Home Cine “FUNERAL DE ESTADO”: Funeral del cine.
0

“FUNERAL DE ESTADO”: Funeral del cine.

“FUNERAL DE ESTADO”: Funeral del cine.
0

Funeral de estado (State Funeral), Holanda/Lituania 2019. Dirección y libreto: Sergei Loznitsa. Montaje: Danielius Kokanauskis. Documental. Estrenado en la plataforma MUBI. Calificación: Regular.

Desde el viernes 21 de mayo la plataforma MUBI presenta Funeral de estado, la penúltima película del documentalista Sergei Loznitsa. Este trabajo, calificado por MUBI como “magistral” (sic), venía precedido de dos premios internacionales en los festivales de Tel Aviv y Wiesbaden, pero sobre todo contó con ditirámbicas loas de toda la prensa internacional. A ojos de este cronista, ubicado en una minoría casi solitaria, el resultado obtenido por Loznitsa en esta oportunidad no sólo es un fracaso total como cine, sino que además entraña un peligro en el cual no debería caerse de manera tan irresponsable.

Loznitsa presenta en pantalla un montaje de las muchas horas que se rodaron en 1953 en el sepelio de Josif Stalin, el genocida y jerarca comunista que dirigió los destinos de la URSS durante un cuarto de siglo, pero utiliza la repetición hasta el paroxismo. Primero se ven las pesarosas comunicaciones radiofónicas a la población sobre el fallecimiento del dictador, quince minutos donde se muestra la rica heterogeneidad de los pueblos que se unieron bajo el sueño socialista: eso es lo mejor del film, pero los alcances etnográficos quedan narrativamente sometidos a una forma monotemática in extremis. Lo mayestático luego aumentará, porque los preparativos de los funerales de estado duran veinte minutos, y el féretro llevado con toda pompa y circunstancia otros veinte minutos más. Recién en el minuto 55 el pueblo desfila ante el ataúd abierto, lo que se repite en una monotonía estética y narrativa durante veinticinco minutos más. A los 80 minutos comienzan los discursos de los jerarcas herederos, con sus solemnes declaraciones públicas de falso dolor y condolencia, y esa retahíla discursiva dura otros cuarenta minutos. Por último, el último cuarto de hora se encarga del final del funeral… y de la película. ¿Hizo la cuenta el lector de la duración del metraje? Dos horas y cuarto, todo de forma acumulativa, en la que el montaje deja mucho que desear por la extenuante reiteración de planos. Lo único destacable es el detalle de los rostros del pueblo llano, pero hasta eso le juega en contra a Loznitsa, si comparamos su labor con lo logrado por Robert Drew en su documental Rostros de noviembre (1964), sobre el funeral de John F. Kennedy, que mostró algo igual… pero sólo en doce minutos.

Y además del fracaso como cine está el peligro del método mal empleado por Loznitsa (crear un film apoyándose por entero en material preexistente), que no es nuevo. Lo usó Frédéric Rossif en Morir en Madrid (1963) para reconstruir una versión personal de la Guerra Civil Española, y Mikhail Romm en El fascismo corriente (1965) para destacar el papel de la URSS en la lucha contra el nazismo. Más cercanos en el tiempo, Kirsten Johnson en Cameraperson (2016) y Peter Jackson en Jamás llegarán a viejos (2018) también han jugado con el montaje de imágenes preexistentes, la primera para echar un vistazo a los problemas del mundo actual, el segundo para levantar un honesto homenaje a la memoria de los caídos en la Gran Guerra. Empero, a ninguno de ellos se les ocurrió hacer las cosas de tal manera que el espectador actual pueda llevarse una falsa idea de lo históricamente ocurrido. Porque el verdadero problema de Funeral de estado es su total ausencia de crítica. Si nuestra civilización desapareciera, y este documental se salvase de la hecatombe, los que lo vieran obtendrían una opinión extraordinariamente positiva de aquel señor bigotudo que muestra Loznitsa, idéntica a la que podría extraerse del rodaje de las exequias de Gandhi. Loznitsa dedica 135 minutos a un documental que parece una loa a la figura del jerarca de la URSS. Aquí sólo se escucha la voz de los aduladores de la época ensalzando la figura del longevo gobernante, todo acompañado por una música funeraria de gran pedantería, con imágenes de gente del pueblo a la que parecía que se le había muerto papá (y esa es la única verdad de la película). Tras la extenuante retahíla de ditirambos, al empezar los títulos de crédito finales (que casi nadie ve, porque la gente piensa que la película se terminó), durante veinte segundos se informa de la realidad del período de gobierno de Stalin: que en su mandato murieron 27 millones de personas en los gulags, otros 15 millones de hambre, y que su política represiva fue denunciada por los gobiernos que luego desestalinizaron el régimen. 135 minutos de loas y aburrimiento, contra veinte segundos de denuncia escrita: imperdonable.

Irrita que Loznitsa (que tiene enorme aversión hacia el régimen soviético y hacia Putin) haya hecho este film. Irrita que la denuncia (que según él existe) sea tan sutil que no se la perciba por ningún lado. Y asusta que mediante sus manipulaciones estéticas y narrativas haga algo similar a lo que Stalin realizó en su momento: cambiar la Historia. Porque ¿cuál es la diferencia entre el material sesgado que muestra su película y la desaparición del rostro de Trotsky en las fotos de la época? En los hechos, y en las consecuencias sobre la información a la que deberían acceder las futuras generaciones, no hay diferencia entre aquello y esto. Además, ni siquiera como elogio fúnebre su film es bueno, debido a la reiteración constante de planos, temas y contenidos idénticos. La película es eterna, y eso es lo peor que puede pasar: que aburra al espectador. Loznitsa se equivoca feo enviando mensajes errados, pasándose de sutil y diciendo lo contrario de lo que supuestamente quiso decir, pero la crítica mundial no duda en alabar su trabajo. Así estamos.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".