Charla entre amigos

La semana pasada subí a Facebook mi último artículo publicado en Voces, dedicado a la presentación del libro “Los otros tupamaros, cuando la revolución deja de ilusionar”. Varios amigos me hicieron llegar opiniones valiosas sobre la interpretación que se le puede dar a hechos que todos hemos vivido en el mismo país, en las mismas fechas, pero en un momento personal distinto, respecto a decisiones que tomamos con nuestra forma personal de interpretar la realidad.

En 1980, cuando acompañé a Carlos Julio Pereira hasta la entrada del edificio en que vivía en Madrid, y mientras esperábamos su taxi, continuamos con el tema de la reunión que habíamos mantenido nueve pisos más arriba, y que tuvo que ver con los desencuentros de aquel país pacífico que teníamos, sin que pudiéramos evitarlos. Carlos Julio puso una mano sobre mi hombre y me dijo: “No se preocupe, Luis, no solo ustedes se equivocaron; con Wilson llegamos tarde.” Arriba todavía quedaban Wilson, Susana -su esposa-, Lucas Mansilla, Kimal Amir y Luis Alemañy. Ese sería un año decisivo en la historia reciente del Uruguay. Los uruguayos, con sus instituciones usurpadas por los militares, con unas reglas del juego engañosas para salir de la dictadura, unas reglas del juego que prometían solucionar el regreso a la democracia por la vía pacífica pero que sin embargo fueron rechazadas por los uruguayos. En 1980, los uruguayos, mayoritariamente, sin importar dónde vivíamos y cuál hubiera sido nuestra responsabilidad en los acontecimientos que desembocaron en el golpe de Estado, queríamos salir de aquello, lo más pronto posible, y en las mejores condiciones.

El libro de Javier Suárez que se presentó el pasado martes relata el proceso que siguió el MLN hasta decidir el abandono de la lucha armada, y el proceso posterior por parte de “los renunciantes”. Muchos otros Tupamaros también abandonaron la lucha armada sin que necesariamente se sintieran atraídos por agruparse en una nueva organización. De hecho, la inmensa mayoría abandonó esa opción, incluso cuando Mujica, en el acto del Platense Patín Club les ofreció que los viejos militantes servirían como “el palito en la que reconstruyeran la colmena”. A pesar de la tentadora metáfora, la inmensa mayoría había reorganizado sus vidas y el MLN ya no ilusionaba. Ni en la noche del acto en el Platense ni nunca más.

Pocos días después de salir de la cárcel, los conocidos como “rehenes”, —los varones, no todos los rehenes—, habían llamado a una rueda de prensa en la parroquia de Conventuales. La prensa les hizo una preguntá muy concreta: “¿Ustedes están dispuestos a dejar las armas?” En nombre de los presentes contestó Eleuterio Fernández Huidobro, casi desconocido para la prensa, pero no para la militancia. Ante la pregunta, “El Ñato” dio muchas vueltas, habló de las causas de la violencia, se refirió a los grupos de extrema derecha que operaban en el Uruguay, pero dejó la preguntá flotando en el aire, a la libre interpretación de los presentes. La inmensa mayoría de los tupamaros ya se había contestado esa misma pregunta. Tanto los que vivían dentro del país como los cientos que vivían fuera, no solo habían abandonado la lucha armada sino que esperaban una palabra distinta para terminar de definir su futuro político. Lo de Mujica en el Platense fue muy emotivo pero lo que esperaban sus viejos compañeros eran decisiones maduras no palabras bonitas.

Cinco años atrás, todos habían vibrado con la respuesta ante la consulta del régimen militar: “NO”, esa había sido la respuesta lacónica, corta y terminante. Los uruguayos no aceptaron lo que proponían los militares, y prefirieron esperar. Allí no hubo ningún cónclave de líderes, solo coches anónimos que pasaban moviendo sus limpiaparabrisas en señal negativa, susurros, charlas entre amigos, gente de confianza. Los uruguayos desconfiaban de los militares en el poder, y esa fue su respuesta.

Tres años después, dentro del mismo período de espera activa, se produjo el acto del obelisco. En el estrado estaban Ulises Pereira Reverbel, dos veces secuestrado por los Tupamaros, y un poco más arriba Víctor Zemproni, varios años presos por su militancia en el MLN. Todos estaban aquel día dando una señal clara. Fernández Huidobro no lo había vivido, pero sí supo, o debió saber, que los uruguayos habían protagonizado una jornada memorable, sin tutelas, sin bajada de línea, y si la hubo fue el resultado de la mayor decisión colectiva que hayamos podido tomar los uruguayos. Aquello siempre se lo recordará como un río de libertad.

La guerrilla del MLN fue el mayor desencuentro entre los uruguayos durante el siglo XX. Un desencuentro que estuvo propiciado por una situación internacional favorable a las locuras y precipitaciones. En ese sentido se vuelven claras las palabras de Carlos Julio Pereira al lamentarse de haber llegado tarde. La política uruguaya se equivocó, debió haber prestado toda su atención ante un grupo guerrillero que nacía en medio de un país que tenía un gobierno colegiado. Las preguntas que debemos hacernos hoy son: ¿Entendimos lo que nos pasó? ¿Entendimos la reflexión de Carlos Julio Pereira? ¿Entendimos que aquellas charlas entre amigos tendrían consecuencias políticas decisivas? ¿Seguimos subidos al pony sin darnos cuentas que en muchos aspectos hoy somos mucho más débiles de lo que éramos en 1958, cuando la crisis política comenzó a manifestarse?

Las respuestas y repreguntas de los amigos, a consecuencia del artículo sobre el libro “Los otros Tupamaros”, puede ser parte de una reflexión que nos lleve a reconfigurar el Uruguay de hoy. Todas esas opiniones vertidas esta semana tienen un denominador común: No hay mesías, como en el obelisco. Quienes van al hueso coinciden en recordar aquellos dos hechos: El NO de 1980, y el acto del Obelisco como los realmente decisivos para acabar con la dictadura. Dos actos cargados de simbolismo.

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