El cine norteamericano de industria, hegemónico a nivel mundial, viene mermando hace décadas en calidad conceptual, si bien hay algunos promisorios directores jóvenes y algún veterano que se niega al retiro. Por ello, siempre es plausible revisitar épocas en las que la producción comercial de dicho país era arriesgada y artísticamente desafiante. El ciclo “The new Hollywood 1967”, actualmente en salas de Cinemateca Uruguaya, nos permite apreciar una variada muestra de recordados títulos de ese año.
Desde los orígenes mismos de la industria cinematográfica norteamericana, que creció con posterioridad a la francesa y la alemana pero acabó siendo más influyente a nivel mundial que estas, los estudios fueron imponiendo una forma de hacer cine muy marcada por la censura imperante, más que nada luego de la aprobación del Código Hays, en 1930, que impedía mostrar explícitamente sangre, crímenes violentos, escenas sexuales e imponía además que la impronta de las películas debía ser aleccionadora y didáctica.
Empero, algunos productores y cineastas se las ingeniaron para abordar, con cierta profundidad, temáticas de corte social y político, por ejemplo en el género negro, hijo de la Gran Depresión, cuyo envase, cargado de hombres rudos armados y mujeres fatales, pretextaba una descarnada pintura de ambientes de una sociedad fracturada socialmente.
Sin embargo, el gusto conservador de la generación hija de la Primera Guerra Mundial y de la crisis, que se tornaría aun más conservador luego de la segunda gran conflagración bélica, cercenaban el crecimiento artístico de algunos cineastas y directamente impedían el surgimiento de otros.
A fines de los años cincuenta del pasado siglo, luego de toda una era de optimistas y digestivas comedias musicales, algunas familiares y otras un poco más picantes, alocada ciencia ficción, policiales expresionistas y westerns que idealizaban la figura heroica del cowboy, con John Wayne como su simbólico paradigma, el cine norteamericano comenzó a mutar tímidamente. Era la época de dramas históricos, como “Ben Hur” (William Wyler, 1959), crudos dramas bélicos como “La patrulla infernal” (Stanley Kubrick, 1957), o thrillers como “Vértigo” (Alfred Hitchcock, 1958).
Esa intención, consciente o no, de modernización de los lenguajes cinematográficos, cristalizaría definitivamente en la década siguiente, convulsa por los asesinatos del presidente John F. Kennedy y del pastor bautista y activista negro Martin Luther King, la guerra de Vietnam, los Panteras Negras, el Clan Manson y la subcultura hippie. Los sesenta fueron en Estados Unidos una década rupturista, que generaría un cine carente de solemnidad y cuestionador, que procuraba derribar las anquilosadas estructuras narrativas impuestas por los grandes estudios.
Cineastas como Sam Peckinpah, Stanley Kubrick, Alfred Hitchcock, Roman Polanski, Mike Nichols, Arthur Penn, Billy Wilder, entre tantos otros, demolieron esas barreras y prejuicios, construyendo otra forma de hacer cine sobre los escombros de aquellas viejas glorias. Incluso, algunos autores venerables, como John Ford, fueron mutando su lenguaje cinematográfico como en el caso de “El hombre que disparó a Liberty Valance” (1962), película en la que el maestro cambia aquellas inmensas escenas panorámicas rodadas en exteriores para centrarse en un retrato más intimista y profundo de los personajes y sus emociones.
El ciclo que pone en pantalla Cinemateca Uruguaya durante el mes de febrero se centra principalmente en el año 1967, notablemente fecundo para el cine norteamericano.
Abandonado ya el vetusto Código Hays ese mismo año, pudieron germinar desencantados policiales, herederos de la mejor tradición del género negro pero dotados de un realismo y una carnadura dramática nunca antes vista, como “Bonnie y Clyde”, de Arthur Penn, “A sangre fría”, de Richard Brooks, “Al calor de la noche”, de Norman Jewison, o “A quemarropa”, de John Boorman. Otros títulos destacados de esa época son el audaz drama “Reflejo en tus ojos dorados”, de John Houston, la comedia dramática “El graduado”, de Mike Nichols, el drama bélico “Doce del patíbulo”, de Robert Aldrich, la lisérgica “El viaje”, de un Roger Corman que ya contaba con una bien cimentada carrera en la ciencia ficción y el terror gótico, y el documental “Don`t look back”, de D. A. Pennebaker.
Esta variopinta pero representativa selección de cine estadounidense del año 1967, que contiene un buen puñado de clásicos, nos remonta a tiempos en los que la industria del país más prolífico en materia cinematográfica podía elaborar productos de impecable factura visual y conceptual, que desnudaban las más agudas disfuncionalidades de la siempre convulsionada sociedad norteamericana de aquel entonces o tocaban temas sensibles, sin descuidar la taquilla.