Gurvich, imágenes en construcción por Nelson Di Maggio
Morir joven parece ser la fatalidad de numerosos artistas uruguayos. Diversas enfermedades o accidentes —que afectan y se difunden en la sociedad de cada época— cortaron la existencia de José Miguel Pallejá, 26 años; Carlos F. Sáez, 22; Rafael Barradas, 39; Juan Manuel Ferrari, 42; Fernando de Souza, 35; Miguel Bresciano, 39; Ulises Beisso, 38; Gilberto Bellini, 27; Nerses Ounanian, 33; Félix Bernasconi, 42; Carlos María Herrera, 39; Andrés Etchebarne Bidart, 42; Carmelo Rivello, 43. Sucedió con José Gurvich a los 47 años.
De origen lituano, Gurvich vino a Uruguay a los seis años y se convirtió en un típico montevideano, desde el Cerro, donde vivió. Orientado al principio por José Cuneo en la Escuela Nacional de Bellas Artes, al continuar con Joaquín Torres García su estilo quedaría indisolublemente ligado al constructivismo, que supo asimilar e innovar con un estilo personal, reconocible. Inquieto, curioso y de carácter afable, conversador, deambuló por la bohemia montevideana de tertulias clásicas de cafés, teatros y cineclubes y ejerció la docencia en el Taller Torres García. Entre 1954 y 1957 viajó por Europa, se estableció un año en el kibutz Ramot Menashe, Israel (volverá diez años más tarde), donde trabajó en su doble calidad de pastor y pintor. Se dedicó a la cerámica de fuerte erotismo original e intentó relacionar música y artes visuales de sus juveniles clases de violín con León Biriotti. Se estableció en Nueva York en 1970, ciudad donde murió en 1974.
Su imaginería es alimentada de Brueghel, el Bosco, Picasso, Brancusi, Chagall, Miró y Klee en diferentes etapas de su obra hasta conquistar un fuerte sincretismo enraizado en convicciones firmes. Alejado del sistema constructivo torresgarciano, introdujo la espiral en las composiciones para establecer un singular diálogo entre formas abstractas y naturalistas e internarse por un mundo de talante onírico y aceptar la sencillez expresiva y la disposición intuitiva sin limitaciones de la razón.
Realizó varias exposiciones en Montevideo, pero las fundamentales se sucedieron, al igual que los numerosos y generosos libros y catálogos, luego de su fallecimiento. Y desde 2005 un museo lleva su nombre, actualmente adquirido por el Estado, aunque con la continuidad de la administración privada.
Gurvich y el proceso creador es el título de la quinta colección temática del artista en el Museo Gurvich, sobre aspectos diferentes de su producción. La novedad de la muestra recién inaugurada, reside en reunir trabajos desconocidos, otros inacabados, todos seductores y en diferentes tamaños. Diferentes de los muy divulgados y conocidos. Es admirable la despojada síntesis que circula en cada cuadro presentado que alcanza especial densidad en Sucot (Fiesta de las cabañas), lienzo de gran tamaño fechado en 1974, sin terminar como muchos otros, de plurales significados en sus referencias figurativas. Enrique Aguerre recuerda con acierto, en el texto de pared, la frase atribuida a Leonardo: «Una obra nunca se termina, solo se abandona». Gurvich ofrece retazos, elementos fragmentarios de una idea en el papel o la tela con gozosa, refinada levedad y diversidad narrativa, preciosos dibujos que alternan, en la misma composición, con témperas y acuarelas, diversidad material que potencia la elaboración informal y es el contemplador que, al no existir la impositiva idea o anécdota y dejar abierta la lectura posible completa la realización, la integra como propia al estimular la personal deseabilidad de crear. Exposición imprescindible de la cual se prepara un catálogo con reproducción de todas las obras exhibidas.
Francisco Toledo (1940-2019)
Pintor, grabador, aficionado a las cometas (papalotes, para los mexicanos), nacido en Oaxaca, México, la desaparición de Toledo, el jueves 5 de setiembre, luchador social, defensor ambientalista y filántropo, empobrece el arte mundial. Estudió en la capital mexicana en la Escuela de Diseño y Artesanía; en 1960 se marchó a Roma, y luego en París contactó con Octavio Paz y Rufino Tamayo, compatriotas que le abrieron las posibilidades de acceder a los artistas, museos y colecciones privadas. Muy pronto tuvo el reconocimiento de su fuerte y singular personalidad artística en la capital del arte. Al volver a su ciudad natal amplió y complejizó su actividad y retomó el compromiso social en defensa de los indígenas y de la preservación de sus lenguas, de los desposeídos; se opuso a los poderosos de turno y estuvo en contra de la construcción de un McDonald’s en el centro histórico de Oaxaca. Considerado en el exterior el Picasso mexicano, aunque poco influyó la modernidad europea, y si bien no se opuso al muralismo de Orozco, Siqueiros y Rivera, permaneció ajeno a partidos políticos o ideologías. Mantuvo una batalla incesante contra la injusticia social en todas las formas posibles. Representó el mundo rural mexicano, mitos y leyendas locales con impetuosa imaginación de registro onírico. Legó miles de obras al instituto donde estudió, además de trabajos de Picasso, Goya, Miró y fotos de Álvarez Bravo, entre otros artistas eminentes. Toledo es poco difundido en el continente latinoamericano, aunque Uruguay conoció, de manera parcial, algunas exposiciones significativas de su talento.
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