Hombres camino por Alejandra Waltes

La muestra “Torres García y Figari: Primitivos” que se puede visitar en el 1er. Piso del Museo Figari hasta el 5 de julio, se enmarca en la conmemoración de los 150 años del nacimiento del Maestro Joaquín Torres García. Como parte de esta conmemoración se realizaron una serie de muestras en las que no sólo pudimos disfrutar de piezas rara vez expuestas, sino que son el resultado de diversas y profundas investigaciones sobre su obra teórica, práctica y cómo ha decantado hasta el día de hoy. Con este encuentro entre dos maestros de la pintura nacional se festejan, así mismo, los primeros 15 años del Museo Figari. La exposición fue curada por Alejandro Díaz (Director del MTG) y Pablo Thiago Rocca (Director del MF). 

En 1926, Rafael Barradas, envía una carta a Joaquín Torres García en la que anuncia la presencia de Figari en Europa: “Va por otro camino que nosotros, pero está muy bien […] Pasa con Figari, lo que con nuestras cosas… es hombre camino, como nosotros. Hombre flecha, flecha que va a un blanco. Ya somos tres pintores uruguayos en Europa”. “Artistas coetáneos, Pedro Figari (1861-1938) y Joaquín Torres García (1874-1949) coincidieron en su estadía parisina entre los años 1926 y 1931. Compartieron algunas exposiciones en la Ciudad Luz y coincidieron, también, en cierta idea de lo primitivo como antítesis a la decadencia de la civilización occidental. Sin embargo, lo arcaico se manifiesta en sus formulaciones estéticas y filosóficas de diferente modo, tanto en sus escritos como en sus pinturas. (…) Figari y Torres García retornaron a Uruguay en el mismo año, 1934, uno para fundar una gran escuela constructiva asentada en el Sur, otro para concluir sus evocaciones rioplatenses, refugiado en un pasado cada vez más entrañable y distante. Y ambos fueron –o se sintieron– primitivos en tiempos modernos.” (Texto curatorial de la muestra). Pese a que las relaciones de Torres y Figari no fueron muy fluidas, expusieron juntos en abril de 1930 en la Galería Zak, en la primera exposición del Grupo Latinoamericano de París, con Bellini, Del Prete, Raquel Forner, Mérida, José Clemente Orozco, Camufle Pisano, Diego Rivera, Vicente do Rego Monteiro y Carlos Alberto Castellanos, entre otros. En diciembre volvieron a exponer juntos en la muestra Ocho artistas del Río de la Plata, junto a Horacio Butler, Del Prete, Pablo Curatella Manes, Carlos Castellanos, Pablo Mañé y Alcorta. En 1928, estando aún en París, J. Torres García escribía: “…Hombres realmente civilizados, aunque sea parcialmente, yo no creo que, en este momento, existan otros que algunos de razas muy antiguas, que no han perdido la tradición de vivir en este mundo anímico– y también los negros y otras razas que han sido llamadas inferiores o salvajes. Para ellos, la existencia y la vida del espíritu, es una realidad viva de todos los días. Sí, ellos tienen conciencia de una cosa que no tienen los civilizados y, desde este punto de vista (el más importante) son muy superiores a los otros. Estos son por lo tanto, mis amigos – los seres que yo respeto. He consagrado mi pintura a ellos.” (“Decadence et primitivisme”, París, 1928). Diez años después, ya en Montevideo, Torres García impartió diez lecciones en la Asociación de Arte Constructivo relacionadas a las bases y el desarrollo de la cultura Indoamericana. Estas lecciones conforman la “Metafísica de la Prehistoria Indoamericana”. Allí expresa: “… pudimos darnos cuenta de que si cualquier cultura prehistórica, fuese de hoy o de los tiempos más retrospectivos, se adapta siempre, por su natural simplicidad y especial conformación, a lo que constituía la base de nuestra “Regla de Unidad” – base del constructivismo, y por esto, única razón de ser de nuestro Instituto – mayormente la Indoamericana, precisamente aquella que tuvo por foco inicial lo que hoy sería la meseta boliviana, Perú, Ecuador y Chile, o sea todo aquello que pudimos conocer y conjeturar del periodo pre-incaico, porque tal estructura prehistórica, por ser en sí universal y completa, viniendo a confirmar nuestra doctrina, nos daba un firme apoyo en la realidad.” En 1928, Pedro Figari, que aún se hallaba en París, escribía: “Antiquísima, nuestra cultura básica es de piedra, de piedra ciclópea y simbólica (…) Hoy nos conmueve el pensar en la ósea sencillez de la vida primaria, / simple, sobria, dura, recta y eficiente. / La primer hacha –hacha amigdaloide– basta, zurda y recia, reliquia de familia que consideramos enternecidos en nuestro recogimiento; / el primer rodillo –rudimental precursor de la rueda enjundiosa-; / la chispa y el fuego –fragmentos quizá del rayo y del astro; / el primer tejido y el primer leño. ¡Oh, cuánto habrán exaltado a nuestros abuelos!” (“El Arquitecto” (Ensayo poético de Figari dedicado a la memoria de su hijo Juan Carlos Figari Castro, arquitecto, fallecido en 1927), París, 1928). Mientras Torres García buscaba los rasgos estéticos y plásticos que confirmaran la universalidad del arte, la preocupación de Figari era filosófica: ¿Era el proceso evolutivo de la creatividad, que él sentía en sí, universal? Cómo dice Pablo Thiago Rocca en la publicación “El Ser primario, el Hombre primordial: La serie de los “Trogloditas” de Pedro Figari”: “Para las preocupaciones filosóficas y estéticas Figari siempre avanza desde lo menos animado a lo vital complejo, en un proceso adaptativo que podríamos asimilar a una “filogenética”, donde las especies fueran los temas que analiza y los individuos, los sujetos que pinta. Este proceso, estaba ya inscripto en su tratado filosófico, “Arte, Estética, Ideal” (…) Una similar frecuencia de ideas repetirá, en lo sustancial, en “El Arquitecto”, pasados tres lustros del anterior ensayo. El poemario da comienzo con la vida elemental en el universo para seguir con los misterios del hombre y así pasar al capítulo “América”.

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