Cincuenta años de una maravillosa locura
Este 30 de mayo se celebraron 50 años de la fecha de edición de “Cien años de soledad”, la obra cumbre de Gabriel García Márquez que llegó en 1967 para inundar de realismo mágico al mundo. Y que aún cautiva con su mezcla de realidad y fantasía.
Las puertas del realismo mágico se abrieron de par en par un 30 de mayo de 1967, hace exactamente 50 años. Ese día, desde la imprenta de la editorial Sudamericana en Buenos Aires, comenzaron a salir, prontos para la venta, los primeros ejemplares de “Cien años de soledad”, el buque insignia de la voluminosa obra de Gabriel García Márquez. Y con el paso del tiempo un eslabón fundamental de la literatura universal.
Aún faltaban 15 años para que cayera en manos de García Márquez el Premio Nobel de Literatura, que recibió en 1982, pero aquella novela marcaría su obra y a todo el movimiento. Se dice que “realismo mágico” fue un concepto utilizado por primera vez por un crítico de arte alemán llamado Franz Roh, quien en 1925 así se refirió a una pintura y así se tradujo al español en una revista. Y que a fines de los 40 comenzó a ser usado en la Literatura para intentar definir ese deambular del hombre “como un misterio en medio de datos realistas”.
En ese camino, en el que la fantasía se cruzó constantemente con la realidad, García Márquez dio vida a una historia que trascendió fronteras y tiempo. Y no solo por la propia novela, sino también por el folclore con ribetes de leyenda que rodearon todo el proceso de escritura y que el autor se encargó de mantener vivo y con la llama encendida. A lo largo de cinco décadas en infinitas charlas, entrevistas y talleres fue revelando y consolidando una especie de historia paralela a los vaivenes de los Buendía y Macondo que permitió saber cómo fue escribir su novela más célebre. Más de una vez admitió con sorpresa que nunca imaginó que alcanzaría tal nivel de éxito. En 2007 recibió un premio en el marco del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebró en Cartagena de Indias, y allí comentó: «Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura. Nunca he visto nada distinto que mis dos dedos índices golpeando, una a una y a un buen ritmo, las 28 letras del alfabeto inmodificado que he tenido ante mis ojos durante estos setenta y pico de años”.
Entre los detalles de la novela que reveló con el paso del tiempo quizás el más llamativo sea que la historia comenzó a tomar forma en su cabeza muchos años antes de su publicación. Más precisamente cuando escuchaba a su abuela Tranquilina Iguarán, quien le inventaba cuentos a la hora de la siesta. Con ese bagaje interior, la novela se le presentó como una iluminación una tarde de 1965 cuando viajaba conduciendo su auto Opel de color blanco con su esposa Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo a bordo. Iba camino a Acapulco y tuvo una especie de revelación. «Me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera», escribió García Márquez en una nota que se publicó en 2002 en la revista Cambio. Y confesó que esa ebullición interior hizo que girara el auto en medio de la carretera y se volviera a Ciudad de México para sentarse frente a su vieja máquina de escribir en “la cueva de la mafia”, tal como llamaba a la habitación en la que solía escribir desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde.
Hasta ese momento, García Márquez se ganaba la vida a duras penas trabajando como periodista y guionista de cine. Ya había publicado algunas novelas (“La hojarasca”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “La mala hora”) pero aquello no se traducía aún como estabilidad económica. Las débiles arcas familiares lo obligaron a pedirle algo de dinero a su amigo, el escritor colombiano Álvaro Mutis, quien lo auxilió sin dudarlo con cinco mil dólares. García Márquez se los dio a Mercedes con el ruego de que ocupase de todo por los siguientes meses porque él tenía previsto encerrarse a escribir. Fueron finalmente 14 meses. Durante ese tiempo Mercedes administró con rigor marcial los ahorros de la familia para apenas sobrevivir e incluso estirar los pagos del alquiler de la casa.
Las dificultades económicas lo llevaron a enviar el manuscrito de “Cien años de soledad” por correo a Argentina. Pero el dinero no le alcanzaba para enviarla completa (dos paquetes), por lo que se decidió a enviar solo una parte y por error mandó la segunda, la del final. Pero resultó suficiente para cautivar a los editores quienes de inmediato decidieron publicarla. «Antes de que consiguiéramos el dinero para mandarla, ya Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Sudamericana, ansioso de leer la primera mitad del libro, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarla», dijo el escritor en una entrevista.
En el libro biográfico “El viaje a la semilla”, del periodista colombiano Dasso Saldívar, quien realizó una profunda reconstrucción de la vida de García Márquez, se cuenta el preciso instante en que el escritor reveló “en público” que estaba escribiendo una novela que lo tenía hipnotizado. Fue en una reunión en setiembre de 1965 en el Palacio de las Artes, en Ciudad de México, luego de una conferencia de Carlos Fuentes sobre su novela “Cambio de piel”. Allí se encontraban varios amigos del mundo literario que se trasladaron hasta la casa de Mutis. En un momento García Márquez comenzó a compartir algunos detalles de la historia que estaba armando en torno a los Buendía. La conversación cautivó a los presentes y se extendió por más de tres horas, en las que solo se oyó la voz del escritor a quien rodeaba una platea absorta. En un momento, cuando se refirió a la historia del cura que levita, alguien lo interrumpió. “¿Pero de verdad levita, Gabriel?”, le preguntaron. Y la respuesta de García Márquez fue una explicación aún más fantástica que la propia historia. “Ten en cuenta que no estaba tomando té sino chocolate a la española”, le dijo. Un rato después, al finalizar, les preguntó a todos si les gustaba la novela que acababa de narrarles. Y María Luisa Elío, una amiga española, resumió casi en una premonición lo que habría de ocurrir dos años después y le respondió: “Si escribes eso, será una locura. Una maravillosa locura”.
En el mismo libro dice Saldívar: “Puesto que necesitaba un tono absolutamente convincente que hiciera verosímil el heterogéneo mundo de Macondo, comprendió de pronto que la solución del problema estaba en el origen: Cien años de soledad debía se narrada con la misma ‘cara de palo’ con que su abuela Iguarán Cortés le contaba de niño las historias fantásticas. (…) La misma ‘cara de palo’ con que Juan Rulfo había poblado Comala de un hervidero de almas que van y vienen”.
La primera edición de “Cien años de soledad” salió con 471 páginas y causó tal impacto que se agotó en apenas tres semanas. En esos 20 días se vendieron ocho mil ejemplares y la editorial, que no estaba preparada para tal acontecimiento, debió preparar en forma urgente una segunda edición.
Ésta semana se cumplieron 50 años de aquella primera vez que alguien abrió un libro y leyó: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…». Y la Literatura ya no fue la misma.
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