El rescate de un nombre por José Miguel Onaindia
Beatriz Guido (Rosario 1922, Madrid 1988).
El centenario del nacimiento de un escritor puede ser un punto de inflexión para revisar su obra y el lugar que ocupó en el ámbito cultural de su tiempo. En el caso de Beatriz Guido esta tarea es necesaria porque fue una de las figuras de mayor repercusión no sólo en la literatura sino en el cine, la política, la promoción internacional de las artes. Su legado se encuentra en la obra de escritores, cineastas, gestores culturales del presente pero su nombre se ha esfumado. No se la invoca ni siquiera por los movimientos feministas de los que fue pionera por su acción más que por su discurso.
Su vínculo con Iberoamérica fue muy sólido. Su madre, la actriz uruguaya Berta Eirin, si bien desde su casamiento con Ángel Guido vivió en Argentina nunca adoptó esa nacionalidad. Los vínculos familiares con la historia uruguaya aparecen en sus relatos, especialmente en el libro “Una madre” (Emecé, 1973) sino también en parte del imaginario que mucho más tarde poblaría su literatura de personajes, peripecias, concepciones del poder político.
Desde que obtuvo el primer premio de narrativa de la editorial EMECÉ en 1954 con su novela “La casa del ángel” se constituyó en una figura principal de la vida cultural y pública del país con inusual repercusión internacional. Su obra fue traducida a varios idiomas, inspiró a artistas de otras disciplinas, provocó debates que excedieron la literatura y se colocaron en el centro de las controversias que agitaron las efervescentes años que van desde mitad de la década del cincuenta hasta los ochenta del siglo XX.
Con motivo de la publicación de su libro de relatos titulado “La mano en la trampa” (Losada, 1961) Rubén Cotelo escribe en el diario “El País” de Uruguay que en el conjunto de cuentos que conforman este libro hay un insistente enfrentamiento en la inocencia y la pureza de niños y adolescentes con la sordidez y perversión de los mayores, agentes del pecado, instrumentos de la caída. Uno de los cuentos que integran ese volumen será la base de la película “Piel de verano” que toma como escenario a Punta del Este. También Uruguay es escenario de su novela más leída, “El incendio y las vísperas” (1964) y de su última obra “Rojo sobre rojo” (1987)
Por su contexto familiar conoce de primera mano los vaivenes políticos de Argentina, Uruguay y del mundo, trata con los intelectuales y pensadores más destacados de las generaciones precedentes y es colega de sus contemporáneos más brillantes. Su unión sentimental y artística con Leopoldo Torre Nilsson le permite introducirse en el mundo del cine como guionista, pero también como difusora del cine argentino a nivel internacional. Las nuevas generaciones de cineastas que hoy circulan por el mundo deben a este trabajo de pionera comenzado en las postrimerías de la década del cincuenta, la posibilidad de instalarse en el circuito internacional de las artes audiovisuales contemporáneas. También con la fructífera tarea que realizó como agregada cultural de la Embajada de Argentina en España en la transición democrática, dónde no sólo difundió el cine y las artes argentinas sino que colaboró con el regreso de tantos exiliados de la última dictadura militar.
Leída su literatura en este siglo sorprende cómo aparecen algunos de los temas que hoy más preocupan a la sociedad argentina, y aún pendientes de superación. Sus novelas más relevantes (“Fin de fiesta” y “El incendio y las vísperas”), que junto con “Escándalos y soledades” conforman una trilogía que en su momento fue llamada por la crítica “la saga nacional” son ficciones donde la política es protagonista del relato. Este constituye su gran acto de reivindicación de género porque le arrebata al universo literario masculino un tema del que se habían apropiado. El escritor uruguayo Rafael Massa, cuya opinión solicité para escribir el ensayo recientemente publicado por EUDEBA llamado “Beatriz Guido. Espía privilegiada”, porque quise tener una visión con la distancia temporal y política que permitiera una visión liberada de prejuicios, señala que en un país donde los ciudadanos se definen por el lado de la grieta que ocupan, en estas obras escritas mucho antes que ese término apareciera en la terminología política de Argentina, es un indudable hallazgo.
Sus relatos más intimistas también ahondan en una situación social determinada, dónde los dogmas derivados de la religión, el sostenimiento de las apariencias, la ruptura de un orden social alimentan el relato que siempre tiene un tono personal, una visión propia alejada del naturalismo. “En mis libros a veces reflejo anécdotas, hechos verídicos, historias relatadas en voz baja, sobres secuestrados de los archivos de la nación”, declara al catedrático colombiano Otto Morales Bermúdez en una extensa entrevista realizada a comienzos de los sesenta, indicando así los materiales múltiples de los que se vale para construir su obra. Y en estos materiales diversos en los que se alimenta su creación encontramos su actualidad. La formación erudita, el impacto de los grandes autores, el conocimiento de las nuevas teorías literarias conviven con la crónica policial, el folletín, el chisme, dando esa variada paleta de fuentes un tono muy contemporáneo a su obra.
Muchos de esos relatos se convirtieron en la base argumental de las películas más renovadoras del cine de la época, las que fundaron un cine de autor y conquistaron la admiración de los circuitos internacionales de arte. Ella participó en los guiones de sus propias obras pero también en el que adaptaban a otros autores (Roberto Arlt, Bioy Casares o Dostowevsky) o desarrollaban ideas ajenas ( “La chica del lunes”, “ Los traidores de San Ángel). Fue la primera guionista profesional del cine iberoamericano. Escribió veinticinco guiones que fueron filmados, otros que no llegaron a convertirse en películas y varias colaboraciones para la televisión de la época.
Como bien expresa Rafael Massa, “ si entendemos que la ficción literaria es una forma de acercamiento también a la verdad histórica, para quien desee comprender la compleja política argentina, la lectura de la obra de Beatriz Guido es ineludible. Aún para discrepar”.
Devolverle su nombre, recuperar su obra, me parece un acto de justicia con nuestra memoria cultural.
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