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Desinformación programada por Juan Martín Posadas

Desinformación programada por Juan Martín Posadas
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La noticia de la liberación de Lula ha ocupado los titulares de todos los diarios del mundo y produjo felicitaciones y regocijo por doquier. No es una fake news: Lula se fue efectivamente para su casa. Pero es una half news, una verdad a medias.

Tal como figura en los titulares –Lula libre-  induce a pensar en un acto judicial, una revocación de la sentencia, una absolución. Y también induce a pensar que se trató de un acto dirigido específicamente al ex presidente (intuitu personae). Son dos pistas falsas, ambas contenidas tanto en los titulares de prensa como en los motivos de celebración.

La verdad completa es que no hubo ningún acto judicial nuevo, ninguna revocación de sentencia, sino un cambio de criterio en el Supremo Tribunal Federal (la Suprema Corte de Brasil) que modificó su interpretación anterior respecto a la habilitación de prisión después de dos instancias condenatorias, aún estando pendientes una apelación final (tercera instancia prevista). Según este cambio de interpretación el acusado puede esperar en libertad hasta la última instancia.

Por consiguiente, la noticia completa, la información que no extirpa los datos “inconvenientes” es: Lula sale libre junto con todos los que estaban presos por las mismas causas, es decir, los jerarcas corruptos de Petrobras, los grandes empresarios coimeros que sobrefacturaban la obra pública, los gobernadores, Ministros y Senadores del P.T. que se dejaban comprar. Todos libres; la nueva interpretación los alcanza a todos. Por tanto, la noticia completa no es: Lula libre (¡viva!) sino: los soltaron a todos (¡qué desastre!).

En el Brasil la corrupción, que viene de muy atrás y se había tornado endémica, no pudo ser combatida con eficacia hasta hace pocos años cuando los jueces pudieron conseguir dos cosas. 1) la delación premiada; la única forma de romper el secreto de las mafias y conseguir pruebas de las trenzas entre empresarios y jerarcas públicos fue canjear años de cárcel por suministro de información. 2) la posibilidad de meter entre rejas a los condenados en dos instancias sucesivas auque estuviera pendiente una apelación final ante el S.T.F. ; los abogados habilidosos que los peces gordos podían pagar sabían procrastinar  los procedimientos por años y años, hasta que el acusado hubiese muerto o el delito prescripto. Sin esos dos instrumentos no había condiciones para combatir la gran corrupción con eficacia. Ahora en Brasil todo volverá a ser como antes: irán presos los pobres.

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Casi contemporáneo con la simplificación interesada de lo ocurrido en Brasil irrumpió otra noticia: golpe de estado en Bolivia. También en este caso el compromiso con la información fue aplastado por los compromisos políticos o ideológicos de los analistas y de los periodistas.

En Bolivia había un gobernante, Evo Morales, que se venía perpetuando en el gobierno mediante la imposición y las artimañas. Al cabo de su primer mandato inventó un argumento fantástico para presentarse a una reelección prohibida a texto expreso en la Constitución vigente (que él había promovido). Después puso la reelección a consideración en un plebiscito: y perdió, los bolivianos dijeron no. Desconoció ese pronunciamiento y se presentó de nuevo, el mes pasado. En el escrutinio y recuento de votos subsiguientes armó un fraude colosal: nadie lo niega, él mismo aceptó votar de nuevo. El que se queda en el gobierno por la fuerza obliga a que lo saquen por la fuerza. ¿Qué otro medio queda?

Evo Morales transformó política, social y económicamente a Bolivia: no cabe duda. Hago notar que en su primer gobierno arrancó por hacer respetar a su país por otros gobiernos (progresistas y hermanos) que lo estaban estafando. Ajustó drásticamente el precio del gas que Argentina (Kirchner) le compraba a precios irrisorios y nacionalizó el petróleo echando a Petrobras (Lula).

Pero sobretodo reconoció y respetó y le dio voz a la Bolivia indígena (es decir, a la mayoría) como nunca antes se había hecho. Pero después, con el correr del tiempo y las sucesivas reelecciones, poco a poco, Evo se creyó más importante que Bolivia. Como dice Raúl Zibechi en una excelente y completa nota sobre el tema (Brecha 13/11/19), Evo perdió a Evo. Cuando se tuvo que ir ya no tenía ni siquiera el apoyo de la Confederación Obrera Boliviana, su gran respaldo inicial. Los que han venido después no tienen legitimidad ni representatividad, es cierto, pero tampoco tienen la culpa.

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Las izquierdas –las nacionales y las de la región- están alarmadísimas por lo que definen como un concertado y feroz empuje conservador que las ha desalojado de los gobiernos o amenaza hacerlo. Si analizan con honestidad las cosas que han pasado verán que no se trata de que las derechas hayan descubierto una especie de Viagra político, sino que las izquierdas han dado motivos –gruesos motivos- para que el voto los desaloje de los gobiernos.

El jolgorio por la liberación de Lula sin análisis completo y sin criterio de seriedad, como se viene haciendo, es una manera más vistosa (pero igualmente deplorable) de abrazar y reproducir aquella sentencia de Sendic: “si es de izquierda no es corrupto y si es corrupto no es de izquierda”. Los llantos y lamentos por la defenestración de Evo Morales muestran lo mismo.

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