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El amor y la marginalidad

El amor y la marginalidad
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Puede ser redundante y obvio, pero no está mal recordarlo, bajo el modo de producción capitalista los países tienen momentos de expansión, en que el producto global crece, y momentos de crisis, en que el producto se contrae. Marx, estudiando la lógica interna del proceso, planteó que la desocupación es estructural al sistema, porque es lo que hace posible que la competencia por conseguir trabajo baje el salario y asegure la ganancia del capitalista. En momentos de auge económico la desocupación bajará, y en momentos de crisis aumentará, pero siempre habrá un porcentaje de la población que permanecerá desocupada. Entre ese “ejército de reserva” de trabajadores asalariados que entra y sale del mercado de trabajo según los ciclos económicos una parte comienza a quedar estructuralmente fuera, y tratará de subsistir mediante otros métodos, hurgando y reciclando basura, mendigando o delinquiendo. A ese sector de la población Marx lo llamó “lumpen proletariado”. Así, mientras un sector social “integrado” genera su sistema cultural y de valores alrededor del “trabajo” (sean pobres o ricos) el sector social “excluido” genera una cultura marginal, “lumpen”. Por supuesto, la cultura de los “excluidos” también se convierte en mercancía que a veces consumen los “integrados” (como la cumbia “villera”) y esto complejiza el análisis, pero lo esencial no cambia.

Una de las características de las poblaciones marginales “lumpen-proletarias” en los centros urbanos es que suelen generar barrios enteros de asentamientos irregulares para solucionar el problema de vivienda. Esos asentamientos han tomado diversos nombres, villas miseria en Argentina, favelas en Brasil, pueblos de ratas, cantegriles o “cantes” en Uruguay o poblaciones callampas y campamentos en Chile. En una casucha de una población callampa que está siendo desalojada por el gobierno es que el dramaturgo chileno Juan Radrigán sitúa a Huinca y Eva, los dos protagonistas de El loco y la triste. Radrigán (1937-2016) fue un escritor autodidacta que dedicó gran parte de su trabajo a retratar a las poblaciones marginales que conocía de primera mano. Obras como El loco y la triste o Hechos consumados fueron estrenadas a comienzos de los años ochenta, en plena dictadura de Pinochet, por lo que el contexto político determinaba las posibilidades de referirse a los marginales de una sociedad que ya se empezaba a vender como el laboratorio exitoso de los programas de Milton Friedman. Quizá por eso se ha hablado mucho tiempo del carácter “metafísico” de los personajes de Radrigán, pero como vemos, son producto de un modo de producción y de un contexto  muy concreto, para nada metafísico.

El Huinca y la Eva (El loco y la triste) despiertan luego de una noche de borrachera sin recordar bien cómo llegaron a donde están. En el diálogo que entablan iremos conociendo parte de su historia, él es un alcohólico al que la cirrosis está destruyendo, mientras ella es una prostituta con el cuerpo marcado por el paso de los años, por lo que los “clientes” casi han desaparecido. La mendicidad y la prostitución aparecen en estas dos criaturas casi como una condena del destino, y allí sí podemos hablar de un tratamiento metafísico de la marginalidad, pero no porque Radrigán esconda el origen histórico de esta situación, sino por cómo es vivida por criaturas que siempre han estado en medio del barro, vendiendo su cuerpo y mendigando para sobrevivir, refugiándose en ranchos precarios y huyendo del Estado. La carencia de perspectivas en que viven el Loco y la Triste los convierte, por momentos, en personajes casi beckettianos, pero lentamente el vínculo que establecen entre ellos les abre un horizonte nuevo. La historia de amor, por supuesto, parece ser una excusa para poder hacer referencia a un sector de la sociedad ignorado, no necesariamente por los creadores teatrales, sino por toda la sociedad. De hecho una de las particularidades de Radrigán como dramaturgo fue darle entrada protagónica a personajes marginales, y hacerlo desde su propio lenguaje, desde su propio lunfardo. Rodríguez Compare hace un gran trabajo para “traducir” ese lenguaje de los marginales chilenos a nuestra realidad, que continúa expulsando seres humanos de su espacio “integrado” y generando subculturas que viven en el barro, de la basura y de la prostitución. Quizá, eso sí, el paso del tiempo haya modificado algunas características de estas poblaciones que hagan algo anacrónicos algunos planteos. El elenco tiene una tarea siempre difícil ante estos personajes. Muchas veces somos tan ajenos, tanto creadores como espectadores, a la realidad que se quiere “representar” que es difícil no caer en estereotipos. Sin embargo la propuesta de Radrigán, al acercarse a un costado más existencial de la vida de estos personajes, brinda elementos para que el trabajo de los creadores en el escenario tome otras referencias, como la historia de amor romántica en este caso, aunque esté abrumada por la realidad social en que está inserta. Esto hace que los actores centren su trabajo en el vínculo que establecen los personajes, y que desde ese vínculo emerja el contexto en el que están insertos en un doble juego que aún resulta efectivo para muchos espectadores montevideanos. Alessandra Moncalvo y Marcelo Ricci dejan todo en el escenario para que esa historia de amor se entreteja dejando ver una realidad que muchas veces nos negamos a ver, pero que está ahí, es producto de nuestra forma de vida que derrocha por un lado porque hay muchos huincas y muchas evas condenadas a la miseria más absoluta por otro.

El loco y la Triste. Autor: Juan Radrigán. Dirección: Fernando Rodríguez Compare. Elenco: Marcelo Ricci y Alessandra Moncalvo.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.