Salvador Schelotto
“A las ciudades no las hacen ni los arquitectos, ni los ingenieros, ni los intendentes, a las ciudades las hace la gente que las habita”…
Palabras más, palabras menos, esa es una afirmación reiterada con frecuencia por Mariano Arana, quien desde su profunda convicción humanista centraba su visión en la esencia de lo urbano, desplazándolo desde lo inanimado (la piedra, el hormigón, el ladrillo) a la dimensión social, cultural y de convivencia. Las ciudades son -somos- la personas que las habitamos. Así también, los ambientes, los ecosistemas, somos quienes los habitamos.
¿A qué causas debemos atribuir el deterioro ambiental y la afectación a los ecosistemas?
Por un lado, tenemos indudablemente las graves afectaciones que derivan de un modelo productivo extractivista y de patrones de consumo exacerbados. Pero en esta columna de hoy me detendré un momento en otros factores también estructurales pero que no ha tenido tanta visibilidad: los que derivan de las desigualdades sociales.
El deterioro ambiental y la pobreza conforman un par indisoluble. Si una sociedad es desigual genera grave s afectaciones al ambiente. Cuanto mayor desigualdad, habrá más pobreza y exclusión y los problemas ambientales serán mayores. Esto se puede comprobar a simple vista en las periferias urbanas de Montevideo, en lugares donde existen diferentes afectaciones y conflictos ambientales. Algunos de ellos se deben a omisiones y acciones inescrupulosas de particulares y de empresas, como es el caso de los vertidos de sustancias contaminantes o de residuos. Otros derivan de la inexistencia de saneamiento o de la clasificación informal y el descarte de residuos en canteras, márgenes de arroyos y de cañadas. Y, en general, de la presencia de mucha basura esparcida. Situaciones que son claramente identificables en el cinturón urbano-rural de Montevideo.
Ahora bien, ¿qué se debe hacer para superar esas dificultades y avanzar?
En primer lugar, se necesita del aporte del conocimiento científico y la academia, así como de los propios involucrados. No es posible superar ni modificar ninguna realidad sin conocerla bien. Para enfrentar los problemas de las ciudades y los territorios se necesita no solamente del conocimiento experto sino además del conocimiento experimentado (ese saber que las personas adquieren desde sus vivencias personales) y de ese diálogo de saberes es desde donde será posible entender los problemas y trabajar para resolverlos. Por eso siempre se necesita la cercanía, la escucha, el diálogo.
En segundo lugar, apelaremos a la acción pública. Las políticas sociales son el instrumento principal de la acción pública desde el estado (nacional, departamental, municipal), y su articulación es imprescindible: vivienda, empleo, salud, educación.
En tercer lugar, convoquemos a la sociedad. La sociedad civil nos muestra una creatividad y capacidad de abordar y resolver problemas y dispone de la energía que se necesita para sumarse en la búsqueda de soluciones.
A la lucha contra la pobreza y la exclusión se debe incorporar la dimensión ambiental, desde el primer momento. Hay algunos lugares donde se puede concretar esa mejora.
Pongo a modo de ejemplo acciones para la restauración ecológica de espacios deteriorados como los humedales y los márgenes de arroyos y cañadas y también los propios cursos de agua. Por supuesto, con participación e involucramiento de las comunidades locales.
Estoy convencido de trabajar en esa dirección. Así lograremos tener un mejor ambiente: cuando integremos mejor a la sociedad montevideana.