Aunque han transcurrido unos cuantos años desde que sucedió, cada vez que pasan por allí, no pueden evitar detenerse y recordar, entre risas, el hecho.
Regresaban del jardín por el mismo camino de todos los días. Pero, durante la noche anterior, algo había cambiado.
El hijo quedó como petrificado en el medio de la vereda. Al principio, el padre pensó que era un capricho y le tironeó del bracito para obligarlo a continuar la marcha. Entonces, el pequeño, mirándolo con unos ojos en los que se reflejaba una impresión profunda, le señaló con la mano libre la pintura en el suelo, delante de ellos.
En ese instante, el adulto comprendió: por primera vez en su corta vida, el niñito experimentaba el hechizo que ejercen sobre el espectador algunas obras de arte.
(Ubicación: Maciel 1281)

