“Empecé a escribir para sobrevivir”
El escritor Alejandro Palomas pasó por Montevideo.
Alejandro Palomas nació en Barcelona en 1967. Es licenciado en Filología Inglesa y Master in Poetics por el New College de San Francisco. Ha compaginado sus incursiones en el mundo del periodismo con la traducción de importantes autores. Entre otras, ha publicado las novelas El tiempo del corazón, El secreto de los Hoffman, El alma del mundo (finalista del Premio Primavera 2011), El tiempo que nos une, Una madre, Un perro y Un amor, obra con la que ganó el Premio Nadal 2018. En 2016 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con Un hijo, su primera novela juvenil.
¿Qué opinión le merecen los Premios Nobel de Literatura?
Debo confesar que a ella no la conozco. A él lo he leído, me gusta muchísimo pero, es que lo de los Nobel yo no termino de entenderlo (Risas). Porque siempre hay como ese prolegómeno de apuestas por los que nunca salen. Entonces no entiendo para que esperen que apostemos por los que nunca van a dar el premio. Es como la quiniela perversa, muy típico del mundo de los escritores.
¿Qué otras maldades hay en el mundo de los escritores, con los colegas, el ambiente?
No te voy a contar (Risas). Pero bueno, Por un lado, creo que hay poco compañerismo, y es que la situación lleva a eso. Los escritores escribimos muy en precario, siempre tenemos la sensación o nos llevan a tener la sensación de que siempre puede haber otro en nuestro lugar. Y de que somos un poco prescindibles y muy fácilmente sustituibles, con lo cual vivimos en tensión constante. Y luego eso de las ventas; eres una cifra de ventas y si baja tu cifra de ventas, entra el cuestionamiento…s
Dejas de ser, digamos. Y además están los egos…
Hay dos partes: el ego que trae uno de casa, que depende de cómo te hayan educado, tienes uno, tienes otro. Y la inseguridad que tú tienes como persona que lo podrías tener si fueras panadero, o lo que sea. Y la otra es el ego que te crea esta situación de ser autónomo, de siempre gustar, es como los actores, si dejas de gustar, pues mueres, a la calle.
¿Cómo opera en su caso un premio? ¿Es un compromiso adicional para el próximo libro o en realidad se olvida a la hora de escribir?
Me olvido. Yo tengo esa suerte de que no tengo ninguna presión. Me olvido enseguida de que me han dado un premio. ¿Viste que hay gente que dice cuando le dan un premio al cabo de un mes ya está diciendo “soy premio Planeta”? Pero tú no eres Premio Planeta, a ti te han dado un premio y el año que viene habrá otro. Esto es como las misses, la corona se la clavan en la cabeza. Soy muy consciente de eso, de que es súper circunstancial, temporal. El verdadero premio es poder vivir de lo que me gusta.
¿Qué fue lo que le llevó a ser escritor?
Empecé a escribir desde muy pequeñito, pero empecé a escribir para sobrevivir. Yo recuerdo que no toda mi infancia fue feliz, de hecho, mi familia sí recuerda que yo lo tuve feliz, pero yo no lo viví así. Yo tenía una familia muy standard, muy clase media un poquito alta. La típica familia que está bien, desde fuera, que todo está bien, pero cuando estábamos dentro no estaba bien. Entonces esa dicotomía yo no la entendía muy bien como niño, no sabía cómo leerla. Y desde muy pequeñito empecé ya a dibujar y a escribir, a inventar familias que yo pudiera entender, y todavía sigo en ello.
¿Qué le dispara una idea que de pronto después termina – cumplido todo el proceso – en un libro?
En mi caso el proceso creativo es una voz. Yo soy más de oír que de ver. De repente entre todo el marasmo () de voces con las que convivo normalmente de repente aparece una voz que es nueva, entonces le busco un apartamento dentro de mi edificio y si es una cosa temporal no la trabajo pero si veo que se queda y que quiere decir cosas la escucho y normalmente esa es la voz, el nuevo inquilino es el que empieza a contar cosas, empieza a crear una nueva estructura.
Hace un tiempo dijo en una entrevista «deberíamos saber ser más que saber estar», ¿qué significa eso?
Sí, tenemos un poco la cosa de la educación, saber comportarnos, y yo creo que uno se sabe comportarse en sociedad o con los demás cuando sabe comportarse con uno mismo. No es más que eso. Que uno tiene que aprender dónde está parado haya o no haya nadie a su alrededor. Y después empieza lo social, empieza lo que está afuera. Tendemos directamente hacia afuera y lo de dentro, bueno, mientras no grite, no le hacemos caso.
Escribir literatura infantil es un desafío, ¿cuáles son las diferencias entre lo infantil y «para adultos»?
Yo creo que no hay diferencia. Yo he escrito una novela juvenil, dos ahora, pero no las escribo pensando en un público juvenil, escribo para adulto. Y esa es la prueba de que los jóvenes en realidad no son tontos. Mucha gente escribe para los jóvenes y para los adolescentes como si fueran tontos. Y en realidad son adultos que todavía no han llegado. Pero ya son adultos, entienden muy fácil la literatura de adultos si se les permite llegar a ella.
¿Cómo es su vínculo con el lector?
Es muy estrecho. Y eso es muy sorprendente en mí, porque yo tengo tendencia a ser bastante ermitaño en todo. Pero tengo mucho vínculo y me gusta sentir cómo incido en quien me lee, saber cómo es esa mirada. Porque yo no sé, estoy muy perdido. No sé si lo que hago alimenta al otro. Uno escribe para afuera, no escribes para adentro, porque si no ya no escribes, sino piensas. Yo escribo para afuera. Es como cuando te enamoras, tú necesitas saber que la persona que está enamorada de tí o la que estás enamorando realmente se está enamorando. Y no te está engañando. Entonces depende de lo confiado que seas, estás ahí vigilando y estás controlando. Y me he descubierto bastante controlador. Me gusta mucho saber cómo me mira el lector, cómo le gusto, qué más quiere, qué no. Saber que botones tengo que apretar para que la cosa funcione.
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