Muchos de quienes crecimos en los años ochenta recordamos algunos reflejos de nuestros mayores que nos llamaban la atención. Uno de ellos era el bajar la voz repentinamente cuando lo que se decía tenía cierta connotación política. La necesidad de que ningún vecino escuchara que se estaban pronunciando algunas palabras se volvió un reflejo que permaneció aún años después de terminada la dictadura. De alguna forma ese tipo de acciones, llevadas al extremo, están detrás de lo que sucede en Sweet Moncada, espectáculo escrito y dirigido por Susana Souto que se estrenó la semana pasada en Ensayo Abierto.
Tania es una niña que devendrá adolescente en un hogar de padres comunistas. En ese hogar no solo están presentes innumerables objetos que hacen referencia a la revolución y al socialismo, sino que Madre y Padre están obsesionados por aislar ese hogar de posibles espías y agentes de inteligencia. Esa necesidad hace que estén constantemente cambiando de lugar los muebles, inventando trampas para impedir el ingreso por sorpresa de espías, o creando artefactos que les permitan a ellos escudriñar hacia el exterior para detectar posibles amenazas. Mientras tanto Tania crece y una vecina ruega a los padres que le permitan llevarse a la niña para criarla en un hogar “normal”.
El absurdo de las situaciones, en las que hay en juego un componente autobiográfico, tiene un correlato en el intento irracional de aislar la casa también del bombardeo cultural “imperialista”. El rock, la coca cola, el idioma inglés, la religión o algunos extraños productos que ofrece otra vecina son percibidos como amenazas que contaminarán ese hogar devenido metáfora de cierta ortodoxia revolucionaria. Y claro, esa construcción caerá, como calló la referencia a la que remitía.
La decisión de que el espectador esté dentro de esa casa abigarrada, en constante mutación, y que recorra los espacios junto con los personajes es un primer gran acierto para que se pueda “vivir” la inestabilidad que genera esa obsesión por obturar la presencia del exterior. Y también para que notemos lo estéril de esos intentos. La música, que es el refugio de Tania, será percibida como una inoculación imperialista cuando descubramos que la adolescente escucha Guns N’Roses, y el castillo se empezará a desmoronar.
El desmoronamiento del llamado “socialismo real” fue una tragedia para miles de militantes que tenían en ese proyecto la razón de su vida, y Sweet Moncada recorta una historia familiar en ese trasfondo. Pero Souto no es escéptica, las preguntas que Tania se hace con sus padres, ya caídas las certezas del pasado, siguen apuntando a trascender un orden que consideran injusto. Y puestos de nuevo los signos de interrogación, las posibilidades de encontrar nuevas respuestas se multiplican.
Esa capacidad de Souto de recortar una historia individual sobre un fondo que la trasciende es complementada por una estructura que vuelve el anecdotario de Padre, Madre y Tania muy divertido en sí mismo. Y para que eso funcione la labor del elenco es central. En particular el trabajo de Nicolás Suárez construyendo a ese padre que no logra disimular su torpeza dubitativa detrás de sus habilidades manuales es excelente. El trío que completa con Lucero Casuriaga como Tania y Laura Almirón como Madre tiene momentos muy divertidos, como la escena en que Tania destapa, ante los atónitos e incrédulos ojos de sus padres, una botella de Coca Cola.
En Sweet Moncada vemos como se derrumban certezas, pero sin que se derrumbe la historia, sabiendo que esta sigue el camino de los humanos que la hacen. Porque la obra habla de un momento del pasado, pero siempre apuntando hacia adelante, y eso es lo que la hace necesaria.
Sweet Moncada. Dramaturgia y dirección: Susana Souto. Elenco: Lucero Casuriaga, Laura Almirón, Ana Peri, Nicolás Suárez, Lorena Granizal y Lucas Leites.
Funciones: sábados 20:30 y 22:30. Ensayo Abierto (Piedras 595)
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