Durante más de cuatro décadas, Irán ha impulsado un modelo de expansión basado en estrategias indirectas, desestabilización de adversarios y construcción de alianzas estratégicas. Su influencia se extiende desde Medio Oriente hasta América Latina, involucrando también a potencias como Rusia y China, en una red de relaciones que desafía el equilibrio global. Sin embargo, el escenario internacional ha cambiado. La caída del régimen sirio de Bashar al-Assad, el conflicto entre Israel y Hamás, y el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 han alterado las reglas del juego. La pregunta ahora es si Irán puede mantener su capacidad de proyección o si finalmente enfrenta los límites de su expansión.
La revolución iraní de 1979 no solo transformó el destino del país; convirtió la exportación del islamismo chiita en una herramienta de influencia geopolítica. Bajo el liderazgo del ayatolá Jomeini, Irán consolidó un sistema que combina financiamiento de milicias, infiltración en Estados débiles y alianzas con adversarios de Occidente. Esta estrategia le permitió no solo resistir presiones externas, sino también ampliar su esfera de poder. Desde Líbano hasta Yemen, el régimen ha tejido una red de actores que funcionan como extensiones de su influencia, sin exponer directamente sus fuerzas. Sin embargo, ese modelo ahora enfrenta una de sus mayores pruebas.
Durante años, Siria fue clave en la estrategia iraní. La alianza con Bashar al-Assad garantizaba un corredor estratégico hacia Hezbollah y acceso al Mediterráneo. Pero la caída del régimen en diciembre de 2024 asestó un golpe devastador. El nuevo gobierno sirio expulsó a las tropas iraníes y desmanteló las redes de inteligencia establecidas por Teherán, lo que afectó el flujo de armas y recursos hacia Hezbollah y otras milicias aliadas. Esta pérdida no solo limita su capacidad operativa, sino que también debilita el control que mantenía en la región. Aunque Irán aún no ha mostrado cómo planea contrarrestar este retroceso, su historial indica que buscará recuperar lo perdido.
El ataque terrorista de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023 dejó en evidencia la efectividad del modelo de guerra indirecta iraní. Sin movilizar tropas propias, logró desencadenar una crisis global y mantener a sus rivales inmersos en un conflicto prolongado. (Asesinando a más de 1200 personas entre ellos niños y bebés de las maneras más crueles, así también secuestrando a 250 rehenes, aún quedan 58 en la franja de gaza en condiciones inhumanas) Sin embargo, la respuesta israelí debilitó significativamente a Hamás y afectó también a Hezbollah. Esto plantea un reto para Irán, que podría encontrar dificultades para seguir utilizando a estos aliados como brazos operativos.
Frente a la presión en Medio Oriente, Irán ha diversificado su presencia en otros frentes. China sigue siendo un socio clave, comprando petróleo a pesar de las sanciones y colaborando en áreas tecnológicas y militares. Rusia, en plena guerra con Ucrania, ha recibido drones y armamento iraní a cambio de apoyo diplomático y estratégico. En América Latina, los vínculos con Venezuela, Cuba y Nicaragua han permitido establecer redes de financiamiento e inteligencia. La presencia de Hezbollah en la Triple Frontera (Argentina, Brasil y Paraguay) refuerza el alcance de su influencia. Aunque esta diversificación ha permitido a Irán resistir sanciones y aislamiento, también lo hace dependiente de aliados cuyo respaldo podría no ser incondicional.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 podría marcar un punto de inflexión. Su administración ha prometido restaurar la política de “máxima presión”, con sanciones más estrictas y una postura agresiva contra el régimen de Teherán. A diferencia de la administración Biden, que apostó por el diálogo y la diplomacia, Trump prioriza debilitar la influencia iraní. Sin embargo, su estrategia podría generar una escalada de tensiones en lugar de contener la expansión de Irán.
Irán ha demostrado una capacidad notable para adaptarse a escenarios adversos. No obstante, el contexto actual —la pérdida de Siria, el desgaste de sus aliados y la renovada presión desde Washington— sugiere que su margen de maniobra podría estar disminuyendo. A pesar de estas dificultades, Irán sigue siendo un actor clave en la geopolítica global. Su modelo de guerra híbrida, basado en el uso de milicias, desestabilización y terrorismo, representa una amenaza tanto para la región como para el equilibrio internacional. El verdadero desafío de la comunidad internacional no es únicamente contener la influencia iraní, sino reconocer que su impacto trasciende el ámbito regional. Si no se enfrenta adecuadamente, las consecuencias podrían tener un alcance mucho mayor, afectando la estabilidad global a largo plazo.







