El próximo 3 de mayo se estrena Toda mi vida me gustaron las matemáticas, tercera entrega de la Pentalogía Distópica de la actriz y dramaturga Stefanie Neukirch.
Si bien los universos de la pentalogía, iniciada en 2018 con el estreno de No ver, no oír, no hablar en el Teatro Circular, son diversos, la pregunta sobre la identidad individual de las personas los recorre a todos. La identidad entendida no como una característica aislada y autónoma de los individuos sino como algo que se construye en relación con los demás, a partir de la imagen que los demás nos devuelven de nosotros mismos. Y esta característica de las obras parece vincularse directamente con el periplo vital de la autora y actriz integrante de la Comedia Nacional.
Neukirch, hija de una uruguaya y de un diplomático alemán, nació en Bonn, Alemania, pero al año se instaló en nuestro país. Sus primeros recuerdos son de Montevideo, pero a los cinco años su padre es trasladado a El Salvador, y luego nuevamente a Alemania, donde la futura actriz realiza sus primeros estudios. Ya en edad de estudios secundarios la familia se instala en Guatemala y es allí donde comienza el primer acercamiento al teatro. Curiosamente, si bien había vivido muy pocos años en el Río de la Plata, el primer trabajo profesional de Neukirch es una adaptación de la película Camila, de la argentina María Luisa Bemberg. El filme transcurre en el marco de los convulsionados años del gobierno de Rosas en Argentina, durante la primera mitad del siglo XIX. Sobre esta particularidad Neukirch señala “Mi padre era alemán, mi madre es uruguaya, y cuando vivíamos en Guatemala era tierra de nadie. Y ahí es como que las dos culturas pretenden tener un lugar en tu vida. Cuando vi Camila quedé muy tomada por lo que era en primer lugar escuchar el acento del Río de la Plata. Yo vivía en Centroamérica y hablaba como centroamericana. También me impresionó la temática de la pieza, esa familia acomodada y esa hija que se fuga con un sacerdote. Me parecía un tema que tenía muchas aristas, yo era muy joven, tenía 16 o 17 años, y con el grupo de teatro en el que trabajaba se nos ocurrió hacer una adaptación teatral”.
La búsqueda de la identidad entonces parece vertebrar la propia vida de la dramaturga, quien también cuenta que en este momento está en un proceso de recuperar sus raíces germánicas. Pero volviendo a los años en Guatemala, los primeros acercamientos al teatro, a partir de talleres, devinieron en la conformación de un grupo integrado en su gran mayoría por indígenas. Con ese grupo realizaron, por ejemplo, dos versiones de Romeo y Julieta: “Lo que era muy interesante desde el punto de vista pluricultural. El actor que interpretaba a Romeo era indígena y hablaba un español muy mestizo, porque su lengua era el kaqchikel, otros hablaban kekchí, hay treinta y cinco lenguas en Guatemala. Y bueno, tomaba otro trasfondo el hecho de que yo fuera blanca, germánica y él fuera indígena”.
Ya decidida a dedicarse al teatro, a los 19 años Neukirch marcha a Nueva York. “Por su posición geográfica Guatemala está tremendamente influenciada por los EE.UU., mucho más que el Cono Sur. Yo no me podía imaginar profesionalizar la carrera si no era saliendo, y por la propia dinámica cultural de Guatemala era lógico que en lugar de irme a Europa me fuera a Estados Unidos, aunque no tuviera raíces allí”.
Parece lógico a partir de tu itinerario vital el interés por indagar en la identidad individual, en qué consiste y cómo se construye.
Sin duda, y creo esa búsqueda nunca va a estar completa. Supongo que es algo que todos hacemos periódicamente y que la identidad no es un tema sencillo para nadie, pero ciertamente cuando todo el tiempo el músculo que activaste y que entrenaste desde tu más tierna infancia es el de la adaptación a otras culturas, a otras lenguas, a otras formas de pensar, a otras formas de todo, es bien fácil perderte. Y además como naturalmente queremos ser queridos y pertenecer a un grupo, mi manera era adoptar el acento del lugar, tenía mucha facilidad para eso en su momento. Y mirá, cuando vivía en Guatemala y hablaba como guatemalteca, cierto día llegó de Uruguay una chica nueva a mi clase, que hasta el día de hoy es mi mejor amiga, y me dice «vos sos alemana y uruguaya ¿por qué hablás como guatemalteca?». Y fue un momento muy difícil para mí asumir eso, en mi casa mi madre hablaba a los «uruguayo» se podría decir. Así que un día tomé la decisión, casi como quien hace un personaje que le queda muy exterior, de ir al colegio hablando como uruguaya. Y claro, todo el mundo me preguntaba qué me había pasado, aunque después se fueron acostumbrando. Pero me acuerdo del miedo la noche anterior de tomar esta decisión porque pensaba «capaz que me quedo más sola”. Porque los demás se podían preguntar «si ahora sos así ¿quién eras antes?». Y bueno, convengamos que la carrera que elegí tampoco ayudó a asentar una identidad u otra (risas)
¿Fue la pregunta por la identidad el disparador de No ver, no oír, no hablar? ¿O la noticia sobre la empresa japonesa que “alquila familiares”? Qué parece ficción pero es real.
