EL PENSADOR por Antonio Pippo
Probablemente nadie –menos que menos los señores de las encuestadoras que, otra vez, hicieron el ridículo- previeron que el balotaje cerraría dejando un escenario como el que dejó, con un resultado que recién mañana la Corte Electoral proclamará de modo oficial, aunque todos los cálculos imaginables indiquen que el presidente será Luis Lacalle Pou con un margen sorprendente, por lo inesperado y apretado, de apenas dos o tres decenas de miles de votos.
Muchos, desde el domingo hasta hoy, han especulado al respecto. Y la mayoría llegó a una conclusión ya sabida, aunque quizás sin el cachetazo de realidad que nos dio a todos en el rostro: el país está, políticamente, dividido en dos mitades.
Siendo así, y tomando distancia de partidarismos y militancias y supuestos proyectos e ideas, queda en pie algo positivo.
Cuando Ortega y Gasset desarrolló su teoría filosófica de la vida del ser humano influida por las circunstancias, y cuáles de éstas, a su vez, quedan fuera de la voluntad de aquel, Russell hizo un impecable resumen: “Hay cosas que el ser humano puede hacer y otras que no puede. La historia de Canuto, prohibiendo que subiese la marea, tenía el propósito de demostrar lo absurdo de querer algo que está más allá de cualquier poder humano”.
Pero un país partido en dos mitades, que algunos suponen irreconciliables, es ahora, por el peso de la necesidad de resolver graves problemas económicos y de dar a la sociedad, por dividida políticamente que esté, mejor educación, derechos más inclusivos y mayor seguridad, un proyecto de futuro posible.
Claro, no saldrá gratis.
Umberto Eco, con su disfrutable ironía, dijo: “Intente tratar a golpes al plomero que exige que se le pague y comprenderá que algo cambió en este siglo”. El mensaje es transparente: nada se solucionará agrandando la grieta que creó estas dos mitades. No hay sitio ni tiempo para tirar piedras de una vereda a la otra, en una situación regional y mundial que nos condiciona y lo hará mucho más si de estas elecciones no surge un verdadero gobierno de consensos, de acuerdos, de concesiones incluso, para establecer sólidas políticas de Estado que luego no sean dinamitadas por nadie.
¿Se enteró, lector, que fallecieron de un síncope las mayorías parlamentarias?
Ahora hay que mirar al que está enfrente como alguien que piensa distinto pero con quien se puede coincidir en lo esencial.
Todavía recuerdo el ejemplo que Savater dio de un joven de Martinica, discriminado por el color de su piel, que, viviendo en París, comenzó a viajar en el tren juvenil a Estrasburgo: “Aún le cuesta aceptar ese individualismo de los países europeos que, a veces, te hacen sentir muy solo pese a tener muy buenos amigos”.
Primera lección. Afuera nos discriminan, tratan de sacarnos ventajas, pero son sonríen; no son amigos reales: en el planeta predominan los intereses y cuanta más solidez tengamos –más allá de nuestra pequeñez como nación- en una visión social de futuro y más coincidencias le den fuerza, mejor nos defenderemos. Y ¡cuidado!, que no estoy diciendo que sea cosa fácil.
Ahora bien, está claro que un Uruguay dividido, con permanentes conflictos internos, marchas y contramarchas, no tiene salvación.
Todo proyecto puede tener andamiento: sostener derechos intocables, mejorar el empleo y la previsión social, ingresar en serio con la educación al campo de la innovación tecnológica y científica, mejorar nuestra productividad, hacer más decente, más vivible la vida en comunidad sin fronteras inventadas por el delito o el rencor.
No será así en caso de que los políticos, frente al desafío del presente, sean incapaces de dar la talla.
Y es una absurda mezquindad encerrarse en las propias ideas sin dejar entrar el aire fresco de las ideas de los otros. Obviamente, no habrá consensos, acuerdos ni políticas de Estado perfectas, que conformen sin fisuras a todos.
Pero hay que abordar sin miedo las posibilidades latentes de acercamiento. Y después, mantener el paso firme.
Si esto se convierte en un partido de fútbol… ¡pobre de nosotros!
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