En la madrugada del lunes falleció a los 76 años Gastón “Dino” Ciarlo, referente del cruce entre la milonga, el candombe y el rock. Y en el ambiente musical del Uruguay se tuvo la sensación de una doble pérdida: la de un artista enorme pero, a la vez, la de un hombre bueno y solidario.
Si hubo algo que distinguió a Dino fue que nunca paró de hacer música. Espíritu inquieto, firme de convicciones y sereno en el andar, recorrió los caminos musicales de la patria siempre con su guitarra colgada del hombro. Hace un par de años se presentó como invitado en la primera edición del Beat Show en la Sala Camacuá. Llegó temprano, desenfundó la guitarra y se la colgó al hombro. Y esperó, con la paciencia de los sabios, su momento de hacer la prueba de sonido. En el medio se dio tiempo de hacer algunas bromas sobre la situación del país. Cuando fue su turno de subir al escenario, se produjo el acto de magia. La Camacuá lo escuchó, en estado de hipnosis primero, y con genuina emoción después. Y se estremeció con una nueva / vieja versión de “Milonga de pelo largo”, esa canción que es acto de rebeldía, calle y poesía a la vez.
En muchos de los presentes estaba aún fresco el recuerdo de viernes 15 de abril de 2016 cuando, en apenas 12 minutos, un tornado arrasó la ciudad de Dolores. Y entre muchas otras, “desapareció” la casa de Dino. En ese momento él estaba en Montevideo. Hacía prueba de sonido para cantar junto a Walter Bordoni y Shyra Panzardo. Apenas rasgó un par de acordes cuando debió interrumpir la faena y volver raudo a la ciudad en la que estaba instalado desde mediados de los 90. Como tantas otras veces, el dolor le inspiró una canción. Compuso «15/04/2016», un tema que incluyó en su disco «Memorias Nuevas». Una canción que, como casi todas las que supo hacer, fueron paridas con alma.
Queda, por si el recuerdo, un largo camino musical que se cocinó a fuego lento en aquella ola de rock inicial que atravesó el mundo y que llegó a Uruguay montado en los Beatles. Dino trabajó como productor y como operador en radio, donde fue difusor de una gran variedad de géneros. En los 60 puso sus acordes al servicio de Los Gatos, una banda que ensayaba en la emisora donde él mismo trabajaba. En la década siguiente fue parte fundamental de Montevideo Blues, con quien grabó la “Milonga…”, sin saber que se iba a transformar en himno y que sería (re) interpretada por voces tan dispares como las de Alfredo Zitarrosa o Jorge Nasser. También Jaime Roos y La Trampa tomarían sus canciones. De hecho, en 2001 tocó con Jaime en un recordado recital en el cine Plaza donde hizo una inolvidable versión de “Tablas”.
Comenzó su camino solista muy temprano, a principios de los 70. Grabó el disco “Vientos del Sur”, que sería casi un sello de identidad de todo lo que vendría después. Luego vendrían Los Moonlights, la banda Cero Tres (que editó en 1974 un disco de candombe llamado “Tengo mucho miedo”) y el regreso a los Moonlights. Antes de emigrar a Suiza grabó, en 1984, el disco “Punto y raya”, con la banda Kien, que fue reeditado en 2020 y terminó cosechando un reconocimiento en los Premios Graffiti. La primera parte de los 90 lo encontró en Europa, pero en la segunda se volvió a Uruguay y se instaló en Dolores, donde – inquieto – creó una banda a la que bautizó con el nombre de la ciudad.
Su norte musical estuvo marcado por la fusión de la milonga con el rock, atravesado por un decir melancólico pero único. Casi una resistencia musical que destilaba poesía. Como alguna vez dijo, se inspiraba en Bob Dylan para darle su real importancia a las letras puestas al servicio de una canción. En 2006 recibió el Premio a la trayectoria en los Graffiti. En todos estos años su poesía acompañó a artistas tan disímiles como Diego Presa o Milongas extremas. La muerte lo encontró con varios proyectos en el horizonte. Hace unos meses, por un quebranto de salud, debió suspender el recital “50/25”, que iba a realizar junto a Walter Bordoni y Gastón Rodríguez en el Teatro Solís.
«En la noche de hoy, nuestro amado Gastón dejó este plano y se fue de guitarreadas con los que partieron antes. Te agradecemos por todo lo que nos dejaste, te vamos a extrañar cada día por el resto de nuestras vidas», se dijo en su cuenta oficial de Facebook. En estas primeras horas luego de su fallecimiento los mensajes dolidos se esparcieron para reconstruir el camino de un artista singular. Todos tenían una misma línea de circulación: destacar su espíritu creativo y perseverante y, a la vez, su alma noble y solidaria, que nunca perdió sus mechones de rebeldía.
Dino no murió sobre un escenario, como reza en la canción “Tablas”, pero sí rodeado de la reverencia y admiración de sus amigos. Que sí supieron darle el lugar que de pronto la sociedad, como ha ocurrido tantas veces con otros tantos artistas, no llegó a darle. Pero, como débil consuelo, quizás debamos acudir a lo que bien dijo Jorge Nasser en sus redes sociales: nos queda aún mucha de su belleza por descubrir.
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