Cuando nombramos al “Chueco” Maciel enseguida se nos aparece la figura de Daniel Viglietti, y casi en simultáneo el recuerdo sonoro de la épica balada. “El Chueco Maciel” (“Canciones chuecas”, 1971) fue una canción que traspasó tanto el tiempo como las clases sociales y las posiciones políticas. Pero ¿quién era el “Chueco” Maciel? Su nombre verdadero fue Nelson Maciel Rodríguez. Maciel se transformó en delincuente y a finales de los años 60 se dedicó a asaltar los comercios de varias zonas de Montevideo y hasta del interior del país. Una vez detenido estuvo en Punta Carretas compartiendo la cárcel con miembros del MLN-T. Es razonable apuntar que la policía veía a los guerrilleros como delincuentes “comunes” y esto explica que compartieran el encierro con presos sociales. Se sabe (el “Chueco” fue uno de ellos) que los tupamaros adoctrinaban a estos jóvenes que desconocían por completo el universo político y mucho menos el de la lucha de clases. Aunque el “Chueco” una vez en libertad, continuó su carrera delictiva hasta que fue abatido por las fuerzas policiales. Hasta aquí su derrotero con final dramático. La pregunta es cómo llega a oídos de Viglietti esta historia y cómo el músico transformó la realidad hasta convertirla en una saga épica. Sin dudas, Maciel le sirvió como modelo para construir un personaje con aureola de rebelde con causa. Este joven representaba el idealismo de una generación y su accionar estaba en consonancia con la toma de decisiones de grupos guerrilleros de aquel momento. El “Chueco” simbolizaba -para Viglietti- al pueblo anónimo alzado en armas contra el Estado burgués. La canción terminó siendo una herramienta de propaganda, aunque la historia real fuese completamente distinta. Pero acaso, buena parte de la historia del arte o de la Historia a secas ¿no está parada sobre relatos ficcionados? La canción de Viglietti es una obra de arte en sí misma y funciona como un pivot, y cada cual le pondrá el rostro de su héroe personal al texto.
El álbum “Canciones chuecas” apareció, justamente, el mismo año de la muerte de Maciel. Y, curiosamente, la colocación en el fonograma resulta insólita: es el cuarto surco del primer lado del LP. Esto significa que quizá Viglietti no la consideraba como eje central del trabajo. Hay varios puntos interesantes para analizar. Es una canción que carece de estribillo. Y es sabido que para que una canción popular se vuelva exitosa, este elemento es crucial. Pero si esa elección nos pareció audaz, la incorporación de una batería completa (ejecutada por el músico de jazz y folclore argentino Enrique Roizner), fue una proeza. En el momento en que DV grabó ECHM atravesábamos el momento más dramático de la historia reciente. El Uruguay era un polvorín y todo lo que representara símbolos imperialistas era una afrenta para la militancia de izquierda. Que un artista como Viglietti colocara un instrumento propio del rock en una canción popular uruguaya era casi una provocación. Considero que fue la acción estética más valiente de un músico uruguayo en aquellos años tumultuosos.
“¿Por qué tu paso dolido del norte hacia el sur? / El pie que no supo, el pie que no supo de risa o de luz”. Así empieza la épica de la balada que consta de seis estrofas con una métrica de verso libre. De pique, Viglietti entrega un mensaje político: el “paso dolido” no es solo el físico, es el del marginado de la sociedad; es el del desdichado que “no supo de risa o de luz”. Hay una conexión (esto es personal) de la estructura melódica y armónica (y afectiva) con una canción que fue mundialmente conocida en la voz de Joan Báez. Hablo de “Heres’s to you” aparecida en la película “Sacco y Vanzetti” dirigida por Giuliano Montaldo en 1971. En la segunda estrofa el autor necesita colocar al personaje en un esquema de ausencia de educación formal: “El chueco, redondos los ojos y sin pizarrón/ Mirando a la madre, mirando al hermano, aprende el dolor”. Los versos son como puñetazos poéticos. El drama crece estrofa a estrofa. “La luna, semana a semana, lo ha visto vagar/ Armado de espuma, buscando una orilla como busca el mar”. La ira acumulada forma una espuma (la de la rabia canina) que lo alienta a buscar salidas desde la violencia empujado por las circunstancias. Es muy potente la resolución de la tercera estrofa: “El Chueco no sabe de orilla ni sabe de mar/ Él sabe de rabia, de rabia que apunta y no quiere matar”.
Llegamos el clímax cuando el “Chueco” asalta el banco y reparte el botín con sus pares, mientras se oyen las sirenas atravesando la ciudad. Finalmente, la policía lo abate y “(…) son diez o son mil/ mil ojos que miran desde el cantegril”. Viglietti representa así a la población indiferente o aterrada frente al aparato represivo. La canción prepara el estallido desde dos versos claves: “El Chueco era un uruguayo de Tacuarembó/ De paso dolido (…)”. La reiteración es estremecedora -apoyada por golpes de bombo de la batería- porque representa el “paso dolido” de los marginados. El final es uno de los más fuertes de la música popular uruguaya. Y nos gana la emoción. Ahí ya no importa si todo fue una fábula: la canción es y seguirá siendo maravillosa.
Fotografía: Aldo Novick, 1988 (Cantegril de Timbúes, Montevideo, del espectáculo que ofreciera Daniel Viglietti)







