Los seres humanos somos bichos muy complicados, eso está claro.
Pero a fuerza de ser acusado de ingenuo, yo soy de los que creo
en la bondad intrínseca del homo sapiens y de ahí no me muevo.
Millones de ejemplos en la historia avalan esta postura optimista.
Por supuesto que hay de los otros, ¿quién no ha sido decepcionado
por alguien, ya sea en relaciones personales, sociales o de laburo?
Y redoblo la apuesta, creo que la mayoría de la gente es honesta.
Más allá de sus convicciones políticas, religiosas, o filosóficas.
Por encima de su nacionalidad, raza, género o clase social.
Y las excepciones que existan, solo logran confirmar esta regla.
Más aún, considero que todos podemos hacer macanas de
cualquier índole, pero la rehabilitación siempre es posible y no se le
debe negar a nadie la posibilidad de una segunda oportunidad.
Estimo que la mayoría de la humanidad comparte esta visión.
Dicho esta especie de declaración de principios voy al punto.
Todos nos sentimos preocupados por el caso del custodio.
Tiene ribetes cinematográficos y no debería haber ocurrido.
Hay que buscar a los responsables y llegar hasta el hueso.
Hubo errores varios, y de eso no se salva ni el presidente.
Los que sabían no se animaron a hablar, vaya a saber por qué.
Y el primer mandatario pecó de exceso desmedido de confianza.
Actuó acorde a su visión del ser humano y lo traicionaron.
Yo me encuentro en las antípodas de su pensamiento político.
Tengo millones de discrepancias en su visión del mundo y lo sabe.
Pero a riesgo de ser excomulgado de la liturgia izquierdista, una vez
más, comparto plenamente su filosofía sobre las personas.
Y casi como que orinando en la iglesia partidaria afirmo que en esta
situación, posiblemente hubiera actuado de la misma manera.
Y reafirmo lo del título de esta nota: Ni gil, ni cómplice.
Alfredo García
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