Ernesto Vila: el ojo siempre ladra antes que la razón. por Alejandra Waltes
Ernesto Vila nació en Montevideo en 1936. A los veintitrés años ingresó como alumno al Taller Torres García, dónde tomó cursos con José Gurvich y Guillermo Fernández. Desde 1963 integró el Taller Montevideo, junto a Gorki Bollar, Armando Bergallo, Clara Scremini y Héctor Vilche, con quienes viajó a Europa en 1966 realizando instalaciones y murales en España, Francia, Italia e Inglaterra. Ademàs participó de la Bienal de París en 1969, recibiendo un importante galardón. En 1972 regresó a Uruguay y fue recluido por motivos políticos en el penal de Libertad hasta 1978. A su salida, se exilió en París hasta 1986. Al culminar la Dictadura, regresó al Uruguay, integrándose al medio artístico montevideano. En el exilio, su obra adquirió un giro personal, comenzando a trabajar el collage sobre papel, lenguaje que no ha abandonado, aunque siguió explorando otras vertientes expresivas.
Esos collages aluden a la fuerza y a la fragilidad de la memoria, al emplear papel de diario o simple papel intervenido, con retratos recortados y pintados que rescatan figuras entrañables de la cultura local: Mateo, Carlos Gardel, Líber Falco, Juan Carlos Onetti, Alfredo De Simone, Rafael Barradas, José Gurvich, Carlos González y Schiaffino, entre otros. En su pasaje por el taller de Torres García adquirió una sensibilidad del orden, y un registro de las escalas tonales y los timbres de color. Las cadencias y ritmos de las formas y los espacios y la preocupación de llegar a la arquitectura de las partes. Para el 2008 las obras de Vila ya se habían emancipado del marco y el soporte rígido, fabricando objetos de estética pobre enriquecidos con su paleta sutil. Las obras están situadas en los lugares más diversos: en el suelo, colgadas en las paredes, pendientes del cielorraso, colgando de hilos, y también de palillos de colgar ropa. En su obra se subraya lo efímero, son instalaciones que luego se desarman y desparecen. En algunos casos usa vidrios rotos, restos y pedazos de basura y objetos varios. Todo lo que tiene que ver con lo desechable es rescatado por Vila, valorándose las texturas que dialogan entre sí, siempre apoyadas en la sutileza, la levedad y la fragilidad dando la sensación de ligereza en el espacio y en el tiempo. Los objetos son rodeados y penetrados de aire, por tanto, se mueven, balancean, o giran sobre sí mismos, con cierta complicidad del artista. En “Sobras de arte” (2012-2013) el artista reunió obras de distintos períodos, y construyó una plataforma que recorría su trayectoria, el largo camino que lo llevó a rehuir de los soportes tradicionales para inventar sus propios mecanismos expositivos. El artista construye en el espacio un cinetismo precario a partir del cual todos los órdenes son plausibles de ser alterados y la permanencia no existe. Cada uno de los elementos que habitan su propuesta artística se modifica y modifica al otro, un conjunto de signos y símbolos cuya fluctuación es leída por el observador según su experiencia previa, lo que lleva a la apropiación. “Lo que no se nombra, se olvida”, sostenía el propio Ernesto Vila en su exposición retrospectiva en el Museo Torres García. Al artista ningún material ni estilo le es ajeno en su decir, ya que integra el vibracionismo de Barradas, el intimismo francés, el espacialismo de Fontana, el impresionismo, el puntillismo y la abstracción, creando de esta mixtura una propuesta propia y original. “Mi trabajo recoge esas señales inadvertidas, de cosas que sobran – porque nadie va a hacer un tratado sobre cómo los inmigrantes italianos colgaban ropa en la azotea. Por eso a mí me interesa de eso hacer un sujeto simbólico: ahí es la hendija donde yo trabajo. Un lugar mínimo. Trabajo esto conceptualmente”, dice el creador sobre su obra. Vila obtuvo premios y distinciones nacionales e internacionales, representó a Uruguay en 1989 en la Bienal de Cuenca y en el año 2007 en la 35º Bienal de Venecia. En el 2003 le fue otorgado el Premio Figari por el Banco Central del Uruguay en reconocimiento a su trayectoria, junto a los artistas Anhelo Hernández y Fernando Cabezudo. Además de su destacada y fecunda trayectoria artística, Ernesto Vila se desempeñó como curador del Museo Torres García, del Centro Cultural de Maldonado y del Museo Sívori. En palabras del artista: » Nacer en un país joven, pobre y abastecido estéticamente desde latitudes lejanas y ajenas a nuestra realidad regional, social y cultural, condujo a interrogarme desde mi lugar geográfico y biográfico sobre la utópica construcción de una infraestructura estética inclusiva con intención de ser imaginados y pensados a partir de nuestras características y necesidades. Siguiendo esta premisa desarrollo mi búsqueda entorno a lo cercano y elemental. Sustituyo lo poco que puedo saber por la fidelidad de lo que veo. Reivindico la utilidad de lo aparentemente inútil, desechable, perecedero y secundario. No descarto la posibilidad simbólica y ecuménica de una baldosa o un palillo».
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