Escribir sobre Ana Frank debe ser un desafío ¿Qué decir que no se haya dicho? ¿Cómo abordar a este personaje, que trasciende ampliamente su existencia histórica, desde un ángulo novedoso? No sabemos que habrá pensado Sandra Massera a la hora de escribir Preludio de Ana, pero justamente esas interrogantes parecen ser el eje de la obra, mucho más que ilustrar escénicamente, una vez más, los diarios de Ana.
La mayoría de los personajes de Preludio de Ana son gente de teatro que protagonizan su historia en una sala teatral. Una dramaturga (Elena), un director (Fernando) y una productora (Silvia) debaten en un casting de actrices sobre qué postulante será quien mejor interprete a Ana en una obra de Elena. El propio casting y la aparición de una actriz (Iona) que parece dar nuevos aportes sobre las posibilidades escénicas de la obra, inquietan y estimulan a los creadores, y pone nerviosa a la productora que ve que el estreno se atrasa cada vez más. Claramente entonces hay un juego metateatral, en que el propio proceso creativo está enfocado, un proceso cargado de interrogantes y falsas certezas. Un proceso en el que la relación con el texto no pierde de vista a quienes hacen que el teatro sea: los actores y las actrices.
Pero en un momento la obra cambia de tono. Un personaje espectral se le aparece a Elena cuando esta ha quedado sola. Al principio parece ser una nueva postulante, caracterizada como Ana Frank, pero luego queda claro que es la propia Ana la que se le aparece a la autora. A partir de que Elena asume esto las posibilidades de interpretar el espectáculo se disparan. Uno no puede dejar de pensar en Pirandello ante esta conjugación de elementos, hay algo casi platónico, al igual que en el autor de Esta noche se improvisa, en este juego teatral en que el personaje parece estar allí, como realidad objetiva, de la que los artistas intentan dar cuenta. Pero también hay un juego que nos hace pensar en Odiseo o Eneas bajando al Hades, ya que Ana habla de su experiencia histórica, pero también de su experiencia como muerta, como habitante del “inframundo”, como hacían algunas almas cuando hablaban con los héroes de la antigüedad en las obras de Homero o Virgilio. Esta Ana espectral sin embargo también interroga a Elena, le pregunta sobre su realidad política, y el puente entre el exterminio sistemático de los nazis y el de las dictaduras recientes en el cono sur parece quedar esbozado.
Sandra Massera es una dramaturga y directora que ha demostrado interés por trabajar con los fantasmas y la muerte en obras como Hotel Blanco o Los fantasmas de la calle Obes, pero en Preludio de Ana la convivencia entre el mundo de los muertos y el de los vivos la lleva a trabajar en dos registros de actuación distintos que conviven, algo que no sucedía en los anteriores espectáculos. Ana, interpretada con sorprendente seguridad por Agustina Vázquez Paz, aparece como una figura con un estatuto ontológico distinto que los otros personajes, y esto lleva a que Massera lleve al resto del elenco a un registro de actuación mucho más naturalista que el que ha trabajado en sus últimos espectáculos. Esa convivencia entre dos realidades que se encuentran en una suerte de grieta es uno de los desafíos más riesgosos que asume Massera en este espectáculo, y el resultado es estimulante. La obra, partiendo de Ana Frank, en realidad propone un encuentro que habla sobre el teatro, sobre la representación, sobre cómo se tramitan algunos traumas históricos, en un juego que remite a múltiples referencias, abriendo el espacio a la interpretación de cada espectador, y nos ofrece una actuación de Agustina Vázquez Paz que vale la ida al teatro en sí misma. En este mes de setiembre se prometen nuevas funciones, así que habrá que estar atentos.
Preludio de Ana. Texto y dirección: Sandra Massera. Elenco: Agustina Vázquez Paz, Norma Berriolo, Lucía Calisto, Roberto Foliatti y Ximena Echevarría.
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