Entre Galicia y Sarandí por Nelson Di Maggio
El escenario artístico uruguayo persiste en atravesar preocupantes dificultades. Dos exposiciones del exterior —Picasso en el Museo Nacional de Artes Visuales y la inminente retrospectiva de la Bauhaus en el Museo Blanes— lograron ofrecer al público solo dos figuras nativas, Blanes y Figari. El pasado local, fagocitado por celebridades mundiales, hizo que las obras marcharan a los depósitos de las instituciones. Son sugestivos los senderos impalpables que puede adquirir una suerte de neocolonialismo cultural. No todo es permanente, desde luego, aunque demorará retomar aspectos fundamentales de esa colección importante del guardado ayer.
Dos sorpresivas propuestas quiebran, temporariamente, el desánimo actual. La primera: Castells en su sede de Galicia 1069 tuvo, hasta ayer, un despliegue inusual de recorrido histórico por la pintura nacional. Sin pretensiones curatoriales y a la manera propia de una casa de remate. Desde Blanes hasta la primera vanguardia pictórica derivada del posimpresionismo y el art déco. Pintores, escultores y obras desconocidas de colecciones montevideanas salen de viejos y prestigiosos acervos privados: tres telas de Blanes, dos conocidas en la mítica muestra de 1941 en el Teatro Solís y fuera de los parámetros temáticos; La conquista (1854) y en especial La caravana, registro de su viaje a Oriente, fortalecen la imaginación pictórica y la sensibilidad por la materia cromática del artista. Deberían incorporarse al patrimonio nacional. El itinerario prosigue con seis acuarelas estimables de Eduardo De Martino, óleos de Juan Luis Blanes y Roberto Castellanos. Carlos María Herrera despliega exquisitos retratos al pastel de damas envueltas en entuladas capelinas y un ciociaro que rivaliza, por su densidad expresiva, con Joven del enorme Carlos F. Sáez. Cinco cartones de Figari de buen nivel; discretos Manuel Larravide, Pedro Blanes Viale y Zoma Baitler. Las excelencias se reparten entre las numerosas pinturas de José Cuneo, Carmelo de Arzadun, Melchor Méndez Magariños, Dolcey Schenone Puig, Carlos R. Rúfalo, Andrés Etchebarne Bidart, Manuel Rosé, Alberto Dura y Alfredo Sollazo, de prosapia indiscutiblemente planista. La calidad se deposita en Eduardo Amézaga y dos acuarelas de Javiel Raúl Cabrera, Cabrerita, en el año de su centenario. En un pequeño grupo escultórico se distingue José Belloni, un bronce hermoso de figura femenina con las ondulaciones típicas del art nouveau. Y las siempre fuertes xilografías de Carlos González.
La segunda es algo más que sorpresa, por inesperada. Abrir un nuevo espacio de exposiciones en Sarandí y Misiones, el lugar de los lugares de la actividad pública de la ciudad, es una impactante novedad. Al celebrar el 90.o aniversario de su creación, el Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos (Sodre) siguió con su programa renovador y encargó a los arquitectos de la División Edilicia del Sodre con la Dirección Técnica de la Corporación Nacional para el Desarrollo la transformación de las clásicas oficinas administrativas del instituto en una amplia sala de exposiciones de 500 metros cuadrados, próxima a la futura instalación del Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra (anp) y las bóvedas para resguardar las obras. Una iniciativa feliz que despabila la creciente inercia oficial. Daniel Magarián, encargado de la sala, explica las motivaciones y las intenciones. Es cierto que no hay un equipo profesional en la dirección y programación, y en Artistas uruguayos en el Sodre se advierte esas carencias. La selección del escultor Rubens Fernández, menos conocido que su padre Rubens Fernández Tudurí, quedó librada al tiempo y las posibilidades de importantes escultores vivos que, en su mayoría, respondieron con obras de alta calidad. Es un placer contemplar la reunión de 26 escultores, una disciplina nada conocida fuera de los monumentos en plazas: algunos consagrados rescataran el pasado ilustre y otros con obras actuales: Wifredo Díaz Valdéz, Nora Kimelman María Minetti, Octavio Podestá, Ricardo Pascale y una potente instalación de Mariví Ugolino. Se incorporan sin esfuerzo y sin innovaciones, Rubens Fernández, Marcelo Gayvoronsky y Eduardo Lapaitis. Es un acierto y una oportunidad para conocer la escultura uruguaya del siglo pasado, aunque faltan un par de nombres: José María Pelayo, y Águeda Dicancro con justificada ausencia, entre otros posibles. Las pinturas incorporadas son ajenas al predominio escultórico. La improvisación y la buena voluntad deberían disminuir y respaldar con rigor profesional la brillante idea de abrir espacios a las desamparadas artes visuales.
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