De la naturaleza de dos museos por Nelson Di Maggio
El surgimiento de nuevos museos de arte a partir de la década del 70 del siglo pasado, de manera torrencial e incontenible en numerosos países, reveló formas innovadoras audaces y catapultó a los arquitectos a un nivel de popularidad insospechado.
Los primeros edificios —Centro Pompidou (1977) y Pirámide de Pei (1989), París— suscitaron desaforadas polémicas que, por primera vez, sacaron del anonimato los nombres de los constructores de las modernas catedrales; se convirtieron en estrellas en el disputado firmamento de la fama cultural. Si los espacios interior y exterior se modificaron de manera sustancial y el montaje alteró el cansino ritmo tradicional, la concepción filosófica e histórica se mantuvo dentro de una ordenada, aunque oscilante cronología.
No obstante, dos instituciones resolvieron apartarse de los racionalismos y estéticas aceptados por la enorme mayoría de los museos. Quizá, incentivado por el lema de Cézanne «el arte paralelo a la naturaleza», el empresario y coleccionista de arte alemán Karl Müller resolvió adquirir en Neuss, a 17 kilómetros de la ciudad de Düsseldorf, una zona pantanosa, donde funcionó la base de misiles de la otan, una vieja casona de 1816 con la intención de apoyar y alojar a los artistas jóvenes. Contrató al arquitecto Bernhard Korte para adecuar el terreno, rediseñar la estructura con paisajes minimalistas, mientras el escultor Erwin Heerich, entre 1982 y 1994, creó once pabellones de exposiciones diseñados con enérgica austeridad geométrica que el propio Müller denominó «capillas en el paisaje».
En 1996 se inauguró el Museo Insel Hombroich, todavía con los espacios verdes inmaduros y la caminería sin terminar que sin duda hoy, veinte años después, han sido superados. Lo singular y sorprendente comienza a la entrada, en la taquilla. El precio es alto con relación a otros museos, pero la aclaración llega con puntualidad germana: el visitante tiene derecho a consumir la comida regional gratuita en el restaurante y permanecer el tiempo que desee. Mayor sorpresa depara recorrer los once pabellones con guion curatorial de Gotthard Graubner: las puertas están abiertas, no hay personal de vigilancia, las obras no tienen identificación, se omiten las explicaciones y textos de pared, ausente cualquier cronología. Se entrecruzan cuadros de Schwitters o Fautrier y esculturas de las antiguas culturas asiáticas, cerámicas chinas con vestuario de Matisse, acuarelas de Cézanne con una escultura Khmer, Picabia y Rembrandt. La historia del arte sin nombres ni fechas ni procedencia ni estilo. Solo involucrarse con cada pintura, grabado, escultura, mobiliario, video, cerámica aceptando la austera arquitectura y naturaleza circundante hasta crear una atmósfera de serenísima contemplación, un diálogo entre el pasado y el presente, el deleite de recorrer libre de interpretaciones y conjeturas, de biografías y anécdotas de objetos singulares que tienen una vida paralela a la naturaleza. Pocas experiencias de tan extrema sutileza son capaces de conducir al visitante a un momento de revelación, epifánico.
Cuando a Wolf Vostell (Alemania, 1932-1998) se le ocurrió viajar a España en 1974 para conocer los cuadros de Zurbarán del monasterio de Guadalupe, en la provincia de Cáceres, quedó deslumbrado con el paraje cercano Los Barruecos, monumento natural de rocas graníticas gigantes, modeladas por el tiempo; de inmediato lo declaró «obra de arte de la naturaleza» (youtube.com/watch?v=a3QsAVyDn70). Vostell, artista hispano-alemán formado en las academias de arte en Colonia y Düsseldorf, y en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, ostentaba una personalidad arrolladora y locuaz, en permanente inventiva e incorrección política y estética, sin olvidar el corrosivo humor. En Montevideo dio una conferencia en el Centro de Artes y Letras.
El Museo Vostell Malpartida se erigió en un antiguo Lavadero de Lanas del siglo xviii, cedido por la Junta de Extremadura en 1992 para rehabilitar el edificio y alojar la colección de pinturas, esculturas, grabados, videos, películas, instalaciones, fotografías de performances, happenings y dé-collages, una de sus invenciones. Vostell, figura importante del grupo Fluxus, fundado por George Maciunas en 1962, integrado por artistas, músicos y poetas (Allan Kaprow, Yoko Ono, Nam June Paik, Joseph Beuys, Charlotte Moorman. John Cage), de orientación neodadaísta y conceptual, sacudió el escenario internacional por sus intervenciones supuestamente escandalosas y eróticas en público.
Vostell vivó en una Alemania dividida, de enfrentamientos terribles y mutuas desconfianzas, con tragedias personales y víctimas del Holocausto; estuvo contra la guerra de Vietnam y las protestas masivas. Practicó una estética de la destrucción que pretendía recoger el carácter opresivo y negativo del mundo actual. Utilizó el hormigón como si fuera material pictórico cubriendo automóviles y televisores de estremecedor impacto visual. En el espacio exterior del museo el Opel Kadett del artista se mezcla con las rocas cubierto de hormigón, escultura pétrea entre esculturas graníticas.
A la magnífica obra de Vostell se agregó la donación de una parte de Fluxus del coleccionista italiano Gino Di Maggio, integrada por más de doscientas obras (ambientes, instalaciones, cuadros-objetos, cuadros y partituras) de treinta y un artistas de procedencia europea, estadounidense y asiática.
Es probable que ninguno de estos dos museos exista en las guías turísticas; tampoco los especialistas son afectos a incluirlos en sus derroteros por tierras de España y Alemania. No aptos para la generación digital.
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