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Cien segundos Por Luis Nieto

Cien segundos Por Luis Nieto
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Según el boletín de la Junta de Ciencia y Seguridad de Científicos Atómicos, el reloj marcó las 23:58:20, para ser más claros, estamos, de acuerdo a la percepción de los principales científicos que manejan los datos de la evolución nuclear por parte de los Estados, a 100 segundos que se desate una hecatombe nuclear. Igual parámetro había marcado la revista a fines de 2021. No es que el reloj se haya detenido, está marcando un umbral imposible de definir, pero la tendencia es a permanecer como la gran amenaza para la humanidad.

¿Cómo se debe interpretar el Reloj Nuclear? Cuando el investigador de riesgo existencial escuchó por primera vez el concepto de un Reloj del Juicio Final fue a mediados de los años 90, cuando la maestra explicó a los alumnos lo que significaba la vida humana en la historia del planeta. Para eso, si ubicáramos el pasado del planeta Tierra en sólo un año, la vida hubiese emergido en el mes de marzo. Eso es 7 millones 776 mil segundos, aproximadamente. En noviembre veríamos los primeros organismos multicelulares. Hacia finales de diciembre veríamos a los dinosaurios pasearse por las cálidas praderas y bosques de la Era Mezozoica. Si comprimiéramos la vida sobre la Tierra a sólo un año, la vida humana la veríamos aparecer a las 23.30 del último mes del año. Toda la peripecia humana cabría en los últimos 30 minutos de los 262.800 minutos de un año. Esa es la escala de todo lo que ha sido la vida humana hasta nuestros días. De los 1800 segundos que componen esa media hora, los científicos nos están diciendo que, en esa escala, el riesgo de desaparecer como consecuencia de una guerra nuclear es apenas de 100 segundos. En la escala de la vida sobre la Tierra, la desaparición de la especie humana, y de la inmensa mayoría de las especies se las podía representar con tan sólo 100 segundos.

¿Es una fantasía? ¿Es una macabra ficción? No sería la primera vez que se monta una estrategia apocalíptica como forma de amedrentar a un Estado enemigo, y conseguir algunas ventajas en la ventana de oportunidades de negociar que se abriría ante semejante eventualidad. La crisis de los cohetes, en Cuba, sin ir más lejos.

Esta vez el riesgo de un error puede desencadenar una cadena de respuestas nefastas, y si no es hoy, las condiciones vienen empeorando de tal forma que frente al distanciamiento creciente, no hay casi margen para parar una guerra nuclear. El último discurso de Putin no deja margen para el optimismo: Rusia no se va a detener hasta derrotar a Ucrania. Ya la línea roja no está en el territorio reclamado como propio del Donbás, Putin lo ha dicho claramente: No se detendrá hasta apoderarse de la totalidad de Ucrania, un país independiente, que ha elegido sus autoridades democráticamente, y que no agredió a Rusia bajo ninguna de las formas que se pudiese imaginar, a pesar de que Rusia ya le había arrebatado la península de Crimea, en 2014. Teniendo en cuenta la decisión del Gobierno de Ucrania, y la decisión europea de iniciar un proceso de incorporación de ese país a Europa, la guerra nuclear es casi un desenlace inevitable de esta guerra, si creemos la advertencia de Putin.

¿Cuántos escenarios están empujando en esa dirección? Muchos y reales: Una crisis económica todavía abierta como consecuencia de la pandemia; otra crisis desatada por la suba inesperada de los combustibles; la falta de confianza en las Naciones Unidos, con una gobernanza arcaica, donde el Consejo de Seguridad está integrado por países en guerra; la amenaza de una próxima crisis alimentaria, como consecuencia de la guerra, que está golpeando, y golpeará sin piedad durante el próximo invierno europeo, que impactará, sobre todo, en los países con menores recursos para atender sus necesidades alimentarias; incremento de la carrera armamentística, y exaltación del nacionalismo, que va cubriendo los vacíos ideológicos, que marcaron los enfrentamientos limitados de los últimos 115 años desde la Revolución Soviética. Hoy no existe, ni a corto ni a mediado plazo, un escenario de mediación capaz de enfriar las relaciones entre los países que han debido examinar su posición a partir de la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

Para cometer un error y desencadenar un contraataque con la enorme cantidad de armas nucleares listas para causar una catástrofe, no se necesita mucho más de lo que ya está en manos de locos, o irresponsables, que pueden calcular mal la decisión de responder ante un ataque nuclear, aunque sea limitado. El riesgo aumenta en la medida que los actuales arsenales están siendo objeto de renovación. Según el SIPRI (Instituto Internacional para la Paz, de Estocolmo, la cifra de armas atómicas operativas mantiene su stock. Las 3000 que figuran como retiradas, por parte de Rusia y Estados Unidos, no es tal, sino que deben ser sustituidas por otras tecnológicamente más avanzadas. Los soportes para esas armas se están viendo en la guerra de invasión a Ucrania. Una nueva carrera está en marcha, a la que se sumarán Corea del Norte y del Sur, Taiwan, la India y Australia. Más armas nucleares fuera de un control, producto del acuerdo aceptado por todas las partes, sólo querrá decir crecimiento en secreto y sin control del tipo de armas más letal para la vida sobre el planeta. Un error, voluntario o involuntario, puede desencadenar lo que hasta hace muy pocos meses era la principal preocupación de los más diversos colectivos humanos: salvar la vida sobre el planeta. Esta escalada armamentística, el discurso que la acompaña, y las acciones militares en curso, más las que se anuncian, lo están corroborando.

Todo podía haber tenido otro desenlace, de haber confiado y fortalecido los instrumentos de conciliación internacional. Putin eligió el camino de la guerra, la usurpación y la irresponsabilidad. Putin se ha vanagloriado del tipo de armamento que está desarrollando, y que “ninguna otra potencia tiene”. El botón atómico al alcance de la mano de ese hombre no es una buena noticia para el mundo. El reloj atómico puede ser nada más que una simplificación para visualizar qué tan rápido ha avanzado la fragilidad de la raza humana para respetar y fortalecer su propia permanencia sobre la Tierra.

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