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Gerardo Romano presentó en Uruguay ‘ITZIA – Tango y cacao’ Por Martín Imer

Gerardo Romano presentó en Uruguay  ‘ITZIA – Tango y cacao’ Por Martín Imer
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El jueves pasado se estrenó en cines uruguayos Itzia – tango y cacao, debut en la dirección de la actriz Flora Martínez que ambienta su historia en la profundidad de Colombia para narrarnos la historia de Itzia, una mujer sorda que comienza a escuchar una melodía musical dentro de su cabeza. La gente cercana a la protagonista se preocupa por lo que parece ser algo grave, pero la respuesta a este misterio la tiene un bandoneonista que toca el instrumento por un motivo del pasado que los une a ambos. Esta tierna película, con música y participación en el guion del uruguayo José Reinoso, apuesta por una dosis de realismo mágico para hablar de los vínculos humanos y el poder de la música para conectar y sanar viejas heridas. Al respecto del estreno, pudimos conversar con el gran actor argentino Gerardo Romano, quien estuvo en nuestro país para acompañar a la cinta.
Con una carrera tan extensa, ¿Qué te pasa con un estreno nuevo?
El estreno sería el momento en el que uno evalúa, o revisa, el cine, cómo la pasó en el rodaje. Yo generalmente tengo una situación de gratitud y una panacea recordando las situaciones artísticas y personales del rodaje, del momento en el que existió esta familia que se arma cuando uno hace una película y convive y tiene cierta frecuencia y recurrencia con los demás, con el director, con la actriz, con el actor. Tenemos una mirada con cierta melancolía, y el producto, que, en el caso del cine, no es nada del actor — es pura y específicamente del actor, que en el cine es como Dios. En ese pequeño mundo que es la película decide qué entra en cuadro y qué no.
¿Cómo llegaste a este proyecto?
Porque me llamó un autor uruguayo, un productor, José Reinoso, que vive en Colombia y es el marido de Flora, la actriz que además es la directora, una actriz muy virtuosa, inteligente, con la cual establecimos un buen vínculo, trabajamos muy fluidamente, y con José también, por lo que todo fluyó, se concretó. Yo tenía que ser bandoneonista, pero no sé tocar el bandoneón, no es fácil, la mano derecha y la mano izquierda son absolutamente distintas con las notas y cada botón es una nota y la nota cambia cuando abre; osea, toca un botón, ponele que sea un la menor, y es la menor cerrando el bandoneón, pero abriendo el bandoneón es fa sostenido menor, no tiene nada que ver, hay una complejidad en el instrumento y en lo específico.
Es un personaje que pasa por situaciones de resistencia, pero también de mucho dolor. ¿A dónde vas vos como actor para interpretar papeles así?
Depende el campo donde estés, a veces uno tiene la sensibilidad muy a flor de piel con algo que está viviendo, entonces basta con una mirada, a mí me pasa mucho en el teatro por ejemplo que levanto la vista y veo un farol celeste led y me emociona ver la luz en el teatro. A veces son momentos, recuerdos, imágenes, lo que los actores llamamos memoria emotiva, la memoria que se gasta como se gasta todo, hasta la piedra, pero de repente hallamos algo que nos ayuda en esa sensación de mostrar lo anímico, lo emocional, y nos relamemos con el resultado estético de lo que hicimos y lo hacemos de vuelta. Y a veces lo haces tanto que no te viene la emoción y no te sirve de nada y se gastó, ¡como en la vida! Sino, si se nos muere alguien y nos aferramos al dolor, no podríamos seguir.
Hablábamos del bandoneón, que es una parte fundamental de Tango y Cacao. ¿Sentís que es un instrumento que forma parte de una cultura que se nos está escapando?
Pareciera que sí, sobre todo después de haber escuchado a grandes bandoneonistas como Rubén Juarez, Piazzola y Pichuco (Aníbal Troilo), que fueron grandes. A Piazzola no lo conocí, a Pichuco lo conocí, pero en la vida, yo era muy joven, iba caminando por Buenos Aires e iba por una vereda y estaba Pichuco en pedo, se paseaba por la vereda y venía y hacía un monólogo medio incoherente. Pero al que conocí más a fondo fue a Rubén Juarez, que tenía un bandoneón blanco, era muy buen cantante y muy buen bandoneonista. Sí, el tango y el bandoneón van de la mano.
La cultura hoy parece ser algo muy efímero, ¿sentis que el tango, como ciertos elementos de la cultura que parecían muy arraigados a nuestra cultura latina, forman parte de esa indiferencia actual?
Sí. Hay una efimeridad que está dada por la época y por la estética, y que lo marcan los medios, las nuevas generaciones. Es una buena pregunta, si el bandoneón se va con el tango.
¿Sentís que para el actor es difícil mantenerse al día a día, en ese mundo tan efímero?
Sí, claro que sí. Sobre todo en este momento, que los actores en Argentina no sabemos. Están las plataformas, pero desapareció la industria televisiva… Lo que subyace y resiste y no dislumbro que existan riesgos de desaparición es el teatro.
¿Crees que en el cine ha sido difícil hacer el realismo mágico? ¿Por qué?
Porque hay una mirada romántica muy profunda, muy espiritual que no se conlleva con el mundo que nos rodea, un mundo codicioso, hipercapitalista, donde no hay espacio para lo que no dé, para que no tenga la rentabilidad que tiene que tener. Por eso, el mundo espiritual del creador se ve coercionado, es muy difícil proyectar en este momento de reversa de la historia.
¿Tenes algún proyecto actualmente?
Sí, estoy en una obra de teatro hace 10 años, que es algo muy inusual, que se llama Un judío común y corriente, y una miniserie para plataforma, se llama En el barro, que es el spin off de El marginal, estas circunstancias de que un personaje sobrevive y sale de su envase original y pasa de una serie que era sobre una vida carcelaria de hombres a estar en el mundo femenino.

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