El cangrejo detrás de Gaza

¿Cómo lograr el control de un territorio ajeno y ser considerado un salvador?

Es sencillo. Se necesita que alguien actúe antes como un malvado absoluto, que mate niños, bombardee hospitales con médicos y enfermos adentro, bloquee las salidas del territorio, impida la entrada de comida, de agua y de medicamentos, corte la energía eléctrica, reduzca a escombros los edificios y viviendas, encarcele a la población o la obligue a desplazarse bajo amenaza de muerte, y practique tiro al blanco con los que buscan desesperados un poco de comida.

Ese es el papel que ha cumplido el Estado de Israel según la prensa internacional, los portales de internet y las redes sociales.

No es que dude de que así sea. Sólo digo que esos medios nunca difunden noticias porque sí. De hecho, hay en África y en la propia Europa otras guerras y masacres que no generan noticias ni videos catastróficos. ¿Es porque los bandos en pugna se atienen estrictamente a la Convención de Ginebra?

Tiendo a pensar que no. Cuando un conflicto violento tiene cobertura mediática y conmueve a las almas sensibles del mundo, a los militantes progresistas, a las estrellas del cine y de la música, a las ONGs y a influencers ambientales como Greta Thumberg, cuando es posible abominar públicamente de las políticas de Israel sin ser calificado como nazi o antisemita, algo raro ocurre.

Dos años abrigué esa duda. ¿Qué había detrás de lo que parecía una irracional matanza de palestinos por parte de Israel? ¿Por qué tirar por la borda la largamente cultivada fama de los israelíes como descendientes de las víctimas del racismo nazi? ¿Por qué los bombardeos a los países vecinos, Líbano, Siria, Irán, Qatar? ¿Qué sentido tenía toda esa aparente locura y por qué se la difundía y publicitaba por los medios de comunicación, incluso los controlados por personas de notoria raza o religión judía?

Hace muy pocos días, cuando apareció el plan de paz presentado por Donald Trump, todo pareció tomar sentido.

Si obviamos los aspectos evidentes, como el cese del fuego israelí y de las operaciones de Hamas, y los aspectos simbólicos, como la liberación de los rehenes israelíes y de los presos palestinos, o la devolución de los cuerpos de rehenes y palestinos muertos, la cantidad de kilómetros que deberá retirarse el ejército israelí, y la demolición de los refugios de Hamas, la verdadera innovación, explosiva, es que la propuesta prevé que el territorio de Gaza sea gobernado por un “organismo transitorio de tecnócratas palestinos” supervisado por una “Junta de Paz”, presidida por Donald Trump e integrado por el ex primer ministro inglés Tony Blair, junto a otros gobernantes y personalidades aun no designados, pero que probablemente sean tan palestinos como yo.

Dos años. Dos años de horror difundido y amplificado mediáticamente fueron necesarios para que semejante propuesta, que significa la toma del control del territorio de Gaza por los intereses a los que representan Donald Trump y Tony Blair, fuera recibida con alborozo por todos los gobiernos del mundo y con secreto alivio por la mayoría de las almas sensibles.

Claro, si la alternativa es seguir matando niños, cualquier propuesta es preferible.

Recién ahora pueden reinterpretarse bajo otra luz el inverosímil ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 (Hamas siempre tuvo tratos económicos con Israel), la extrañísima sorpresa e inoperancia de las fuerzas de seguridad israelíes, la ferocidad de sus ataques subsiguientes a Gaza, y las provocaciones a los países vecinos.

Si todo eso se interpreta como el inicio de un chantaje a la sensibilidad mundial, que permitiera la toma de posesión de un territorio que contiene petróleo y gas y que es vía de circulación de recursos estratégicos de una parte a otra del mundo, el asunto adquiere otro sentido.

Ahora, ¿quiénes se harían del control sobre Gaza si prosperara la propuesta de Trump?

Cada vez es más claro que los intereses económicos globales dominantes tienen sus disputas y competencias. Pero también es claro que, cuando el negocio conviene, saben negociar y hacer alianzas.

Así, pese a que Trump ha sido demonizado por los más conspicuos integrantes del Foro Económico Mundial, por los gobernantes “progresistas” europeos, adictos a ese Foro, y por el propio “Estado profundo” de los EEUU, lo cierto que su propuesta para Gaza ha sido no sólo aceptada inmediatamente por Israel sino aprobada y aplaudida por todos sus detractores europeos y mundiales. 

¿Hay un acuerdo de negocios que conviene a unos y a otros?

Es muy probable. De hecho, la anunciada participación en la “Junta de Paz” de Tony Blair, miembro de confianza del Foro Económico Mundial, europeísta y anti Brexit, aunque sin ningún cargo actual en el gobierno inglés, parece indicar un aval que excede ampliamente al de Inglaterra.

Desde luego, falta saber si la propuesta de Trump se concretará. Pero sin duda evidencia que los hechos de estos dos años involucraban mucho más que el odio entre israelíes y palestinos, y también mucho más que un delirio belicista de Netanyahu y su gobierno.

¿Hay alguna moraleja en esta historia?

Lamentablemente, no. Quizá nos deje tan sólo algunas conclusiones amargas.

La primera es que casi nada es lo que parece. La política mundial se ha vuelto cada vez más un asunto de manipulación de emociones y sensibilidades, que son usadas para causar o justificar efectos económicos y políticos. Eso no es estrictamente nuevo, pero la capacidad comunicacional de impactar a todo el mundo en brevísimo tiempo con información manipulada sí es nueva. Acelera y potencia en pocos días efectos que antes tardaban años en producirse.         

El corolario de esa primera conclusión es que, quien quiera conservar la cordura y sensatez, debe poner en duda y meditar muy bien antes de responder como nos inducen a hacerlo todas las fuentes de información. Ya lo habíamos experimentado durante la pandemia.

En este caso, paradójicamente, las reacciones y manifestaciones anti israelíes y pro palestinas, incluso las honestas y sentidas, cumplieron un papel calculado en el desenlace que podría tener el episodio. Crearon el clima emocional necesario para que una “solución” de piratería global sea recibida con alivio.

¿Se podía actuar de otra manera?

Es difícil decirlo. Y eso es lo más triste del asunto.

Los buenos sentimientos y las buenas intenciones suelen empedrar el camino del infierno. La ingeniería social lo tiene muy claro y lo usa a menudo. Por decirlo en términos de George Soros, “Si puedes hacer que tus intereses coincidan con una causa noble, el cielo es el limite”.

Es probable que en breve veamos a los intereses representados por Donald Trump y por Tony Blair, acompañados por otros socios semejantes, tomar el control de un territorio que históricamente les era ajeno.  Y sospecho que la película de terror tampoco terminará allí.   

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