“yo hago lo que me parece que puede motivarnos a poner de manifiesto nuestra realidad, cuestionarla y hacernos cargo, que es el lugar del arte” (Sergio Luján)
El lunes 11 de setiembre se presenta en el Teatro Solís El Cónsul, una ópera de Gian Carlo Menotti estrenada en Filadelfia en 1950. Sergio Luján es el director escénico de esta versión, y con él conversó Voces sobre algunos aspectos de lo que promete ser uno de los sucesos artísticos del año.
Hace algunos años Sergio Luján (nacido y formado en Argentina pero hace dos décadas radicado en Montevideo) y el Laboratorio de Práctica Teatral iniciaron un camino de búsqueda hacia una dramaturgia propia que tenía como pasos previos abordar autores como Mauricio Kartún, Witold Gombrowicz y Roberto Arlt. En esa búsqueda fueron abandonando el camino de la “representación” teatral y la subordinación a lo “textual” para ofrecer espectáculos en donde lo performativo es central. La lógica performativa no es siempre bien entendida por parte del medio teatral, pero los espectadores desprejuiciados disfrutan de los espectáculos del Laboratorio como una experiencia total, más allá de categorías y clasificaciones. En ese sentido que Luján asumiera el desafío de realizar la “puesta en escena” de una ópera en la temporada del Solís es una apuesta a renovar el público pero también un riesgo, estando la ópera inmersa en un sistema de producción en general mucho más museístico y conservador que el teatral. Sobre esto nos decía el director: “Es un riesgo total que se decidieron a correr y yo de avezado también. En esto de la tradición aparece la dificultad de aceptar posibles otros paradigmas, porque de hecho esto no se trata de romper la tradición, yo hago lo que me parece que puede motivarnos a poner de manifiesto nuestra realidad, cuestionarla y hacernos cargo, que es el lugar del arte. Y mirá qué mirada tradicional sobre el arte. Y yo creo que el arte tiene ese lugar de compromiso, y creo sobre todo que las nuevas disciplinas plantean eso. Cuando emergen el happening, el fluxus, la performance, se plantean: ‘este arte canónico no nos está ayudando con todo esto que se viene: publicidad, control de masas, medios de comunicación. Necesitamos generar un tipo nuevo de arte que pueda hacerse cargo del nuevo mundo que estaba llegando (en la segunda mitad del siglo XX) y modificarlo’. Y este es el giro performativo que pega en las nuevas disciplinas que no pretende reflejar la realidad sino, como planteaba Brecht, transformarla. ¿Mediante qué? Mediante el cuerpo, el cuerpo es el centro del trabajo performativo, el cuerpo del intérprete. Ese cuerpo que se modifica mediante una performance necesariamente modifica la realidad porque ese cuerpo es modificado”
¿Cómo se da la convocatoria dirigir El Cónsul?
Uno de mis primeros trabajos en Montevideo fue un musical con el coro de la Universidad que dirigía en ese momento Francisco Simaldoni. Eso me relacionó con la gente de la música clásica y empezamos a tener una relación de amistad con muchos de ellos. Hace un par de años una de las personas de ese coro, Lucía Leite, me convoca para que realice la dirección de La flauta mágica que estaban haciendo con Objetivo Lírico y tenían 15 días para estrenar y habían perdido el regisseur… Yo tengo esa fama de kamikaze (risas) y acepté, y plantamos la puesta desde un lugar que se acercaba a lo performativo, con mucha influencia de Bob Wilson, con mucha influencia de (Tadeusz) Kantor. En El Cónsul como un homenaje a Kantor uso maniquíes, a quien considero sí el gran rompedor del teatro del siglo XX.
Impresionaba en esa versión de La Flauta mágica la capacidad de modificar lo que la obra estaba diciendo sin cambiar la partitura, solo a través de la puesta.
