El “Cártel” Partido Colorado por Nicolás Martínez

El pasado sábado 15 del corriente se celebró la Convención Nacional del Partido Colorado, convocada por la junta de firmas de 80 convencionales, con el objetivo de respaldar a los candidatos a las elecciones departamentales y hacer un llamado a la disciplina partidaria, instando a que los colorados voten por su partido. Este último punto se planteó debido al apoyo de algunos dirigentes a candidatos del Partido Nacional, lo que constituye un claro incumplimiento de la Carta Orgánica. En una discusión que se extendió por horas, entre reclamos y críticas, surgió la afirmación de que el Partido Colorado ha pasado de ser un partido “de masas” a convertirse en un partido “cártel”, con una militancia cada vez más reducida y una estructura que parece depender más de acuerdos entre dirigentes que de un verdadero respaldo popular.

El PC ha experimentado una evolución histórica marcada por distintas configuraciones organizativas y estrategias políticas. En sus primeras décadas (1836-1901), se consolidó como un “partido de notables”, donde el liderazgo estaba en manos de doctores y caudillos, figuras provenientes de la élite política e intelectual. Su influencia se articulaba a través de la prensa y círculos intelectuales, consolidando un modelo de conducción verticalista en el que las decisiones recaían en un grupo reducido de dirigentes. Con el avance del siglo XX, inició un proceso de apertura y modernización, convirtiéndose en un “partido de masas” (1901-1954), donde amplió significativamente la participación en su organización, promoviendo una estructura más inclusiva y deliberativa. Se fortalecieron las bases militantes, los clubes barriales y la interacción con diversos sectores sociales, lo que permitió una mayor representatividad y arraigo popular. A partir de 1954, adoptó el modelo de “partido catch-all” (1954-1966), con una estrategia que priorizaba la competencia electoral sobre la integridad ideológica, dejando en un segundo plano las definiciones doctrinarias y favoreciendo una lógica pragmática de captación de votos, giro que respondió a la necesidad de mantenerse como una fuerza política dominante en un escenario de creciente diversificación del electorado y competencia partidaria.

Desde 1966, el PC ha transitado hacia un modelo de partido “cártel”, donde su estructura interna y dinámica política se han transformado profundamente. Este cambio ha implicado la consolidación de liderazgos vinculados a los recursos estatales, convirtiendo al partido en un mero aparato de ingeniería electoral dominado por figuras con perfiles profesionales y pragmáticos, más preocupadas por la obtención de cargos que por el fortalecimiento de la organización partidaria. A diferencia de su glorioso pasado, dejó de incentivar la participación activa de su militancia y las convenciones perdieron relevancia, reduciéndose a instancias formales sin capacidad de incidir en la toma de decisiones. Las bases territoriales, que en el pasado eran fundamentales para la articulación con la sociedad, prácticamente han desaparecido, dejando el destino del partido en manos de liderazgos circunstanciales cuya impronta personal define el rumbo de la organización. La estructura interna ha perdido vitalidad, donde los cargos partidarios ya no son espacios de disputa ni de poder real, sino posiciones simbólicas que no generan interés. El verdadero control se encuentra en los líderes de turno, en los cargos de gobierno y en las bancadas parlamentarias, donde se define la agenda política y se concentran los recursos.

El modelo de militantes y afiliados, que en otras épocas sostenía la vida orgánica, ha sido reemplazado por la profesionalización de casi todas sus actividades. En lugar de una militancia activa y comprometida, el partido ha pasado a depender de equipos técnicos y asesores especializados, que trabajan en comunicación política y estrategias electorales más que en la construcción de una identidad ideológica cohesionada. Bajo esta lógica, el partido se ha centralizado aún más y ha empleado de manera masiva técnicas de comunicación política para captar votos, utilizando las herramientas del marketing electoral en lugar de instancias de debate y deliberación interna. Los dirigentes han encontrado en los espacios y recursos del Estado una plataforma privilegiada para su visualización y consolidación, priorizando su exposición mediática y su posicionamiento individual sobre el fortalecimiento del partido como institución. En este esquema, el partido cártel capta la mayor parte del dinero que ingresa, gestionándolo desde la cúpula sin una redistribución efectiva hacia el desarrollo de la organización territorial o la activación de sus bases. Además, la mayoría de quienes trabajan para el partido lo hacen dentro de las instituciones del Estado, lo que refuerza la dependencia de los recursos públicos para su sostenimiento.

En el siglo XXI, el PC experimentó un profundo declive electoral, quedando relegado en varios períodos a un papel secundario dentro del sistema político. La pérdida de conexión con su electorado, la dilución de su identidad y la erosión de la identificación partidaria lo sumieron en una crisis que se reflejó en constantes vaivenes ideológicos. De ser una fuerza de inspiración socialdemócrata con orientación de centroizquierda, pasó a adoptar un perfil de liberalismo conservador alineado con la derecha del espectro político. De ser el escudo de los débiles, pasó a abrazar el mundo empresarial. Convertido en un partido desdibujado en movimientos personales y funcional al Partido Nacional en su afán por asegurar espacios de poder, la histórica rivalidad entre ambas formaciones se fue desvaneciendo, borrando las diferencias que en el pasado habían marcado su identidad. Hoy, el Partido Colorado es percibido como una fuerza desconectada de las masas, sin mística, un partido envejecido y con un liderazgo acéfalo. ¿Qué queda de aquel partido que alguna vez encarnó el legado de José Batlle y Ordóñez? ¿Estamos ante el fin del Batllismo?