Guerras perdidas Por Hoenir Sarthou

En la nota de hoy tenía -y tengo- pensado convocarlos a ir este sábado primero de marzo a la explanada del IPA, desde las 12.30 hs., y desde allí desplazarnos hacia el Palacio Legislativo para decirles al sistema político y a la prensa, que se congregarán allí por el cambio de mando, que no queremos el proyecto Neptuno-Arazatí.
De hecho, los convoco a eso. Allí estaré y allí estaremos muchos, de distintas procedencias sociales y políticas, para defender la soberanía de los uruguayos sobre el agua.
Con esa idea en la cabeza, salí de casa hoy temprano, y, como siempre, me entreparé en el primer kiosco que ví para chusmear los titulares de diarios y revistas.
En varias portadas, vi fotos y referencias al futuro ministro del Interior, Carlos Negro, que hace varios días cometió el pecado de decir: “La guerra contra las drogas está perdida”.
De inmediato se convirtió en el destinatario de todas las iras. “¡Cómo va a asumir el Ministerio del Interior si da por perdida la lucha contra las drogas!”, clamaron de inmediato legisladores y funcionarios oficialistas, que muy pronto serán opositores.
También han sonado voces opositoras, que muy pronto serán oficialistas, intentando explicar la postura de Negro. “Lo que Negro quiere decir es que en lugar de invertir tantos recursos en represión de la droga se debe invertir en prevención y reducción de los daños”, argumentaron con tono sensato.
Hoy, viendo que la polémica sigue y sigue, el asunto empezó a martillarme la cabeza.
Sinceramente, no por el debate sobre represión o prevención de las drogas. Sobre eso tengo tomada posición desde hace décadas. Tengo la convicción de que, si uno quiere acrecentar la ilicitud, la violencia y el crimen organizado en una sociedad, lo mejor que puede hacer es prohibir productos. No importa cual producto, la cocaína, el churrasco, la leche, los peines o los tomates. De inmediato aparecerá el mercado negro, el contrabando, las mafias, las “mejicaneadas”, la corrupción, las coimas y, en breve, los balazos. No invento ni supongo nada. Ni siquiera tienen que ir al Chicago de la “ley seca”. Averigüen qué ocurríó en el Uruguay en los tiempos en que se dispuso la “veda” temporal de la carne.
Nobleza obliga a decir que la tesis de “menos represión y más prevención” también la ha sostenido y aplicado el Dr. Daniel Radío desde los cargos relativos a la política de drogas que ha ocupado.
¿Cuál es el problema con Negro, entonces?
Creo que es sencillo. No tiene que ver con las drogas. Y me atrevería a decir que no tiene tampoco demasiado que ver con las rivalidades partidario-electorales.
Por un lado, está la forma en que dijo lo que dijo. No es lo mismo indicarle a un paciente “Tómese esta pastilla que le va a hacer bien”, que informarle “Ud. tiene cáncer”.
Y Negro no prescribió una pastilla preventiva, sino que dijo “La guerra contra las drogas está perdida”. Eso, para ciertas sensibilidades, es lo más parecido a comunicar un cáncer terminal.
No dijo nada novedoso ni desconocido. Para cualquiera que esté más o menos informado de lo que ocurre en el mundo, y ahora también en el Uruguay, la idea de que se va a erradicar el consumo y el tráfico de sustancias prohibidas es de una ingenuidad que ruborizaría al predicador puritano más curtido. Cada vez son más los miles de millones de dólares que mueve el narcotráfico, cada vez es mayor su influencia en los sistemas financieros, políticos y represivos, y son cada vez más los Estados fallidos o semi fallidos por esa influencia.
Insisto: ¿cuál es el problema de decir lo que todo el mundo, y en especial el sistema político, sabe de memoria?
Creo que el problema decisivo es faltar al código de hipocresía que rige al sistema político. Eso despierta una ira gremial incontenible.
Todos sabemos que el país está endeudado hasta las orejas y que los acreedores nos dicen hasta lo que debemos comer. Pero no se toleraría que un ministro de economía dijera “No puedo hacer nada porque dependo de lo que digan los veedores del Banco Mundial y las calificadoras de riesgo”.
Tampoco se toleraría que un ministro de Salud Pública dijera “Hay x número de pacientes que van a morir por enfermedades curables, pero no puedo hacer nada porque no tenemos los medios para tratarlos aquí y no podemos destinar recursos para que sean tratados en el extranjero.
No, nadie toleraría esas cosas. No lo tolerarían los colegas políticos de los ministros y no lo tolerarían tampoco los votantes, acostumbrados a que los gobernantes les cuenten historias de princesas y les canten villancicos optimistas para conciliar el sueño y obtener su voto.
La gran pregunta es cuál es realmente el deber de un gobernante. ¿Es decir la verdad sobre la materia en la que trabaja, o inventar historias edulcoradas para la tranquilidad de todos?
Mucho me temo que nos hemos acostumbrado tanto a las mentiras edulcoradas que ya no soportamos que un político o un gobernante informen honestamente sobre la realidad de su cartera.
Queridos lectores: voy a suplicarles algo. Cuando comenten y critiquen este artículo en las redes sociales, por favor, ahórrenme largos alegatos sobre el daño que causan las drogas. No soy consumidor de drogas ilícitas y tengo bastante claro los efectos de varias de las lícitas y de las ilícitas. Pero ESE NO ES EL TEMA.
Ni siquiera voy a decirles que los revólveres, los automóviles, ciertos deportes, el exceso de sol, la represión de las drogas, el agua y la comida contaminadas, y muchas otras cosas, causan muertes y lesiones terribles, y que sin embargo nadie se propone prohibirlos. No voy a insistir porque ese tampoco es el tema.
El tema -reitero- es si el deber de un gobernante es contarnos historias bonitas o decirnos la cruda verdad sobre la materia de la que se ocupa.
Si eligen la segunda opción, lo que dijo Carlos Negro merece aplausos y no críticas. Tal vez incluso merecería debates y un cambio de políticas en la materia. Porque la guerra contra las drogas (que en mi opinión nunca debió empezar) no solo está perdida, sino que está recontra perdida.
Y digo más, el verdadero negocio de la represión de las drogas es fracasar. Porque eso permite que haya oferta y, a la vez, que sea más escasa y controlada, lo que eleva los precios y aumenta las coimas.
Carlos Negro no es un político profesional. Pero, sin duda, muchos años como fiscal le permiten saber de lo que habla. Probablemente por esas dos razones dijo la verdad.
La cuestión es si queremos políticos y gobernantes que nos digan la verdad, o si, como Alicia, preferimos habitar en el país de las maravillas.
Dicho esto, los invito de nuevo a ir el sábado a la explanada del IPA. Ahí sí, para hablar de una mentira escandalosa, ni siquiera edulcorada, que se llama Neptuno-Arazaí.