Gustavo Nocetti (1959-2002) fue, seguramente, el cantante uruguayo de tango más importante después de Julio Sosa (el Mago está en otra dimensión). Su estética se volcó hacia la renovación del género, y puede afirmarse que es un poco, el continuador directo de Rubén Juárez. Conocedor profundo del pasado tanguero, su trayectoria trazó un puente entre generaciones: continuidad histórica y a la vez ruptura. Se dio cuenta que la única manera de que el tango no desapareciera era cimentando nuevos caminos, nutriéndose, a la vez, del repertorio tradicional. Su muerte fue un duro golpe para nuestra cultura y el género, justo en plena madurez y con mucho por dar. Nocetti descolló en la Meca del tango donde colaboró con los más grandes maestros, siendo reconocido y admirado por ellos. De regreso a su ciudad grabó algunos (pocos) discos. Uno de ellos, motivo de estos apuntes, nos parece importante.
En 1996 junto a una élite de músicos uruguayos registró en los estudios Sondor de Montevideo, “Excesos”. Si su vida estuvo atravesada por ellos, entonces el título suena irónicamente biográfico. En la ficha técnica del arte del disco, no aparece ningún dato sobre el productor musical, salvo que todos los arreglos son del grupo de músicos: Néstor Vaz (bandoneón), Fernando Goycochea (piano), Cono Castro (bajo y contrabajo) y Juan Carlos Ferreira (batería y percusión). El álbum abre con una versión pesada, “yumbeada”, de “Melodía de arrabal” (Gardel/ Lepera), donde ya se muestran las cartas: esto va de “piazzolismo” y poca ortodoxia. La voz dice con firmeza los versos consabidos, que de tan repetidos parecen que se diluyeran al escucharlos. Quizá la versión signifique eso: es pesada para que se afirme en el suelo. “Mi loco bandoneón” es una oda escrita por Horacio Ferrer (sin dudas dedicada a Ástor Piazzolla). Es una canción potente, dramática, de corte cuasi operístico. Su texto así lo expresa: “A ver mi loco bandoneón/ cantá tu misa en este bar/ Tus ángeles dirán/ el salmo del alcohol/ Igual que palomares/ tus teclados se abrirán/ y en todo habrá un temblor/ de Más Allá”. Empieza con un melancólico solo de bandonéon cuya cadencia desemboca en el canto. Nocetti la hace abismado, metido en el personaje que cuenta la historia, mientras el grupo lo acompaña con una dinámica impresionante. Sin dudas, el arreglo y la versión están basados en la del argentino José Ángel Trelles (1944-2022), que aparece en el álbum “Piazzolla/ Ferrer (inéditos)” y que se editara en Buenos Aires en 1994. Aunque la de Nocetti tiene otra tensión, menos arrolladora y melodramática. Le sigue la “Balada de Astor Piazzolla” de Fernando Cabrera. Y aquí se abre el juego de lo afirmado al principio. El lugar que peleaba Gustavo Nocetti dentro del género; los cruces con compositores no-tangueros-ortodoxos como Cabrera, y la búsqueda de novedad permanente. Pero esta canción parece no quedarle bien a un cantor como Nocetti, donde suena encorsetado, sin soltura. Quizá este tipo de obras requiere otro tipo de interpretación menos “tanguera”, aunque parezca contradictorio. Igualmente, el valor de incluirla haciendo algo fuera del repertorio clásico, es digno de aplaudir. En “El títere” (J. L. Borges/ A. Piazzolla) estamos frente a la mejor performance y arreglo de todo el disco. Milonga que aparece en el trabajo de Piazzolla sobre Borges: “El Tango” de 1965, con la participación de Edmundo Rivero. El excelente trabajo orquestal resalta la “cualidad paranoica” de la obra del maestro argentino, que aquí se transforma en un engranaje perfecto.
Según la historia personal, “Tinta roja” (C. Castillo/ S. Piana) era el tango preferido de Nocetti. La versión está llevada hacia la yumba, donde Pugliese aparece como un espectro. El arreglo y la interpretación vocal le quita lo melodramático y lo vuelve fruta fresca, borrando el manierismo de los cantores clásicos.
“La última Grela” es un poema de Horacio Ferrer que Piazzolla musicalizó en 1967. Es la primera colaboración entre ambos (anterior al éxito de “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”) y uno de los textos más importantes del uruguayo. El original y renovador poeta tuvo mucho que ver con la búsqueda artística de nuestro cantor; la idea de crear lo nuevo parado sobre lo viejo. Este tango-canción es desolador y el texto abre con un extenso monólogo: “Fueron, hace mucho, las románticas proletarias del amor. La noche les puso nombre con seducción de insulto: paicas, locas, milongas, percantas o grelas (…)”. Seis estrofas (en versos alejandrinos) que dificultan la musicalización por su métrica tiránica. Pero, aun así, el talento de Piazzolla salió del brete. “Del fondo de las cosas y envuelta en una estola/ de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho/vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola/, taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos”.
El álbum cierra con el gastado “Libertango”; tour de force de Nocetti. Una obra instrumental que más tarde fue poetizada por Horacio Ferrer. La pieza que más satisfacciones profesionales (y económicas) les dio a los autores, ya que fue mundialmente versionada, sin ser lo que más le interesaba al propio Piazzolla. El famoso ostinato –que recuerda al preludio X de “El clave bien temperado” de J. S. Bach– es el motor de la obra, sobre la que escribió una línea melódica: “De niño la adoré, deseándola crecí/ Mi libertad, mujer de tiempo y luz/ La quiero hasta el dolor y hasta la soledad”. Tiene nueve estrofas recitadas, también en alejandrinos y un estribo. Nocetti canta ese estribo con toda su potente expresividad, sellando el álbum.
“Excesos” es un trabajo que hoy está medio olvidado “en el ropero”, cuando sería necesario fijar su mira en él. La estética trabajada aquí es valiosa, pese a que el tango de hoy haya tomado un rumbo impensado, complaciente; retrocediendo y quedándose en el ayer; porque parece que el público así lo prefiere. Habría que pensar que para que existieran un Ferrer o un Piazzolla (o un Pugliese o un Salgán), hubo que luchar con el conformismo de músicos, público y medios. Y hoy, por fortuna, podemos disfrutar de sus obras. Esperemos que “Excesos” sea pronto revalorizado, y que las nuevas generaciones tangueras lo aprecien como merece.-
Ilustración: Óscar Larroca