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El cine de la bomba

El cine de la bomba
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La amenaza nuclear no decreció con la caída del comunismo: cambian los rivales, pero no el peligro. El actual enfrentamiento entre Occidente y el islam mantiene al mundo en alerta, y la posibilidad de convocar fuerzas destructoras incontrolables ha generado una abundante literatura. Es que el ser humano no cambia nunca al mostrar sus peores facetas, y el cine no ha sido ajeno a eso, como tampoco a la amenaza nuclear. Es bueno reflexionar sobre el asunto cuando este mes se están cumpliendo 75 años del desastre de Hiroshima y Nagasaki.

REALIDAD. Cuando el 6 de agosto de 1945 la nube atómica en forma de hongo se elevó 18 kilómetros por encima de la ciudad de Hiroshima, la concepción de la guerra cambió. También la noción de vida y muerte. El cine se hizo eco de esa preocupación colectiva, y El honor de su nombre (Melvin Frank y Norman Panama, 1952) abordó la misión del coronel (Robert Taylor) que desde el bombardero Enola Gay lanzó la mortífera carga. Pero el film exploró también los posteriores problemas de conciencia del piloto, que no había imaginado la magnitud de semejante detonación.

Resulta lógico que el agredido Japón haya dedicado buena parte de su cine a exorcisar la nefasta experiencia atómica. Hiroshima (Hideo Sekigawa, 1953) importó por la tremenda acusación de sus imágenes: los veinte minutos que seguían a la explosión tenían una fuerza trágica propia, sólo enfatizada por la repetición de un mismo encuadre (el lento removerse entre los escombros de un pueblo moribundo). En las antípodas de esa visión, Los niños de Hiroshima (Kaneto Shindo, 1952) era un relato pudoroso, moderado, tenso y por ello más violento, ya que allí la emoción estaba comprimida pero el horror permanecía irreparable. Más cerca en el tiempo, Shohei Imamura en Lluvia negra (1989) pintó con sombría paleta cinco años de vida de una familia sobreviviente de Hiroshima, y la manera en que sus cuerpos y espíritus eran envenenados poco a poco por la radiación nuclear.

En la crepuscular Rapsodia en agosto (Akira Kurosawa, 1991), una abuela y sus nietos japoneses se veían conmovidos por la visita de un pariente estadounidense (Richard Gere), y ese hecho despertaba la memoria del infierno, más vívido porque era evocado, pero nunca mostrado: el resultado crecía desde un relato en apariencia cotidiano y banal hasta el estremecimiento de dolor y poesía del tramo final. Similar nivel de denuncia surgía de La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1989), film insólito dado que describía los horrores del bombardeo mediante el dibujo animado con dos protagonistas niños, mientras que, en otra animación, la británica Cuando sopla el viento (Jimmy Murakami, 1986), los protagonistas eran una pareja de simpáticos y desinformados ancianos. La reflexión era más intelectual en Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959), donde se detectaba una obsesión por la ruptura del tiempo: el “ahora” con que pasado, presente y futuro se entrecruzaban en la realidad de una francesa y un japonés brindaba a las imágenes una fuerza de comunicación poética que, seis décadas después, permanece incambiada.

La pesadilla atómica también tocó de cerca a los estadounidenses, que en octubre de 1962 vivieron al borde del colapso a raíz de los misiles cubanos: ese drama estuvo bien descrito en 13 días (Roger Donaldson, 2000). Silkwood (Mike Nichols, 1983) optó por la denuncia, abordando la historia real de una joven (Meryl Streep) que trabaja en una planta de energía nuclear, está en contacto con los riesgos de contaminación, sospecha que la empresa descuida la seguridad para producir más, intenta una acción legal y sufre un trágico accidente automovilístico. Esa historia había inspirado también a Síndrome de China (James Bridges, 1979), de similar enfoque cuestionador y recordada labor de Jack Lemmon. Pero la contaminación había sido una realidad cuando El conquistador de Mongolia (1956) fue filmada en el desierto de Utah. Allí el gobierno había realizado varias pruebas nucleares, y debido a ello 91 integrantes de la filmación tarde o temprano murieron de cáncer, entre ellos el director Dick Powell y los astros John Wayne, Susan Hayward y Pedro Armendáriz.

APOCALIPSIS. Otros films se han encargado de alertarnos, imaginando qué sucedería si se desatara un magnicidio a escala planetaria. En Límite de seguridad (Sidney Lumet, 1964) un bombardero recibía por error la orden de arrasar Moscú, llevando a una crisis al presidente Henry Fonda y su gabinete, en un drama hecho con sensibilidad, tensión e inteligencia. El iconoclasta Peter Watkins rodó para la BBC El juego de la guerra (1965), falso documental que alertó sobre los devastadores efectos que podía tener para Inglaterra un ataque nuclear. La BBC consideró que el espectáculo era demasiado terrible para ser ofrecido en los hogares, y Watkins debió proyectar su film en cines, e insólitamente conquistó el Oscar por su revulsiva propuesta.

 La cúspide en la materia es Doctor Insólito (Stanley Kubrick, 1964), que sostiene la idea que la humanidad está tan demente como para suicidarse colectivamente. Todo el suspenso surge de esa premisa y de la acción alternada en tres historias: una en el Pentágono, otra en una base militar comandada por un loco, la tercera en el bombardero que avanza implacablemente hacia su destino, que será el de la humanidad. La forma de esa alerta es la de una comedia pesadillesca, y haber jugado a la risa fue el acierto más grande del film: esos generales dementes de los cuales depende el planeta resultaban tan reales y cercanos como la pesimista metáfora que se desprende en la imagen final, una serie ininterrumpida de explosiones atómicas, mientras una canción apunta que “ojalá nos volvamos a encontrar en un día soleado”. Los líderes mundiales deberían tomar nota y no usar las armas que unos fabrican y otros trafican: ese día no habría una sola nube en el cielo.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".