Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name) Italia/Francia/USA 2017. Dirección: Luca Guadagnino. Libreto: James Ivory basado en novela de André Aciman. Fotografía Sayombhu Mukdeeprom. Con: Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel. Estreno: 15.02.2018. Calificación: Buena.
Llámame por tu nombre, que el año pasado causó sensación en el Festival de Sundance, presenta una colaboración totalmente inesperada: la del joven cineasta italiano Luca Guadagnino (Melissa P., El amante, Cegados por el sol) y el legendario James Ivory, autor de recordados títulos como Lo que queda del día, Un amor en Florencia y La mansión Howard. Noticias del exterior indican que Ivory estuvo a punto de codirigir esta película con Guadagnino, pero los productores consideraron muy riesgoso tener al veterano cineasta de 89 años tras las cámaras, y se limitaron a pedirle que escribiera el libreto. Llámame por tu nombre es la historia de amor veraniego de Elio (Timothée Chalamet), adolescente de 17 años de edad, y Oliver (Armie Hammer), estudiante de arte de 30 años, invitado por los padres de Elio (Michael Stuhlbarg, Amira Casar) a su casa familiar de la Riviera italiana.
La inesperada dupla Guadagnino-Ivory, cineastas de estilos muy distintos, separados por más de 40 años de edad, redondea un ejercicio intuitivo y muy detallista, donde las miradas y pequeños gestos desarrollan una sólida historia sobre el amor iniciático y el dolor que queda cuando llega el inevitable final. Esta historia se nutre ciertamente de lugares comunes, pero huye de afectaciones y vueltas de tuerca inverosímiles. En todo momento en esta película el cómo importa mucho más que el por qué, y aunque hay alguna instancia un tanto artificiosa (el episodio del melocotón) queda validada porque aquí lo importante no es la anécdota en sí misma sino el efecto que tiene sobre Timothée Chalamet, joven de presencia y carisma atípicos, y Armie Hammer (Llanero Solitario, El agente de Cipol), que detrás de su imponente fachada esconde fuertes dosis de vulnerabilidad.
El espectador se engancha a Llámame por tu nombre de manera casi imperceptible, lo cual es en sí mismo un acierto. Sin embargo, de él surge -en rara paradoja- el talón de Aquiles de la propuesta: el empleo de un tempo narrativo demasiado extendido, en un film que no necesitaba 70 minutos de metraje para que la trama llegara al clímax. De manera inversa, y en claro desfasaje, el guion despacha la historia de amor en forma demasiado expeditiva, casi abrupta podría decirse. El resultado de todas formas no se desbalancea, pero si para contar esta historia Guadagnino y Ivory hubieran empleado 90 minutos en lugar de 132, Llámame por tu nombre hubiera sido una obra mayor.
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