección, y cero miedo. Valle Inclán no podía haber imaginado un tirano tan bien logrado. Su Tirano Banderas es un esperpento de segunda categoría al lado de un tipo que se sienta a conversar con un pajarito, que es quien le transmite los pensamientos de su fenecido mentor. Con solo copiar y pegar ya tendríamos una saga de lo más colorida. Maduro bebió de la fuente donde Chávez había abrevado. En una ocasión, Chávez contó públicamente las peripecias que había pasado al inaugurar unas obras al mismo tiempo que una serie de retorcijones hacían de sus tripas nudos dolorosos. De regreso a la muchedumbre, el presidente de Venezuela tuvo y coraje y la chispa de relatar con pelos y señales su difícil recorrido hasta encontrar una letrina para volver desahogado a la tribuna donde debía terminar su discurso. Eso ha sido glorioso. De episodios como ese, del olor a azufre en la Asamblea General de las Naciones Unidas donde salpicó su discurso con los comentarios acerca del hedor que todavía flotaba en la asamblea después de la presencia de Bush. Fidel era capaz de hablar horas, de cualquier cosa, pero no se reía, no provocaba la risa, Chávez y Maduro sí; han sido otro tipo de personajes. Siniestros, pero mimetizados con la falta de escrúpulos de estos tiempos. Admonitores de los Trump, los Elon Musk, los Ortega de la vida.
La nueva camada viene pegándole duro al enorme friso que construyeron las buenas intenciones y la ingenuidad de la generación de los sesenta. El carácter cantiflesco de estos personajes ha hecho escombros de los sueños que tuvimos. Todavía anda por ahí, Cristina Kirschner, prendida a los flecos que dejó su funesto pasaje por la presidencia de Argentina y los negocios turbios de aquella barra de personajes maquiavélicos: los bolsos con dólares volando por encima del muro de un convento, un maletín con más dólares que una agente de migraciones alcanzó a descubrir a la entrada de Buenos Aires, la muerte del fiscal Nisman y el arsenal del contador Feldman que nos quisieron hacer creer era un vicio que tenía ese hombre. Basta de trampas, de hacerse el progre y el recio. O ayudamos a que se corte con todo esto o seguiremos jugando con los dientes del león.