
Una de las cosas que más nos disgustan son las corporaciones.
La defensa a ultranza que hacen diversos grupos de sus miembros.
Y esto se da en todos los estratos sociales y posturas ideológicas.
Desde los sindicalistas que defienden al chorro por ser trabajador,
hasta los médicos que protegen a sus colegas acusados de
mala praxis, pasando por los políticos que amparan a compañeros.
Si alguien mete la pata, debe hacerse responsable de su error.
No se puede justificar cualquier cosa, porque es un buen tipo.
Y seamos claros, los intereses corporativos presionan y mucho.
Nadie permanece insensible a los lobbies, tampoco la justicia.
Por eso hay que ser siempre muy cauto con lo que se plantea.
Aclarados estos puntos, hoy vamos a defender a Gabriel Pereyra.
No desde la visión de defensa a ultranza de los periodistas como
seres impolutos e intocables que no pueden ser criticados por nada.
Tenemos luces y sombras y por supuesto todos tenemos ideología.
Y por supuesto que hay mercenarios y peones partidarios, pero una
gran parte del periodismo cumple bien o mal un importante aporte.
Sobran ejemplos de buenos profesionales en todos los medios.
Ahora bien, la denuncia penal impulsada por la Dra. Susana Muñiz
es un buen ejemplo de lo que una jerarca nunca debería hacer.
Ser funcionario público expone a la crítica y al escrutinio, por suerte.
Si Muñiz siente que fue mal criticada podría apelar al derecho a
respuesta, doy por descontado que El Observador le daría espacio.
Pero la denuncia penal tiene olor a amenaza y asusta un poco.
Tiene un tufillo a estalinismo trasnochado de verdades únicas.
Implica un ataque a la libertad de expresión, que es inadmisible.
Por suerte el periodista implicado no es de los que se amilana.
Porque queremos seguir calentándonos, debatiendo, criticando,
emocionándonos o apoyando sus acidas e incisivas columnas.
Que quede claro, en este caso, Dra. Muñiz: considere que todos
somos carroñeros y que vamos junto a Gabriel todos en cana.
Alfredo García