Lo que me fascinó de ese tema era lo poco que tenía que hacer desde la escritura porque todo estaba contenido en la idea. La historia está centrada en la madre y en el vínculo con su hija, ficticia o no, pero además da para hacerle un seguimiento a cada uno de los personajes que trabajan en esa empresa. Las vidas que pueden llegar a tener, los conflictos, ficcionales o no, a los que pueden estar enfrentados. La idea me impulsó muchísimo, y además adiviné la metateatralidad que se desprendía sin tener que hacer nada. Es una historia que puede ser muy sencilla pero que tiene tantas capas, es tan multidimensional, que es eso lo que la vuelve interesante, más que el cuento en sí. Y eso es lo que sentí con esta temática. Una familia de alquiler, una madre a la que se le paga para hacer un rol. Todo el lenguaje teatral que hay allí. Una actriz que no puede salir del rol y al mismo tiempo una madre que necesitaría ponerle pausa a eso. Y tampoco se puede. La sensación de la obra es como una suerte de esclavitud, de tener que repetir algo y no poder salir.
En Valor Facial la pregunta por la identidad vuelve a estar presente, ahora a partir de la posibilidad de habitar otro cuerpo.
Absolutamente. Y pasaron cosas curiosas. La obra estaba escrita desde el 2019 pero por la pandemia se tuvo que estrenar en el 2021. Y justo en la época del estreno estaba saliendo una campaña de Dove sobre un estudio que rebelaba que cerca del ochenta y cinco por ciento de las niñas de 13 años en Uruguay usaban filtros o modificaciones antes de subir cualquier tipo de contenido a sus redes. Me pareció increíble lo pertinente respecto al tema que estaba investigando. Por supuesto, esto es una distopía y en toda la pentalogía una de las investigaciones es ver hasta qué punto se sostiene lo verosímil y cuando se nos va un poquito hacia la ciencia ficción. Yo estoy interesada en mantener, en lo posible, lo verosímil. Y bueno, en esta obra meto el acelerador y al final claramente estaríamos traicionando los códigos de lo que es esencialmente el ser humano. Pero hay muchos lugares que recorre la obra. Por ejemplo, sobre lo que son las aplicaciones en la vida de las personas. Toda la letra chica que no lees y que hace que estés dando un montón de información personal a diario. La tecnología moldea nuestras vidas de forma que muchas veces no tomamos conciencia.
¿En qué momento se te ocurre escribir la pentalogía? ¿Cuándo aparece el plan completo?
Después de No ver, no oír, no hablar, que pensé que era una obra única, me di cuenta que esto de lo que estamos hablando me sigue ocupando y preocupando. Me di cuenta de que si bien las historias que podían salir de estos temas podían ser muy diversas, el tema esencial es el mismo, y por eso consideré que era una pentalogía. Y no se si no va a seguir expandiéndose, porque no sé si hay otros temas que me convoquen tanto como para dejar este de lado. Un tema que tiene múltiples posibilidades, porque en la pentalogía cada una de las piezas plantea un mundo distópico diferente.
En Toda mi vida me gustaron las matemáticas hay una estructura fragmentaria, el texto tiene algo como de collage o de pastiche. Y la actriz es un personaje que en realidad nunca sabés quien es.
Volvemos a la identidad ¿Quién es la actriz? Es tal cual y espero que el espectador capte eso, porque incluso en un momento clave de la obra, que no voy a revelar pero que es un momento complicado, lo único que emerge es la actriz. Es como un ser vacío de otras cosas. Por otro lado pienso que la obra redime mucho al teatro, una de las posibles lecturas es que es una contraposición entre el arte escénico y el arte audiovisual. Está la conductora de televisión, están las ganas de la actriz de dejar toda esa trascendencia y todo ese bagaje tradicionalista que es el teatro y meterse en algo más leve. No porque la televisión sea algo leve, en absoluto, pero hay una mirada como de enfrentar las dos partes. Y por supuesto su connotación vincular, dos mujeres que se están enfrentando, hay un hombre en el medio, esa triangulación que siempre es interesante de investigar en las historias en general. Y está el telón de fondo, en este caso hay una distopía que ya no podemos llamar así porque es el virus mortal, que de alguna manera viene a anticipar una nueva era. A veces me preguntan si es una obra sobre el pasado reciente y yo contesto que sí, pero que también puede ser sobre el futuro. La canción de la obra es justamente The future, de Leonard Cohen, porque hay algo de lo que está pasando en Rusia que nos pega directamente y que no sabés cuanto tiempo más vamos a durar si se toman ciertas decisiones. Pero además, más allá de la temática, es una obra muy divertida, porque dentro de esos monólogos de tanto drama hay como un patetismo que sobrevuela y que hace que los personajes sean tremendamente entrañables y que los puedas comprender humanamente.
