El beso del FMI Por Hoenir Sarthou
Diputados aprobó ayer, martes, el proyecto de reforma de la seguridad social, con dos de las modificaciones propuestas por el Senador Manini Ríos, una de las cuales consiste en retirar del proyecto la autorización para que las AFAP inviertan más fondos en el exterior.
Ahora el proyecto deberá volver al Senado y, aunque el PIT CNT haya hecho un día de paro y el Dr. Saldain sostenga que los cambios incorporados comprometen la sustentabilidad del sistema, todo indica que se aprobará definitivamente y sin mayor escándalo. Algo que bien podría titularse “Crónica de una aprobación anunciada”.
¿Por qué anunciada?
Porque entre el 6 y el 17 de marzo de este año estuvo de visita en Montevideo una delegación del Fondo Monetario Internacional, capitaneada por el Sr. Pau Rabanal. Cabe aclarar que, desde 2021, le debemos al FMI otros 600 millones de dólares más.
Al terminar su visita, la delegación formuló una declaración en la que nos otorga buena nota (sólo faltó el “aplauso, medalla y beso”) en todos los temas que vino a supervisar, que incluyen: situación económica del país, incluida la inflación, las perspectivas de crecimiento y el déficit fiscal, efectos de la pandemia, de la guerra de Ucrania y de la sequía, situación del sistema financiero, grado de independencia del Banco Central (en eso nos tiraron un poquito de las orejas porque parece que nuestra emisión de moneda no está suficientemente librada a los técnicos en finanzas en los que confía el FMI), las políticas uruguayas en relación con el carbono, la marcha de la reforma educativa y, a ver si adivinan… sí, también se ocuparon de la reforma de la seguridad social, y al parecer se fueron contentos.
En suma, la aprobación era un hecho porque, entre otras cosas, el FMI vino a ocuparse de eso. Y todo el sistema político lo sabía. A propósito, ¿Vieron a la oposición política y al PIT CNT denunciar la intromisión del FMI en nuestras políticas de seguridad social?
No, yo tampoco.
Será por eso que esta reforma tiene un aire de tragedia griega, en que el final es triste y conocido antes de empezar.
Las declaraciones furibundas, las acusaciones de “reforma clasista” y el paro del martes son un saludo a la bandera. Como siempre, el gobierno y la oposición frenteamplista están de acuerdo en lo realmente importante: cumplir las “recomendaciones” del FMI, del BID, de la ONU, del Banco Mundial y de la OMS.
Lo peor ni siquiera es que las cumplan. Lo peor es que uno finja que las órdenes son idea suya y que el otro finja oponerse.
Uno podría entender tanta unanimidad si las medidas propuestas realmente solucionaran algo en la seguridad social. Pero no es así. Y todos lo sabemos.
El talón de Aquiles de la seguridad social tal como la conocemos es muy evidente: la progresiva desaparición de puestos de trabajo crea un desfasaje inevitable entre la población aportante y la población pasiva. O sea que no hay forma de equilibrar el sistema sin entrar en otro tema mayúsculo en el que nuestro sistema de partidos no quiere entrar.
Ese tema es la renta tecnológica. Es decir, el aumento de ganancias para las empresas y la reducción de empleos que genera la incorporación de tecnología. Allí está el meollo del problema y de la crisis de la seguridad social, que recién empieza.
Allá por 2017, cuando empecé a escribir sobre el problema, nadie quería creerlo. Pero hoy rompe los ojos. Basta entrar a un supermercado, o pisar la entrada de cualquier edificio grande, o ver trabajar a las cosechadoras, para verlo. Máquinas que pesan y cobran, pantallas desde las que un portero, que puede estar en Panamá, vigila las puertas de cientos de edificios, máquinas que cortan y cosechan lo que sea. Cada vez son menos necesarias las personas como fuerza de trabajo. Y esto recién empieza.
Así las cosas, esta reforma de la seguridad social es un “engañapichanga”. Más años de actividad (que no es lo mismo que tener trabajo) para cobrar jubilaciones más chicas, mientras que los gurises verán cada día más difícil conseguir un empleo, porque los viejos seguirán ocupando sus puestos.
No es por allí que se puede resolver el tema de la seguridad social. No es apretando el cinturón de los viejos y postergando aun más a los jóvenes.
Si se quiere hablar en serio del asunto, hay que barajar y dar de nuevo. Buscar la financiación allí donde se acumula el dinero. Hacer que las enormes ganancias y ahorros que genera la tecnología aporten los recursos necesarios para atender las necesidades de la población pasiva.
Pero, claro, eso es todo lo contrario de exonerar de impuestos y regalar recursos naturales a los “inversores” que vienen palanqueados por el FMI, el Banco Mundial y el BID.
No estoy diciendo nada novedoso. Calculo que todo el sistema político sabe que nos está engañando al decir que la seguridad social se equilibrará pagando menos y demorando las jubilaciones. Es más: para cuando el nuevo régimen produzca efectos, el déficit se habrá multiplicado. No hay caso. No es por allí.
Al único que oí mencionar este asunto fue al senador Sergio Botana. Lo digo sólo para que conste. Porque la verdad es tan escasa en el sistema de partidos que, cuando por algún lado asoma la cabeza, conviene señalarlo.
Hay algo obvio. El FMI trabaja por y para el sistema financiero. No para el Uruguay. Ergo: si el FMI te recomienda, aprueba, felicita y besa, algo estás haciendo mal. Mal para los uruguayos, obviamente, no para los bancos, los “inversores” y los organismos de crédito.
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