El hombre y el caño
Las autoridades municipales sueñan con hacer real su Montevideo del futuro. A tal fin, con frecuencia, emprenden obras. Paradójicamente, en el transcurso de las mismas, suelen salir a la luz algunos fragmentos del pasado de la capital.
No hace mucho, acometieron la transformación de la calle Reconquista en semipeatonal. Desde su balcón, el hombre observó las tareas. En breve, hubo novedades: al destripar la carpeta asfáltica, quedó al descubierto un antiguo adoquinado que había permanecido soterrado. Consultando un nomenclátor de 1845, el curioso se enteró de que esas piedras bien podrían ser las de la calle San Ramón, como se llamaba Reconquista hasta mediados del siglo XIX.
A los días, del estrato inferior, afloró el lomo curvo de un portentoso caño hecho con grandes ladrillos artesanales… “Es un ramal de la Red Arteaga, el primer colector de la ciudad”, le explicó un arquitecto de la empresa. Bajo esa perspectiva, le pareció que, pese a su plebeya función, el sumidero tenía un cierto valor histórico, que tal vez lo hiciese digno de ser conservado.
Semanas después, los albañiles reciclaron unos cuantos adoquines para hacer varias partes de las nuevas veredas. El caño de Arteaga no tuvo tanta suerte: lo destruyeron para sustituirlo por otros de hormigón o PVC.
Al hombre, más allá de que confía en que la reforma embellecerá su calle, por raro que parezca, la desaparición definitiva del arcaico conducto de aguas servidas le produjo una desazón rayana con la tristeza.
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