La semana pasada la Cámara de Diputados rechazó un homenaje a Raúl Sendic Antonaccio, el ex líder tupamaro, a 100 años de su nacimiento. Si bien el voto que faltó fue frenteamplista, el debate unió a los partidos de la Coalición Republicana en una monolítica oposición a la iniciativa, con argumentos que dejan tela para cortar.
Es lógico que la figura del “Bebe” genere polémica. Convengamos también que podría sonar raro que el Parlamento fuera escenario para un tributo de esa índole. No obstante, nuestras instituciones republicanas, incluido ese mismo Parlamento, frecuentemente rinden honores a otros personajes de nuestra historia que adolecen de los mismos defectos que se le endilgan a Sendic: tomaron las armas, fueron violentos, atentaron contra las instituciones (las de su época, obviamente), provocaron muertes, etc. Es más, está lleno de calles, plazas, monumentos y hasta nombres de departamentos que recuerdan a violentos, degolladores seriales, asesinos podría decirse si uno se atuviera a la lógica de lo absoluto.
Lo que sucede -como es sabido pero a veces olvidado- es que las acciones humanas no pueden analizarse separadas de su contexto.
Alegar que Sendic se alzó en armas contra una democracia plena es, por lo menos, una verdad a medias. La democracia uruguaya podría ser democracia, pero estaba lejos de ser plena a comienzos de los 60 del siglo pasado, cuando Sendic empezó a ser quien fue. Ni hablar a fines de esa década o principio de la siguiente, cuando las medidas prontas de seguridad, los presos y las balas oficiales la hacían parecerse mucho a la de Venezuela hoy, por ejemplo. Con presunto fraude electoral incluido, según denuncia que formal y oportunamente presentó el propio Partido Nacional.
Por otra parte, hay hoy un sentido común que le da un valor inapelable a nuestra democracia representativa, entre otras cosas porque ya escarmentamos con lo que significa perderla. Pero en los 60, si era o no la mejor forma de organizar una sociedad era materia de discusión. Y no solo en Uruguay, sino en buena parte del mundo “occidental y cristiano”, ese que hoy parece no tener dudas al respecto.
Seguramente el Bebe Sendic tuvo luces y sombras. Y lo cierto es que las primeras ya fueron reconocidas por encumbradas figuras de los partidos que hoy parecen no registrarlas. Hugo Batalla, antes de ser vicepresidente de Sanguinetti, recibió los restos de Sendic cuando fueron repatriados en 1989 y le dedicó unas sentidas palabras en el mismo Parlamento que hoy lo niega. Maneco Flores Mora escribió en Jaque, por el 84, alguna de sus conmovedoras y recordadas contratapas en defensa de un Sendic aún preso. El ex candidato presidencial del Partido Nacional, Alberto Zumarán, me dijo en una entrevista que le realicé en abril de 1996 que había tenido “el gusto” (sic) de recibir a Sendic en su casa, a poco de salir de la prisión, para charlar largamente sobre sus propuestas.
Los tupamaros de Sendic pueden haberle errado como a las peras, pero estuvieron lejos de ser una banda terrorista, como algunos insisten en calificar 50 años después. No todos los políticos tradicionales de aquella época los consideraban “delincuentes”, como le gustaba decir a Pacheco Areco. En 1972, poco después de perder las elecciones y denunciar fraude, Wilson Ferreira Aldunate se reunió al menos una vez con Julio Marenales y Mauricio Rosencof, cuando estos empuñaban las armas clandestinamente y eran jefes del mismo MLN que integró y dirigió Sendic. Un par de años antes, un todavía legislador colorado Zelmar Michelini, en un célebre discurso que por ahí anda dando vueltas, dijo “nadie me va a arrancar una palabra de condena” para el accionar de la guerrilla. El nacionalista Héctor Gutiérrez Ruiz concertó con los tupamaros un simulacro de secuestro para interrogar a Nelson Bardesio en la “cárcel del pueblo”, en febrero de 1972. Y la lista podría seguir, recordando en agosto de 1970 a dirigentes blancos negociando con el MLN de Sendic -a través por ejemplo del exconsejero de Gobierno y senador Pedro Zabalza, que tuvo tres hijos tupamaros- una tregua a cambio de empujar la salida de Pacheco y la asunción en su lugar del vicepresidente Abdala, que por otra parte, dicen, se frotaba las manos.
Ver la política -y la vida- en blanco y negro y dividir a los seres humanos en buenos y malos no suele ser recomendable si uno quiere aproximarse a la realidad. La historia demuestra sobradamente que lo que ayer estuvo bien hoy puede no estarlo -y al revés- y por eso es tan bueno no separar a los hechos de su contexto. Los matices son parte del color y si no es así: ¿cómo se explica, por ejemplo, el homenaje que todos los partidos -todos- tributaron al tupamaro Mujica cuando dejó su banca en el Senado? ¿Cómo van a explicar el que le van a rendir todos los partidos -todos- el día que el Pepe se muera? ¿Cómo se explica el discurso del mismísimo Manini Ríos en el sepelio del “Ñato” Fernández Huidobro, ese hombre que fundó el MLN junto a Raúl Sendic?
La diferencia entre el “Bebe” y Fernández Huidobro o Mujica, a los efectos de homenajes concedidos o negados, es que Sendic se murió en 1989. No tuvo tiempo de “civilizarse” para algunos, diluir su pasado guerrillero para otros, o simplemente -para mí- seguir persiguiendo los mismos objetivos por otras vías, en un país y un mundo bien distintos. De haber permanecido más tiempo entre nosotros, no cabe duda que habría seguido haciendo política, no sabemos dónde ni cómo, pero seguro sin tirar tiros, porque el Bebe podía ser muchas cosas, pero no era ningún loquito de la guerra.
Es natural que los legisladores de la Coalición Republicana cuiden sus apoyos electorales y tiene lógica que entiendan que no es el Parlamento un ámbito adecuado para el homenaje que se pretendió. Pero la discusión que no se da, ni se dará, es la de los matices, los contextos y, sobre todo, la de los símbolos que, a diferencia de matices y contextos, son permanentes.
José Mujica fue presidente de Uruguay por muchas razones, pero entre ellas porque alguna vez expresó, como Raúl Sendic, la rebeldía frente a la desigualdad, la opresión, la corrupción, la hipocresía, la exclusión, la pobreza, la politiquería, todo eso que en los 60 hombres y mujeres de su época quisieron cambiar, algunos armas en mano.
Hay algo intangible en los apoyos que un tupamaro de los 60 como Mujica puede cosechar hoy, 50 años después. Y en eso tiene mucho, muchísimo que ver Raúl Sendic.