Entre nieblas y neblinas (Primera parte) por Jorge Alastra

En 1980 Eduardo Darnauchans había editado “Zurcidor” y hubo que esperar cinco años para la publicación del nuevo material, que presentó un concepto arreglístico y tímbrico distinto a todo lo anterior. Eran tiempos de cambios políticos y estéticos. Algunos músicos del área popular se estaban volcando hacia un sonido pop-rock, seguramente para acercar sus propuestas a un público más joven. Se “roquearon” canciones que habían sido paridas de otro modo, buscando lucir aggiornados en un momento donde The Police y el post-punk era lo que sonaba en el aire. Para el nuevo repertorio Darnauchans trabajó con un equipo que ya conocía su universo musical y poético, y agregaba un timbre novedoso: el saxo alto. El experimentado grupo estaba conformado por Gustavo Etchenique (batería), Andrés Recagno (bajo), Carlos da Silveira (guitarra y arreglos), Bernardo Aguerre (guitarra y arreglos) y Gregorio Bregstein (saxo). “Nieblas y Neblinas” fue un disco que navegó entre dos aguas. Por un lado se volcó hacia lo mainstream en cuanto a sonido -con las notorias diferencias tecnológicas- y por otro mantuvo, sin cambios notorios, la impronta y la coherencia artística: la idea central fue vestir las canciones con ropa nueva (“esos raros peinados nuevos”), pero sin modificar el contenido.
Abre el disco con una canción que bien pudo pertenecer a “Las Quemas” o a “Sansueña”, un poema del libro “Las Milongas” del maestro Washington Benavides que Eduardo había musicalizado y que fuera grabado anteriormente por el dúo Larbanois & Carrero. El arreglo de “La noche está muy oscura” es un rock-twist enérgico que marca la cancha desde el vamos. Lo irónico es que empieza citando la clave de candombe, como dejando en claro que estábamos acá, por más que jugáramos a estar “allá”. “Para qué te hicieron hondo/ vaso, dime para qué”, es un verso que ya forma parte de nuestro patrimonio afectivo.
“Nieblas y Neblinas” es quizá la balada más dramática (y dolorosa) no solo de este álbum, sino de toda la obra de Darnauchans. Una catarsis poética que describe una zona geográfica y otra espiritual, donde habitan fantasmas que necesitan ser exorcizados; la angustia contenida que sólo el arte puede sanar. “Como hoy no cumplo años/ Pero igual me llora el día/ Se aparece aquella historia/ Con su lenta disciplina// iba aquel que ya no soy/ Entre nieblas y neblinas/ Por un carro en lo temprano/ Y un estruendo de gallinas”. Las guitarras se asemejan a campanas desoladas del poblado y el texto tiene un aire del Vallejo de “Poemas Humanos”. La zona descrita es Minas de Corrales (Rivera) donde su familia padeció la intolerancia política. En el texto, sublimado, el autor lo describe así: “Altavoces alejados/Soplando música fría/ De violines mejicanos/ Y palabras como avispas”. Esas “palabras como avispas” eran nada menos que las del cura párroco del pueblo que entre música y música (mejicana) recitaba un listado de “subversivos”, entre los que se encontraba la familia Darnauchans. La canción hace aparecer el cielo plomizo de los días lluviosos. La música y las palabras (la música de las palabras) parecieran generar esa impresión. “Bajo un cielo demorado/ Con algo de viernes santo/ Anochecían las puertas/ Con renuncias y presagios”. El “viernes santo” es la fotografía exacta de un cielo plomizo; deprimente, como el estado espiritual en el que estaba sumido el autor.
Luego de la tensión aparece una balada “velvet”, con una melodía que está en el tope de las mejores de Eduardo y donde se aprecia una fuerte reminiscencia a “I’m Waiting For The Man” de Lou Reed. “Un transeúnte” es la descripción de un lobo solitario que muere y renace dentro de un bar: “Porque tú no te mueres y a la vez/ Tienes intención de ayer/ Colgando de una silla/ Hablándole a la pared”. Sin dudas una canción que debió ser más reconocida dentro y fuera de fronteras, y que se mantendrá como un himno beat de entre casa.
Con “Tener” estamos en la cima del arte de cualquier baladista. Tanto su melodía como su texto son de altísima factura. El arreglo elegido tiene vuelo (además de estar tocado fantásticamente) y se permite introducir armonías disonantes en la parte B. Aquí la voz de Eduardo sobrevuela como un ave misteriosa. Es quizá la canción más lograda en cuanto a arreglos e interpretación del álbum. La balada-blues “Luna del Ciempiés” tiene una enorme influencia de Raúl González Tuñón, el poeta modernista argentino que tanto interesaba a Eduardo (y a otros músicos de su generación). “No, no caerá, dijo el Alfil/ O por lo menos esta noche no será/ El taximetrista se calló/ Mirando al cielo de reojo aceleró/ Los habitantes de aquella noche/ Temieron a la luna”. Continuando la tradición del “poeta con luna”, construye un poema surreal con un final enigmático, apartado del carácter de fonda de la música. La coda es una melodía fuera de la tonalidad; como un presagio funesto: “Quedó blanquísima la calle/ Y no era nieve/ Quedó solísima la calle/ Y ya era día”. Ese final aleatorio y misterioso es lo que le da personalidad al álbum, pues como se afirma más arriba, aun dentro de parámetros definidos de un sonido pop internacional, la cuota de experimentación está presente, aunque esto sea romper el discurso conceptual del trabajo. “Nieblas y Neblinas” tiene demasiado material importante que merece ser comentado en una próxima edición.

Ilustración: Oscar Larroca