A fines del siglo XIX, al llegar al puerto de Montevideo, el bisabuelo Giuseppe se bajó del barco anticipadamente. Su destino original era Buenos Aires. Desconozco cuál fue el motivo de su decisión, pero le estoy eternamente agradecido por haberla tomado.
El origen de la familia está en Mesina, Sicilia. Pero el bisabuelo vino desde Tropea, un pequeño pueblito ubicado arriba de un acantilado en la costa mediterránea de la Calabria. Es un pueblito de ensueño. Solo el hambre y la falta de oportunidades de aquella época pueden explicar que un artesano, como lo era el bisabuelo, decidiera irse de allí para siempre.
Giuseppe se radicó primero en Caraguatá y luego se fue a Tacuarembó. Allí empezó con un pequeño taller y terminó construyendo una de las tiendas más famosas de la ciudad. La suya es la historia de miles de inmigrantes que llegaron a Uruguay sin nada en el bolsillo, pero llenos de ganas de salir adelante. Gente rústica pero laboriosa. Gente que sabía que su futuro y el de sus hijos dependía exclusivamente de su esfuerzo, su inteligencia y de no bajar los brazos. El bisabuelo fue uno de esos miles de inmigrantes que construyeron este país.
Mi abuelo Antonio fue el primero de los más de diez hijos de Giuseppe y Margarita (nunca recuerdo el número exacto). A él, desde niño, se le asignó la responsabilidad de colaborar con el comercio familiar. No había tiempo para estudiar. El abuelo apenas fue a la escuela. En cambio, algunos de sus hermanos pudieron estudiar, otros hermanos y hermanas pusieron sus propios comercios, y algunas de sus hermanas se casaron con profesionales. Uno de los hermanos se convirtió en el dueño de la tienda familiar.
El abuelo aprendió el oficio de zapatero, y de eso trabajó toda su vida. Ya de mayor se vino a Montevideo. Cuando yo era niño el taller estaba en su casa. Allí fabricaba botas para el ejército y hacía zapatos. También enseñó su oficio en la UTU.
Fue un padre duro (como lo fueron con él) pero un abuelo tierno y cariñoso que disfrutaba de sus nietos. Le gustaba enseñar. Con él aprendí a clavar tachuelas y a poner cemento en la suela de los zapatos. Era una persona que imponía respeto, pero ese respeto que nace de la admiración, no del miedo. Todos sus hermanos, la mayoría de ellos más educados y con una mejor posición económica, lo respetaban. Era un gigante que yo admiraba. Tanto lo admiraba, que nunca fui capaz de tutearlo. Fui el único nieto que lo trataba de Ud.
El abuelo Antonio siempre fue un hombre de principios, firme en sus convicciones. Un hombre cuya vida fue coherente con esas convicciones. Un batllista de Pepe Batlle. De joven fue edil. Era una época en que la actividad política estaba motivada por principios, se concebía como responsabilidad ciudadana y se ejercía como servicio a la sociedad. El abuelo no fue un político profesional. Sólo fue un ciudadano, que en una etapa de su vida asumió responsabilidades políticas mientras trabajaba para mantener a su familia.
Cuando en 1971 se creó el Frente Amplio, la mayoría de sus hermanos (y sus familias) se hicieron frentistas. Algunos ya eran comunistas, pero la mayoría venía de un origen batllista. En ese cambio influyó fuertemente el hecho de que, entre quienes lideraron la fundación del FA, se encontraba uno de esos hermanos: el general Víctor Licandro.
El tío Toto (así es como lo llamábamos) era por ese entonces una especie de referente espiritual de la familia. Con él la casi totalidad de la familia se fue al Frente Amplio. Mi padre entre ellos. Pero el abuelo Antonio siguió fiel a sus convicciones batllistas. Se quedó en el Partido Colorado.
En ese entonces, a mis dieciséis años, yo no podía entender la decisión del abuelo. ¿Por qué, si para toda la familia era evidente la decadencia de los partidos tradicionales, él seguía aferrado a su viejo partido? ¿Por qué era incapaz de ver que su partido Colorado hacía ya tiempo que había dejado de representar a las clases medias y trabajadoras, y se había convertido en instrumento político de la oligarquía criolla?
Sólo la inercia, que viene de esa adhesión emocional y poco racional que llamamos tradición, parecía ser la explicación que venía a mi mente. La mente de un adolescente, que estaba fuertemente influida por la superioridad moral que domina la cultura de la izquierda. Esa superioridad que los hace creerse propietarios de la verdad y menospreciar a quienes piensan diferente.
De alguna forma esa situación me alejó del abuelo Antonio. El cariño se mantenía, pero la admiración ya no era la misma.
Los años pasaron. Llegó, transcurrió y terminó la dictadura. En 1984 volvimos a tener elecciones democráticas. Fue la primera vez que pude votar. En esa época el abuelo Antonio estaba muy enfermo. No recuerdo si fue a votar, pero estoy seguro que si lo hizo fue por su querido Partido Colorado. Esa sería su última elección, porque falleció a mediados del año siguiente, después de una terrible convalecencia.
Con el pasar del tiempo fue cambiando mi forma de ver las cosas. En 1984 había militado en el FA, pero en 1986 me fui junto con Batalla, y partir de 2008 adhiero al Partido Nacional. La experiencia de la dictadura me sirvió para entender el profundo valor de la democracia liberal y la tolerancia política. Ahí fue que entendí que la vieja “democracia burguesa” es el único sistema político que puede garantizar la libertad y la felicidad de las personas.
Mi inquietud intelectual por entender cómo funciona el mundo me llevó comprender la quimera marxista y a ver las atrocidades que se cometieron en su nombre. También me sirvió para comprender que la verdad no es monopolio de nadie, y que las ideologías no son un buen criterio para elegir a quien votar. Sin el velo de la ideología, empecé a ser libre para mirar, evaluar, comparar y elegir. Fue en ese momento que dejé de despreciar a quienes había considerado tontos por no adherir a la verdad de la izquierda. Fue en ese momento que dimensioné el valor de los viejos partidos tradicionales.
Fue recién en ese entonces que pude entender la decisión del abuelo Antonio. Fue allí que pude comprender su profundo amor por su Partido Colorado. Fue ese el momento que aquella admiración retornó multiplicada.
Fue allí cuando tomé conciencia de lo profundamente injusto que había sido con él.