¿Cómo te involucrás en el trabajo de llevar el texto a escena? ¿Sos espectadora de los ensayos?
Soy espectadora, y me encanta. Lo vivo como una liberación. No porque me sienta cargada en mi vida como actriz pero hay algo de desocupar el rol. Ver como otro crea algo a partir de una idea que yo tuve, en este caso el director es Fernando Vannet que es muy amigo mío. Y esa idea que después deja de ser mía, ese pasaje me resulta de mucho crecimiento, ver posibilidades que yo no imaginé. Una vez que se entrega la obra es de los otros, es como un cliché que usamos en el teatro pero es realmente así, se lo das al otro y se lo confiás. A veces me maravilla ver como una idea que tuve en el escritorio hace equis cantidad de tiempo se convierte en algo posible, vivo, en el cuerpo de un actor. Como que desde que escribo siento que quiero más a los actores (risas).
¿Cómo se conformó el elenco?
Lo eligió el director, siempre en un ida y vuelta conmigo. Inclusive alguno de los actores y actrices los imaginé o aparecieron en mi conciencia mientras escribía, aunque no sabía si efectivamente iban a ser ellos. Pero había algo de su energía, o del lugar en el que los he visto en otros trabajos. Es un elenco totalmente ecléctico, que es un poco lo que la obra necesita. Vos hablabas de un collage, de un pastiche, y es como una conexión de seres, realmente. Pero insospechadamente esos seres aparentemente tan distintos, en la ficción, están encadenados unos con otros. Y es interesante porque pensá cuantas veces somos tocados e influyen directamente sobre nuestros actos personas que no conocemos. Los libros que hemos leído, los pensadores que hemos digerido. Esa idea me resulta fascinante y está expuesta en la estructura de la obra.
Con estos trabajos volvés al teatro independiente, que tiene una forma de producir totalmente distinta a la Comedia ¿Cómo vivís esa vuelta?
Lo vivo primero como una riqueza, porque tenemos muchos puntos en común con el teatro independiente, y también muchas cosas que nos separan, cosas que tienen que ver como vos bien decís con el funcionamiento, con la producción, con el aceitamiento de toda esa maquinaria que está detrás de lo que se ve en el teatro. Vos vas a ver una obra y ves la obra, todo lo que tuvo que ocurrir para que eso existiera no lo ves. Y en la Comedia tampoco lo ves, está todo tan bien, todas las tareas tan bien delegadas, que el actor y la actriz no se enteran de nada. Y para poder trabajar en el teatro independiente hay que incursionar aunque sea brevemente en la producción, en la difusión, tener una idea de lo que es una planta de iluminación. Es un lugar como de tierra fértil donde realmente tenés un montón para aprender. Y también es un desafío, porque tenés pocas herramientas. Si pudiera elegir me encantaría tener una productora, pero esta cooperativa de Toda mi vida me gustaron las matemáticas, por ejemplo, es de doce personas. Y no podés seguir sumando gente porque sino se convierte en algo que va a pérdida seguro. Así que estoy aprendiendo sobre ese equilibrio, sobre el oficio. Si bien creo que la esencia del teatro es el actor actuando, es mucha la gente que trabaja para que ocurra todo lo demás que tiene que ocurrir. Y que incluso sigue ocurriendo después de haber bajado el espectáculo, porque hay que ver que hacés con la escenografía por ejemplo. Todo el respeto por cada una de las personas que hacen posible que eso ocurra.
Toda mi vida me gustaron las matemáticas. Texto: Stefanie Neukirch. Dirección: Fernando Vannet. Elenco: Mariana Lobo, Victoria Rodríguez, Pelusa Vidal, Horacio Camandule, Rodrigo Garmendia, Nacho Cardozo y Guillermina Rodríguez.
Funciones: del 3 al 8 de mayo, de martes a sábado a las 20:30 y el domingo a las 19:30. Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.
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