Al fin ocurrió. Era previsible. Bajo la apariencia de repudiarse mutuamente, uno podía percibir las miraditas de deseo, los impulsos y pulsiones que los acercaban.
¿Vieron esas películas de Hollywood en que dos personajes en apariencia incompatibles (la princesa y el explorador recio, o el ejecutivo y la niñera simpática) empiezan por odiarse, pero van descubriendo primero que se desean, luego que se aman, y finalmente, casi sobre el “The End”, deciden continuar toda la vida juntos?
Bueno, eso pasó aquí, en 18 de Julio y Ejido, en el Palacio de Ladrillo que conocemos como “La Intendencia”. Sí, aunque no lo crean. Allí se consumó el romance de la burocracia autóctona con la tecnología importada. Y no sólo eso. Tal parece que concibieron un hijo. Aunque todavía no logré ingresar al Palacio de Ladrillo para confirmarlo.
Muchos lo creían imposible. Basados en puros prejuicios, sostenían que la burocracia es lenta y pesada, rutinaria, aburrida, mientras que la tecnología es rápida, eficaz, innovadora, y que por tanto eran incompatibles. Pero el amor es más fuerte, como sospechábamos algunos. Y las dos encontraron la forma de unirse, fortalecerse y reproducirse. La explicación es bastante sencilla: las dos comparten un rasgo fundamental: la indiferencia por las necesidades y angustias humanas. Esa es la clave, la explicación de su amor.
Si no creen lo que digo, voy a compartirles una sola de mis experiencias con la Intendencia de Montevideo, la más reciente.
El martes pasado, no sé por qué, la factura de un convenio que pago todos los meses no estaba disponible en Abitab ni en Red Pagos. Alarmado porque era el día del vencimiento, y como sé que ir no sirve de nada porque “para ingresar tiene que agendarse”, llamé por teléfono. La IM tiene un teléfono. El 1950. Pero nadie lo atiende. Uno llama y al ratito sale una voz grabada que le informa, “por su seguridad esta llamada está siendo grabada”, y, “si conoce el número de interno, digítelo ahora”. Como no tenía idea de con qué interno debía comunicarme, esperé. Entonces la voz me dijo “por tributos y convenios, digite 3.000”. Digité el número e inmediatamente la misma voz me informó que “su llamada puede verse demorada, le sugerimos que lo intente más tarde”. Y me cortó.
Creí que habría sido un error, así que volví a llamar. Y ocurrió exactamente lo mismo. Otra vez quedé con el teléfono muerto en la oreja. Eran las once de la mañana. Quise creer que sería un momento de mucho trabajo, así que dejé pasar dos horas y volví a llamar. Otra vez la misma historia: “le recomendamos que lo intente más tarde”. Volví a llamar una cuarta vez como a las cuatro de la tarde, con el mismo resultado. Pero esta vez reparé en que la voz me sugería como alternativa “comunicarse por whatsapp al 099019500”. Llamé pero fue inútil. Entonces envié un mensaje con los datos de mi cuenta. Y, ¡albricias!, esta vez me contestaron. Una máquina me envió un mensaje que decía: “estamos procesando su solicitud”.
Media hora o 45 minutos después recibí otro mensaje, también mecánico, que decía: “no podemos emitir su factura porque el convenio fue dado de baja. Si quiere más información, escriba la palabra “chatear””. Escribí “chatear” e instantáneamente volvió a llegarme el mensaje anterior diciendo que el convenio había sido dado de baja. Nada, ninguna explicación. Nadie a quien reclamarle o plantearle que pudiese haber un error. A esas alturas llevaba casi seis horas tratando de aclarar algo que podría haberse aclarado con una consulta en mostrador o una llamada telefónica de dos minutos atendida por un ser humano.
Decidí seguir un plan “B”, o sea agendarme para una consulta presencial. Ingresé a la página de la IM y me pidieron número de usuario. Di el que recordaba y la máquina me contestó que no lo reconocía. Me sugirió hacerme otra identidad usuaria. Busqué el formulario e hice la solicitud, dando todos mis datos. Me respondió que mi número de cédula correspondía a otro usuario (que era yo mismo) y que no me podían habilitar la nueva identidad o contraseña. Finalmente logré cambiar mi contraseña e intenté pedir fecha de agenda. La respuesta fue enviarme otra vez el formulario para crear una identidad o número de usuario. A esas alturas dudaba entre ir hasta 18 y Ejido munido de una bomba o pedir ingreso en el Hospital Vilardebó.
Vamos a entendernos. No soy ingeniero electrónico, ni ningún prodigio de Silicon Valley, mucho menos tengo las brillantes capacidades de los hackers que frecuentan las cuentas del Banco República. Digamos que soy un chambón digital promedio. Pero no creo ser más torpe que la mitad de la población del Uruguay. Me pregunto, ¿para quién está pensado el sistema de atención al público de la Intendencia? ¿Qué posibilidades de recibir asesoramiento o atención tiene un jubilado común, o la persona que tiene estudios básicos y no trabaja con internet? ¿La de ir dos veces a la IM, gastando en ómnibus, una para agendarse y otra para hacer la consulta?
Es posible que me digan que en los Centros Comunales la atención es más sencilla. La verdad es que no lo sé. Lo que sí sé es que el Palacio de Ladrillo es la sede del Ejecutivo Departamental y es inexpugnable para los ciudadanos. No está previsto poder acceder rápidamente, en el día, para plantear o consultar algo urgente, o interponer un recurso, o formular una denuncia. Algo que no pasaba ni siquiera en las peores épocas de la burocracia tradicional, municipal y espesa, con las que al menos uno podía acceder y aspirar a que algún alma caritativa -que las hay sin duda entre los funcionarios- le diera alguna solución.
Claro, hablamos de épocas en que la burocracia era soltera y no se había juntado con la tecnología. Ahora todo es distinto. Ahora la vieja funcionaria de Gasalla ya no tiene que gritar ¡¡ATRÄS, ATRÁS!!. Le basta con apretar un botón que indique “estamos procesando su solicitud” o “inténtelo más tarde”.
En mi caso, terminé el día sin lograr tener ningún contacto con un ser humano. O sea, la indiferencia por las necesidades humanas ahora se ha tecnificado y puede ignorarnos sin siquiera tener que vernos ni oírnos.
No sé qué nombre le pondrán a este engendro, a ese hijo bobo nacido de la burocracia y la tecnología. Quizá “burotecnocracia”, o “tecnoburocracia”. Se me ocurre que “Kafka” tampoco sería una mala opción. Lo que sí tengo claro es que, se llame como se llame, su madrina es Carolina Cosse.
Lo digo ahora, entre un gobierno que termina y otro que empieza, con la esperanza de que el sentido común -y la accesibilidad pública que deben mantener las instituciones republicanas- se den una vuelta, al menos una, por 18 y Ejido.