Es que esa es la cuestión del siglo XXI, el arte no tiene nada más para decir, no tiene que enseñar, no tiene que hacer moral barata, el arte lo único que tiene que hacer es dar cuenta de la existencia, dar cuenta del presente. Lo otro corre por cuenta del interpretante, corre por cuenta de quien otorga el sentido, que es el espectador. De esa manera la escena se libera del yugo que le impone el texto. El lenguaje musical, que sí tiene una partitura y está contando una historia funciona de forma totalmente independiente y sin subordinar el otro lenguaje que está funcionando a la vez, que es la escena. Y la escena lo que está haciendo es poner de manifiesto la realidad, entonces no hay nada que se cuente. Si vos querés podés seguir la fábula que está narrando el sistema musical, pero creo que es más interesante lo que sucede con el cruce. La música entra, y se vive desde un lugar visceral. Y se cruza con otro sistema en el que no hay nada que entender, hay un sinfín de sentidos por construir, un sinfín de asociaciones por realizar. Lo único que hacemos en todo caso es poner de manifiesto algunos elementos de la realidad que creemos pertinentes, y desde ahí cada cual hace la construcción de sentido que quiere. Así funcionó La flauta mágica y tuve la fortuna de que la viera gente muy vinculada con la música, entre ellos los organizadores de ópera del Teatro Solís, que en aquel momento eran Augusto Techera y el director de la Filarmónica Martín Jorge con quien estamos trabajando en El Cónsul, y dijeron “vamos a hacer algo así”. En El Cónsul somos cuatro directores trabajando de forma colaborativa, eliminando el concepto de regisseur.
Si bien has dicho que la historia no es lo relevante El cónsul se centra en un intento de un disidente político de huir de su país, algo que puede vincularse de muchas formas con hechos contemporáneos.
Totalmente, creo que si hubo una especie de cruce magnético o cósmico es esta posibilidad de volcar en El Cónsul aquello que toda mi vida me ha importado o por lo que he estado trabajando, desde la militancia, desde mi pensamiento político, desde la militancia en la facultad en Argentina. Porque lo que propone El Cónsul es repensar el Estado. Giancarlo Menotti (que escribe el guión y la música de la ópera), escribe El Cónsul a partir de una experiencia personal. Se cruza con una mujer en un aeropuerto que no puede comunicarse por el idioma, y quiere entrar a EE.UU. pero tiene problemas de papeles y queda segregada. Y esta anécdota del individuo frente al estado, del individuo parado frente a la frontera, detenido por una maquinaria que no conoce, lo lleva a escribir un texto que teatralmente es casi una tragedia griega, y que tiene una música extraordinaria. Fue sentarme a leer y escuchar El Cónsul y pensar: “esto es lo mejor que me ha pasado para poner de manifiesto todo esto que vivimos sin llegar a comprenderlo del todo”. Miles y miles de muertos en el mar Mediterráneo, la gente del África trepándose a la valla de Melilla para tratar de cruzarla, recibiendo palazos. La desaparición de una persona en un estado de derecho acá al lado (Santiago Maldonado en Argentina). Y ni hablar de lo que ha sucedido aquí con un estado de terror, y la falta de respuesta sobre los desaparecidos, la falta de castigo a los culpables, todo eso tan olvidado a propósito por todos, incluyendo por quienes creíamos que no. Todo eso es El Cónsul. Hasta tal punto que dije: “si vamos a hacer un hecho artístico de esta magnitud necesitamos a los protagonistas”. Así que me contacté con la coordinadora de Familiares de Desaparecidos para que fueran protagonistas de El Cónsul, y lo logramos.
El Cónsul, de Gian Carlo Menotti. Dirección Musical: Martín Jorge
Dirección Escénica: Sergio Luján. Dirección de arte: Sergio de los Santos. Dirección de realización: Paula Kolenc. Elenco: Eiko Senda, Adriana Mastrángelo, Leonardo Leiva, Leonardo Estévez, Stephanie Holm, Gerardo Marandino, Fernando Barabino, Sofía Mara, Julia Bregstein, Clementina Moreira, Julio Reolón.
Funciones: 11, 13 y 15 de setiembre a las 20:00. Teatro Solís.
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