El color añil por Jorge Alastra

Viviana Ruiz es una compositora y cantante canaria que a finales del año pasado publicó su segundo álbum como solista. El debut había sido con “Madreselva” (2021) donde presentó su arte y estética, como la de una creadora con fuertes raíces en la canción uruguaya de vanguardia. Vanguardia. ¿Existe tal cosa hoy por hoy en Uruguay? Si tomamos como valedero que el público siempre tiene la razón, la vanguardia estaría muerta y sepultada; pero no hay forma de saberlo, pues el peso de la masividad no permite objetivar el fenómeno. El mercado crea la norma y los medios de comunicación, los consumidores y los propios músicos corren hacia la preferencia masiva, y muy pocos se detienen a ver el paisaje entero. Aunque todavía existen artistas que, pese a todo, continúan creando fuera de la norma. Y acaso siempre ha sido así; y por lo que la música uruguaya de vanguardia ha permanecido y sobrevivido. Viviana Ruiz es un ejemplo de cancionista posada sobre aquel pasado de resistencia, y no solo al autoritarismo político. Y, por fortuna, no está sola. Hay varios ejemplos de artistas que crean sin detenerse en las formas masivas o rentables. Y en esa lista podríamos colocar, a manera de ejemplo, a Jorge Portillo, Guillermo Wood o Ernesto Díaz.

“Añil” se llama el nuevo álbum, producido y grabado por Diego Janssen en 2024. La canción que abre el disco se llama “Bienvenido”. Parece una invitación cálida, como afirma su título, pero que esconde cierta zona inquietante, ríspida, como si la materia se resistiera a ser maleable. Sobre una rítmica “folclórica” indefinible, la melodía se balancea entre la luz y la oscuridad, pese a lo agradable del canto (Existe una forma uruguaya de ver y sentir el folclore argentino. Como ellos hacen con nuestra murga y el candombe, nosotros interpretamos sus rítmicas que muchas veces son una alusión y no un ritmo preciso. Esto sucede porque los ritmos folclóricos -que en definitiva son danzas, con sus respectivas coreografías- se han ido evaporando y fundido, con lo beneficioso y lo negativo que puede tener esto, con otras formas como el jazz y el pop). Hay alguna nota falsa, como si lo contado estuviera sujeto a duda: “Ahora que te miro y te reís/ ahora que es más fácil despertar/ que trajiste calma por aquí /y la calma se quiere quedar”. “Añil” está vestida de toco (rítmica inventada por “Chichito” Cabral y Eduardo Mateo en los años 60) con una influencia lejana de la Mariana Ingold de “Todo depende”. Un arpegio desnudo y una firme percusión alcanza para decir estos versos, aparentemente autobiográficos: “Y ahora que vuelvo a cantar/ y ahora que quiero salir/ ahora que el cielo se tiñe de rojo y añil//Ahora el espejo está acá/ me muestra todo de mí/ lo que puedo contar, lo que soy, lo que fui”. La vidalita es una forma desaparecida del ámbito folclórico y ha retornado como un espectro en algunas cosas de Daniel Viglietti, Diego Azar o la maravilla de Fernando Cabrera. En “Palomita” la compositora recrea aquel espíritu de revalorización de la forma arcaica y extinguida. Y es en este momento del álbum donde se hace patente su interés por sumergirse en aguas históricas de nuestra cancionística; es aquí donde se lanza una especie de manifiesto -alejado de toda nostalgia patriotera- anotando algo que a nadie pareciera importarle en los tiempos que corren, como es la identidad cultural.

En “Carmela Casaña” se toca la situación histórica de la inmigración y la genealogía. Un tema tratado en varias canciones por Jorge Drexler o Rubén Olivera, por ejemplo. La “Carmela” de la canción es una mujer que llega huyendo de la guerra y se afinca en nuestra tierra, y que a base de trabajo duro logró formar una familia. La música suena tuquera y remite al “Totem” de “Descarga”, pero con otra intención y polenta. La impronta de Viviana Ruiz no es la fuerza expresiva, sino la sutileza y la introspección. Una estética valiente, cuando la mayoría exige a cantoras que griten con intenso vibrato, como si esto fuese el único camino de comunicación posible. El canto de Viviana es distinto. La firmeza o la fuerza corren por otro lado.

En “No hay lugar”, la marginalidad (nacional o latinoamericana) es el sujeto. Aquí, el cariz del disco cambia y se sumerge en una cosa más pop, pero para nada complaciente o bailable. Una fotografía de un barrio periférico montevideano, bonaerense o bogotano. En todos estos lugares la situación es idéntica; con la grifa del Capitalismo y de gobiernos populistas que no resuelven el doloroso drama y donde el narcotráfico ha afincado su cultura. “No hay lugar/ en esta casa acá, no hay lugar/ Una ventana y los bloques/ la chapa rota en el borde/ La humedad/ el frío afuera acá la humedad/ La vida cerca del hambre/ la luz colgada de un cable”. La música es monocorde; una célula que se repite en loop (como la propia vida -incambiada- de los marginados). Siento una conexión conceptual con una lejana canción de Leo Maslíah (de su primer álbum), “Tu vida es así”, donde se ahondaba en la monotonía vital de un ciudadano medio. Con “Vi la vida” cierra el trabajo y esta vez es un candombe pop, una “drexleriana” que tiene un eco a “De amor y de casualidad”, donde lo referido era la paternidad, la llegada de un hijo y la celebración del acontecimiento. En el caso de Ruiz el texto es más sencillo, maternal y directo: “Igual que un milagro/ naciste aquel día y/ después todo afuera fue amor y alegría/ De pronto tu encanto/ fue luz cotidiana/ ternura de niño que inventó un mejor mañana”. Un álbum con búsqueda por un lado y revalorización de ciertos elementos de la canción uruguaya por otro. Una canción que pese a su juventud ha pasado por muchas etapas de crecimiento y madurez. Lo que jamás debería perder es su personalidad, saludada por públicos de diferentes latitudes. Por suerte aparecen, cada tanto, las Viviana Ruiz como una continuidad natural del fuego.

Ilustración: Oscar Larroca

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