En enero de 1990 Eduardo Mateo publicó su último álbum titulado “La Mosca”. Sucedió pocos meses antes de su muerte ocurrida el 16 de mayo, justo cuando atravesaba un momento de auge y reivindicación de su figura. “La Mosca” fue distinto a todo lo que ocurría musicalmente en el país, pero aún distinto a lo que Mateo había hecho hasta entonces. Este nuevo lenguaje estaba en consonancia con lo que venía elucubrando desde hacía más de una década, mucho antes de la elaboración del disco. Junto a Hugo Jasa (ingeniero de sonido, productor y co-arreglador), Mateo creyó haber hallado en “La Mosca” su santo grial, el fin de su frenética búsqueda artística. Ocurrió que el disco tuvo trascendencia sólo varios años después, pero en ámbitos selectos y de los propios músicos. Es que su música contenía códigos demasiado complejos y crípticos. Aun así, en el devenir del álbum cuyo sonido se recostó en un universo de ciencia ficción y “robótica”, hubo espacio para un par de canciones de impronta afro. Esto significa que, pese a que el contexto tímbrico era bien otro, estas canciones por algún motivo resultaban importantes para que Mateo decidiera incluirlas.
Hablamos de “Espíritu Burlón” y de la legendaria “Yulelé”. Esta última termina conformando un misterio imposible de descifrar. Es la primera canción de su carrera discográfica como solista (abrió “Mateo solo bien se lame”, 1972) y cierra el círculo, ubicada como el último surco de “La Mosca”. Desenlace del álbum y de la propia existencia de Eduardo Mateo. Pero el misterio persiste hasta hoy, pues jamás se conocerá si el compositor la colocó ahí consciente de su partida o fue otra “casualidad” de las rutinarias en su vida y obra.
Se sabe que Mateo era proclive a recibir de buena gana cualquier fenómeno que tuviera que ver con lo paranormal o lo mágico (léase la temática ovni o asuntos similares). El tema para “Espíritu burlón” habría surgido de una experiencia personal con una especie de entidad invisible que jugueteaba con él y que dejaba “evidencias” de haberlo visitado mientras estaba ausente de la pensión donde vivía. De la interacción con ese “espíritu” -que para la cabeza de Mateo era tangible y concreto- es que surge la canción que sería una especie de hit involuntario del álbum. Sucede que “Espíritu burlón”, además de ser una buena y original canción, contiene todos los ingredientes posibles para gustar a un público amplio y masivo. Es un candombe lento con una fuerte conexión con Brasil y si bien en ninguna parte del arreglo hay un esbozo de samba (u otra rítmica brasileña), es notorio que un surdo y un pandeiro no quedarían para nada desubicados. Y, sin dudas, esta “fusión” produce su costado más comercial y entrador, aun para un oyente no conocedor o gustador de Mateo. Y más: es el arreglo donde Hugo Jasa se lanza más hacia el clisé, dejando de lado, por un momento, la zona insondable del resto del trabajo. Hay algunos arreglos de teclas que parecen vocales, propios de un “bloco de samba”, y quizá esa idea haya salido del propio Jasa. Lo cierto es que es una canción bailable y gozable, y donde Mateo aprovechó al máximo su capacidad histriónica para dotar de gracia a un texto de por sí lúdico. “Espíritu burlón/ que cuando se divierte/ de pronto entre ruiditos/ en mi cuarto se mete// Entre la oscuridad/ o detrás del ropero/ o bajo de la cama/ o a rastras por el suelo”. Lo evidente es la polenta del estribo que desde el vamos crea un “efecto aplanadora” imposible de ser ignorado: “Ieleleilé/ qué será qué/ ieleleilé/ quiere espíritu burlón”. En cuanto a lo sonoro, el arreglo mantiene una lógica tímbrica con el resto, pese a estar descolgado del material, pues es una canción “tuquera” que parece salida de otra etapa compositiva. Es evidente que el productor (junto a Mateo) trabajaron en el sonido de las guitarras que suenan metálicas y procesadas. Lo mismo sucede con el sonido de la voz. Se extraña la percusión “orgánica” en esta canción, sustituida por una batería electrónica, que en definitiva era lo que Mateo buscaba.
“Yulelé” llega precedida de una extrañísima introducción tocada sobre un patrón de metrónomo que no guarda relación con el tema (el metro continuará debajo durante toda la canción). Luego la misma introducción será colocada (con algunas variantes) como interludio y como epílogo. La guitarra fue la base armónica-rítmica de la versión original de 1972. En la nueva versión, el riff es llevado por el bajo eléctrico (Popo Romano) y se agrega un piano (tocado por Alberto Magnone) que dio pinceladas melódicas y armónicas jazzeras a lo Jobim. Mateo decidió hacer cantar a varios participantes del álbum a coro: Mariana Ingold, Osvaldo Fattoruso y Andrés Recagno. Es decir que no existe voz solista. O puede también pensarse que Mateo quiso dejar en claro que su música era (y fue) producto de un colectivo, y que “Yulelé” -himno de la música afrouruguaya- ya no le pertenecía como compositor/ individuo y formaba parte de la comunidad. Nunca sabremos si lo pensaba de esta manera.
Ilustración: Oscar Larroca







