El vacío de pensamiento en la educación por Héctor Inzaurralde

La educación en Uruguay y en muchas partes del mundo enfrenta un declive preocupante. La exigencia académica ha sido reemplazada por una pedagogía que privilegia la comodidad sobre el esfuerzo, lo lúdico antes que el ocio reflexivo, lo que provoca generaciones de estudiantes menos preparados para enfrentar la complejidad del mundo. Hannah Arendt (1961) advertía, en su ensayo sobre la Crisis de la educación, que la educación es el puente entre las nuevas generaciones y el mundo que les precede. Sin embargo, cuando este puente se debilita, los jóvenes quedan atrapados en el vacío de un presente sin referencias históricas ni herramientas para pensar de forma autónoma.

La crisis educativa no es solo un problema de contenidos o metodologías, sino de sentido. Gregorio Luri (2020), en el libro La escuela no es un parque de diversiones, lo plantea con crudeza: “Hemos convertido la escuela en un parque de atracciones donde el esfuerzo intelectual es visto como una carga innecesaria”. En Uruguay, la flexibilización de los criterios de evaluación y el abandono de la exigencia académica han generado un fenómeno que Luri llama “sedentarismo cognitivo”. Los estudiantes se acostumbran a evitar el esfuerzo, priorizando la inmediatez por encima de la profundidad.

La crisis de autoridad en las aulas

Uno de los mayores problemas de la educación actual es la pérdida de autoridad del saber y por tanto de aquellos que lo poseen, los docentes. En el pasado, el maestro era una figura de referencia, alguien que guiaba el aprendizaje con rigor conceptual y liderazgo pedagógico. Hoy la figura del profesor ha sido erosionada por una pedagogía que prioriza la opinión del alumno, igualando saber con opinión o creencia.

Arendt distingue entre autoridad y autoritarismo: la primera se basa en el respeto al conocimiento y en la responsabilidad de guiar a los jóvenes en su proceso de aprendizaje, mientras que el segundo impone el miedo y la obediencia ciega. La pedagogía moderna, en su afán de evitar cualquier vestigio de autoritarismo, ha terminado por eliminar también la autoridad legítima del saber y de aquel que debe compartirlo, el maestro. Como resultado, los alumnos ya no ven al docente como un referente, sino como un mero facilitador, igualándolo a una herramienta educativa, como puede ser la Inteligencia Artificial.

Ordine en La utilidad de lo inútil dice, “cuando la educación se subordina a la lógica del mercado y al deseo inmediato de los estudiantes, la formación intelectual deja de ser un proceso de construcción para convertirse en un simple trámite burocrático”. ¿Son los docentes meros facilitadores del saber? A todos, no nos cambió la vida una máquina, pero si un buen maestro.

Inteligencia artificial y el atajo intelectual

Otro factor que agrava esta crisis es la proliferación de herramientas tecnológicas que facilitan la evasión del esfuerzo intelectual. La Inteligencia Artificial Generativa ha revolucionado la manera en que los estudiantes acceden al conocimiento, pero también ha fomentado una dependencia preocupante de las soluciones automáticas.

Muchos recurren a la IA para generar ensayos y hasta respuestas a exámenes sin haber procesado la información. La cultura del atajo iguala el dato al conocimiento, suplantando el largo proceso de conocer por el “copiar – pegar”. Tener acceso inmediato a datos no equivale a comprenderlos, mucho menos aprender. Si la educación no fomenta el desarrollo de habilidades críticas, los estudiantes se convierten en consumidores pasivos de información en lugar de pensadores activos. En Uruguay, la expansión de la tecnología en las aulas ha traído beneficios, pero también desafíos. Si se convierte en un atajo para evitar el esfuerzo, solo reforzará la tendencia al pensamiento superficial.

El saber cómo resistencia al mercado

Uno de los grandes peligros que enfrenta la educación contemporánea es su sometimiento a las lógicas del mercado. Las políticas educativas están cada vez más orientadas a la empleabilidad y menos a la formación integral del individuo. Importa el educar con “salida” laboral, dejando de lado el sentido de la educación, que es el buscar la excelencia humana, perfeccionar lo que somos con relación al mundo común.

Ordine critica esta visión pragmática de la educación, argumentando que el conocimiento no debe medirse solo en términos de rentabilidad económica. “Si renunciamos a la idea de que la educación es un espacio para la construcción de ciudadanos libres y críticos, estaremos condenando a las nuevas generaciones a la ignorancia y la sumisión”. Arendt advertía sobre los peligros de una educación que se limita a formar trabajadores sin pensamiento propio. Las humanidades han sido relegadas a un segundo plano en muchos sistemas educativos porque no generan una “salida laboral inmediata”. Sin embargo, son fundamentales para el desarrollo del pensamiento crítico y la identidad cultural.

Recuperar la exigencia y el placer del conocimiento

La solución no pasa por volver a modelos autoritarios o tradicionales sin cuestionamiento, sino por recuperar la idea de que el conocimiento exige esfuerzo y disciplina. La motivación es importante, pero no puede ser el único motor del aprendizaje y se debe aceptar, que no todo lo enseñando es útil en términos mercantiles. Ordine nos recuerda que el verdadero placer del conocimiento radica en la comprensión profunda, no en la gratificación instantánea.

Si queremos preparar a las nuevas generaciones para el futuro, debemos devolverle su profundidad, compartir la herencia moral, cultural e intelectual que nos hace verdaderamente humanos. Que nuestra educación sea la herencia que une pasado y presente, así los herederos podrán ser críticamente libres de construir el futuro.