En el lejano tiempo en que llegó hasta aquí, los transeúntes, patidifusos, se detenían a admirar su cuerpo envuelto en tules. No era para menos, en los límites del decoro, “inefable, irreal, melodiosa, imprevista”, su belleza deslumbraba sus pupilas.
Hoy, algo opacado aquel brillo abracadabrante por los embates de los elementos, el esmog y la profanación de las palomas, desde las alturas del templete en el que habita, aún esparce su encanto para regalo de quien se tome la molestia de levantar la vista hacia ella.
(Ubicación: Av. Uruguay 1760)







