EL PENSADOR Por Antonio Pippo
Manuel Vicent, el corrosivo escritor español, tiene un cuento maravilloso que se desarrolla en las oficinas de una empresa importante. Antes de ser admitida allí como ejecutivo cada persona es sometida a un minucioso chequeo médico, incluyendo un electroencefalograma.
En un momento de la historia, un joven ejecutivo ve que su compañero de escritorio empalidece, transpira y se queda con la vista fija y húmeda mirando una ventana.
-¿Te pasa algo?
-No es nada.
-Voy a llamar al encargado…
-No me gustaría que se dieran cuenta. Creo que podré resistir…
-Tranquilo. ¿Estás llorando…?
Finalmente llega un médico, lo examina y determina que hay que hacer otro examen, más exhaustivo, en la cabeza del individuo.
-Ya me hicieron uno…
-Necesita otro. Porque es obvio que usted tiene una duda existencial y lo ha sujetado la indecisión.
Hasta aquí, suficiente como introducción metafórica de contexto –al menos lo he contado con esa pretensión-, y el lector sólo debe sustituir en su reflexión al ejecutivo por un votante uruguayo.
¿Dudas? ¡Cómo para no tener dudas! ¿Un electroencefalograma? ¡Pero déjese de joder, mi amigo, ya es perder tiempo y, además, algún dinerillo que buena falta le hará para otras cosas.
Acabó el tiempo. Se terminaron los cansadores e inútiles debates, las giras pueblo a pueblo, barrio a barrio, los banderazos, los discursos de barricada, las agresiones verbales y los llamados a la concordia y, sobre todo, las gesticulaciones y sonrisas impostadas y cambiantes según el clima.
Todas las cartas han sido distribuidas. ¡Por las barbas de Mahoma…! ¿Será posible que a esta altura, hoy mismo, haya algún indeciso?
No lo creo.
Si bien no somos una sociedad mayoritariamente reflexiva y serena en el análisis lógico de las circunstancias, un tipo que aún ande bamboleándose entre su idea acerca de los candidatos y de los programas, y aunque unos y otros, claro está que esto debería admitirse, cambian por estas horas a la velocidad que lo hacen las imágenes de un video clip de Shakira –sin contar los contoneos de cadera de la susodicha- ya han quedado grabados. Sea en la emoción, sea en el intelecto.
Bien. Y todo lo anterior… ¿a qué vino? Si usted, lector, pregunta esto, es inteligente. O, bueno, no tanto; al menos advertido.
Es que no hay que olvidar lo ocurrido durante la campaña, gane quien gane, para que el día después, y los que vendrán, merezcan ser vividos.
Gane quien gane tiene que haber tolerancia.
Gane quien gane tienen que surgir los consensos, dirigiéndose hacia políticas de Estado y cerrando esa grieta estúpida que algunos se empeñan en agrandar para separarnos y, entonces sí, dejarnos inermes.
Gane quien gane hay que pensar en el país del futuro, lo que significa pensar en el déficit fiscal, en el tamaño y gestión del Estado, en el empleo, en la previsión social y otros derechos que deben mejorarse -como el acceso a una vivienda digna- en la seguridad, en la salud, en las tarifas públicas, en los impuestos, en las concesiones a la inversión extranjera, en la promoción de las pequeñas empresas nacionales, en promover la investigación y la innovación tecnológica y, por tanto y sobre todo, en la educación.
Sería espantoso, el día después y los que vendrán, haya ganado quien haya ganado, que todo se haga al revés y el país quede, al poco tiempo, patas arriba.
Esto justificaría, volviendo al irónico Vicent, el caso de aquel abuelo que entró, algo agitado, a un sex shop.
-Deme tres litros de afrodisíaco…
-Ah, pero eso vale una pasta. Es japonés.
-No importa, se los cambio por mi heladera, mi micro ondas y mi tele… ¡No, qué digo, la tele no! ¡Si ahí veo las porno…!
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